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lunes, 18 de septiembre de 2017

En la pasarela, por Fernando Fernández Sánchez

Ayer domingo La Nueva Crónica publicaba este original relato, cuya autoría corresponde a mi alumno Fernando Fernández Sánchez, que ha creído en la escritura desde el primer momento y ha trabajado siempre con ganas, con entusiasmo y mucho tesón, lo cual me entusiasma, así que te felicito, Fernando, no sólo por esta narración, que a buen seguro no dejará indiferente a quien se asome a la misma, sino por tanto trabajo bien hecho. Qué las musas y los musos te pillen, nos pillen trabajando, que la transpiración ya la ponemos nosotros. Mi agradecimiento a todo mi alumnado, que se han portado como auténticos jabatos y jabatas. Y por supuesto a La Nueva Crónica (en especial a David Rubio) por ponerlos en valor, por darles vida en sus páginas de verano. Hasta siempre. Qué continúe la escritura. 


Inspirado ‘En el bosque’, del japonés Akutagawa, Fernando Fernández Sánchez compone este relato poliédrico, con diversos puntos de vista y voces narrativas, que configuran esta historia criminal, en la que se contradicen las diferentes versiones que se dan del hecho acaecido en la pasarela del río Pormesga.

(Manuel Cuenya, Taller de Relatos de la Universidad de León)


Declaración de la acusada, MR, interrogada por la Jueza Instructora en el caso del asesinato de la Ministra de Zopencolandia

“-Sí, Señora Jueza, yo quise matarla. Pero no llegué a tiempo. Desafortunadamente, alguien se me adelantó. ¿Qué quién lo hizo? Yo no lo vi. Solamente le digo que la Ministra de Zopencolandia venía caminando por la pasarela que atraviesa el río Pormesga, y yo lo hacía en sentido contrario.
¿Si nos conocíamos? Sí, desde hacía tres años. Por ello, al cruzarnos nos detuvimos. Y le di a entender que, si no solucionaba la situación de abandono y persecución a la que sometía a mi hija OP en un breve plazo, mi intención era asesinarla. Ella, esbozando una forzada pero fingida sonrisa, me contestó que la decisión tomada era firme, y que no pensaba cambiarla.
La Ministra, fría, de espíritu rudo, cual sargento de infantería, pero firme en sus convicciones, siguió su marcha, no sin antes escuchar mis palabras de amenaza: «pues atente a las consecuencias». Y continué, la mía, en sentido contrario. ¿Si vi a alguien más por la pasarela? Pues, sí. Recuerdo que, al reanudar mi marcha, a paso muy rápido, pasaba un conocido drogadicto de la zona, que estaba frecuentando, como era su costumbre, los alrededores de la pasarela. Al cruzarnos, bajó su mirada. Pero yo observé que, en el bolsillo izquierdo de su raída chaqueta, llevaba un bulto, que intentaba disimular con su mano. Al llegar al final de la pasarela, y antes de atravesar la calzada, escuché, por detrás de mí, dos o tres sonidos secos, que no supe distinguir su origen. Y, sin echar la vista atrás, continué mi marcha, sin más. Su pregunta es fácil de responder. Para ser sincera, le diré que sí tenía ganas de acabar con la vida de la Ministra de Zopencolandia. Mi hija OP venía cumpliendo a la perfección las labores que le habían sido encomendadas. Pero esa mujer, altiva y segura de sí misma, a pesar de su baja estatura, rompió el contrato laboral de mi hija y firmó, para la misma función, otro equivalente a un chiquito nuevo. Y digo, lo de chiquito y nuevo, con ironía. Así pues, mi hija se quedó en la calle sin justificación alguna. Digamos, si acaso, por puro politiqueo.
Sin ser responsable de su muerte, hoy me siento feliz. Le aseguro que esa señora ahora donde está, está bien. Está donde siempre tuvo que estar. O la enterraban a ella o enterraban a mi hija OP. Aunque sea muy duro decirlo de esta forma, le aseguro que hablo con absoluta sinceridad. Sí, estoy muy alegre. En caso contrario estaría en mi casa, llorando por la muerte de mi hija. Y, eso, sería infinitamente peor”.


Declaración de OP, hija de la acusada MR

          “-O sea, Señora Jueza, se lo juro, no tengo ni idea de quién pudo haber sido el asesino de la súper famosa política. ¿Que qué hice ese día? Por fa, totalmente. Le digo. Ese día, mamá y yo sacamos el coche deportivo de papá, un Mercedes súper mega limpio. Y después de aparcarlo en un sitio cómodo y vigilado, nos dirigimos andando al centro. Una vez allí, le dije a mamá que yo me separaba de ella para pasar a la frutería, allí donde compro siempre. Se lo juro, tienen una fruta escogida, limpia y muy chachi. Minutos después nos reencontramos. Pero, ¡Santo Cielo! ¡Cómo venía! ¡Esa, no era mi mamá! Mi mamá, siempre va fenomenal. Como Usted misma puede, hoy, comprobar. En aquel momento, traía el ceño fruncido, los labios súper apretados y, casi temblando, me dijo: «toma este bolso, cielo. Deshazte de él cuanto antes».
          - ¡Jopé, mamá! ¿Qué te ha pasado?
          -No pierdas tiempo. Haz lo que te digo. ¡Ya!, luego, te espero en el parking -me contestó.
Arranqué sin rumbo fijo llevándome el bolso. Y unas calles después, se lo juro, me topé con mi amiga PL, que estaba charlando con un agente de la ORA. ¿Quién no los conoce, con su chaleco amarillo y con su maquinita dichosa? Estaban ambos apoyados sobre el capó de su coche. Entonces, se me ocurrió decirle:
          -Súper guapa, te dejo este bolso dentro de tu coche. Voy a la frute y luego lo recojo.
          -Vale. Nos vemos -respondió PL.
Nada más introducir el bolso en el coche y cerrar la puerta, volví de nuevo junto a mamá. Al llegar al parking, mamá se encontraba hablando con un hombre. Parecía policía. Al poco, llegaron otros tres agentes, que registrando el interior del coche se llevaron algunas prendas que allí había. Y, ¡súper fuerte!, con esos modos súper bruscos suyos nos dicen: «venga, venga, a Comisaría. Allí hablarán con el Comisario». Así fue lo ocurrido aquella tarde. ¿Que, Usted quiere que le diga cómo era ella? Jolines ¡Qué fuerte! Conmigo se portó cómo una mujer cruel. Aunque ya nos conocíamos, cuando pasó a ser mi jefa empezó mi mega calvario. Quizá, para limar diferencias, o para aliviar ciertas tensiones - ¡quién lo sabe!-, me invitó una tarde a su casa. Luego de charlar un rato se acercó a mí, y acercando su nariz a mi cuello y después de besarlo, va y me dice:
          - ¿Te apetece acostarte ahora conmigo?
          - O sea, ¡Qué fuerte! Cómprate un bosque y piérdete dentro de él -le contesté. 
Vista mi respuesta y mi cara de desagrado, me soltó, y a continuación me dijo:
          -Quédate. Hicimos fija tu plaza. Si accedes a mi proposición ganarás muchos puntos. Nada te pasará.
          -Ministra, ni estoy como un queso ni soy bombera. Así que no tengo manguera que apaguen tus fuegos. Búscate otra Barbie -le contesté.
O sea, Señora Jueza, debo decirle que, a partir de ese momento, comencé a sufrir y a penar. ¡Qué culpa ve Usted, Señoría, que tenga yo! Ella comenzó a acosarme de un modo atroz y cada día que pasaba era un sin vivir para mí. ¡Jope! Me pasaba todo el santo día yendo al váter a orinar. Desde entonces, no duermo, no salgo con nadie, no tengo ingresos, solamente vivo con lo que me da papá, y, lo peor, he adelgazado más de 25 kilos. El especialista me ha recetado un rosario de antidepresivos.
Cuando le expliqué a mamá el encuentro que tuve con la Ministra, puso el grito en el cielo. ¡Buena es mamá! Empezó a jurar y echar pestes contra ella y no paraba de hacerlo, incluso, después de razonarle cómo fue mi negativa. Mamá, desde entonces, lo ha tenido claro. Me decía: «Esa cabrona -con perdón, ¿qué feo verdad? – te ha retirado su confianza y roto tu contrato laboral al no acceder a sus proposiciones deshonestas». Sí, eso me dijo mamá.
O sea, Señora Jueza. Le confirmo su sospecha. Sí. Mamá y yo buscamos armas por Internet. Claro, sin decirle nada a papá. Pero eso sucedió en los primeros momentos de rabia. Pero llegó un momento en que lo vi como una locura. Traté, entonces, de convencerla para que se olvidara del tema. Yo, al menos, lo dejé. ¡Se lo juro por mi vida!

Declaración de PL, Policía Local de Zopencolandia, ante la misma jueza

“-Yo, Señora Jueza, estaba esperando a que abriese una tienda de manualidades, próxima al lugar por el cual la pasarela atraviesa el río Pormesga. Pasadas las cinco de la tarde apareció de repente mi amiga OP, quien me comentó que iba a la frutería, y que regresaría en poco tiempo. Yo, en ese momento, me encontraba hablando con un agente de la ORA, mientras mi coche permanecía situado a mis espaldas. Si alguien introdujo el bolso, que contenía la pistola con la que dispararon a la Ministra y que días más tarde localicé, yo no lo vi. Es más, en mi coche viajó una conocida mía que tampoco se percató de la existencia del bolso. Días más tarde, mientras buscaba unas monedas que se me habían caído entre los asientos, fue cuando encontré el bolso que yo misma había regalado, hacía pocos meses, a mi amiga OP.”

Declaración del testigo PJ, Policía Nacional jubilado, ante la misma jueza

“-Sí. Señora Jueza, La mujer que se sienta frente a Usted, fue la que vi utilizando la pistola para asesinar a la Ministra. Pues los hechos sucedieron como voy a contárselos. Ese día, mi mujer y yo nos cruzamos en la pasarela con la Ministra. Iba vestida como de fiesta, y sus zapatos eran de tacón de aguja. Mi mujer me comentó: «Esa debe de ser alguien importante del Ministerio, porque la he visto en la televisión». A pocos metros de ella, por detrás, la seguía otra mujer. Daba la sensación de ser su escolta. Iba vestida casi de incógnito. En un día primaveral, la supuesta escolta llevaba una parca de invierno color caqui, una gorra oscura de paño, un pañuelo moteado de lunares blancos sobre los hombros y un bolso negro en bandolera. Nada más dejar a ambas mujeres a nuestras espaldas, escuché un ruido seco, como un petardo. De forma instintiva mi mujer y yo nos giramos. La Ministra estaba cayendo hacia adelante, totalmente rígida. Ya en el suelo, la mujer con quien nos habíamos cruzado instantes antes, se agachó sobre la Ministra y, a unos cuatro o cinco centímetros de la cabeza de ésta, le efectuó tres disparos. Observé con claridad cómo la cabeza de la Ministra, que yacía boca abajo, rebotaba con claridad sobre el suelo. ¿Por qué me arriesgué a seguirla? Pues por la costumbre de mis años en activo. Mi mujer permaneció allí llamando al 112, a la vez que yo empecé a seguirla. Durante el tiempo que duró mi persecución nunca observé que tirase el arma, que llevaba siempre dentro del bolso, donde la introdujo cuando remató a la Ministra. En un momento dado, le perdí la pista. Unos cuatro minutos más tarde volví a encontrarme de frente con ella. Y, entonces y no tenía el bolso ni la gorra. Su parca, ahora, la había cambiado por una cazadora de color beige clarito, pero conservaba las gafas de sol y los zapatos bajos tipo manoletinas, lo que le facultaba dar pasitos cortos, pero con mucha velocidad.
No sabría decirle dónde había dejado el bolso. No pude verlo. Al escuchar una sirena de policía me giré para hacer señales, mientras tanto, ella aprovechó para esfumarse. Por fortuna, gracias a un hombre, que estaba sentado en la terraza de un bar, pude localizarla. Este hombre, con gafas de sol y una visera de color azul tejano, y que había visto la persecución, me hizo señales indicándome que la mujer estaba un coche deportivo tratando de esconder la parca y la gorra bajo el asiento. En esos momentos llegó el coche de la Policía. A los integrantes de la patrulla les indiqué que esa mujer del Mercedes deportivo era la que había efectuado los tres disparos en la pasarela.
Cuando los agentes le estaban pidiendo la documentación a la supuesta asesina, a la asesina, diría yo, llegó una chica joven, de treinta y tantos años, calculo yo, que alarmada con la situación que allí reinaba, preguntó qué es lo que ocurría. Se identificó. Dijo que era su hija, de la criminal, la hija de la criminal ya me entiende. Apenas unos minutos más tarde apareció un furgón policial, donde acabaron madre e hija.
Sí, Señora Jueza. También nos cruzamos con un farlopero a quien solemos ver a menudo por los alrededores. Iba con paso rápido, como si tuviese prisa por algo.”

Comparecencia del drogadicto señalado por la acusada MR y por el principal testigo PJ

“-O sea, ¿qué me culpan a mí de apiolar a esa jefa de la bofia? No le digo. A ver señoría, porque es Usted quien mete en el trullo a mis colegas, ¿no? Pues le digo que yo no fui. ¿Me explico? Le repito, yo no hice ná.
Vale, vale, si yo a Usted la respeto. Mis perdones… señora jueza.
¡Es que alucino! ¿Por qué creen que yo dejé unos perdigones en el cuerpo de la ministra? Por qué era ministra, ¿no? Pues le digo que no y que no. Yo no fui.
Claro que el menda pasaba ese día y a esa hora por la pasarela. Pero iba a buscar canela fina pa mi body. Ya estaba cerca, donde me dan mantecadabuten, cuando escuché dos o tres ruiditos. ¡Qué pasada! Me aupé un poco y… ¡joe!, señora jueza, ¡qué demasiao! Allí estaba la ministra esa, espatarrá en el suelo, con tol meollo al descubierto, digo yo.
¡Claro que había más gente! La piba, con quien me crucé, ya no estaba. Pero quedaba un guripa, que conozco y, a su lao, una mujer emperifollá demasié. Nadie más. O eso creo, pero no me haga mucho caso, que a veces se me va la pinza.
De veras, señora jueza. Ni tengo ni tuve jamás armas de fuego. Solamente camino con mi charrasca de muelle, por si tengo que afeitar a algún currito que me intente comer el coco. Se lo digo, a la buena, como lo siento, que yo malo no soy, sólo que la vida no me ha tratado muy bien y, ya sabe, tengo que buscarme la vida como puedo. Pero le aseguro, por los huesos de mi madre, que en paz esté, que yo no maté a la jefa de la pasma, que la verdad era una tía bajita, pero con huevos como un tío, ¡joder, que sí tenía huevos la pava de marras!
Y perdone, señora Jueza, que no me exprese como debiera, es que me piraba toas las clases en el cole pa’ irme de farra con los coleguillas que, como este menda, andábamos a la que se caía”.

Lo que narró el espíritu, escuchado en una cinta grabada, que la Policía encontró al rastrear el lugar del crimen 


“¿Qué? ¿Qué me sucede? No entiendo. Si me estoy desplomando. El suelo, qué alguien me aparte ese suelo, pero qué mierda es ésta, qué me está ocurriendo, por qué, por qué… por qué a mí, “Ministra, tú lo has querido”, joder, cómo que yo lo he querido, y ese aliento, qué fetidez, es un asco, no lo soporto, no puedo más, me vengo abajo, esto es un desastre, qué pasa, dónde está mi espalda, y ese agujero, qué duro está… el suelo… ay, mi espalda, no soporto ese agujero… corre sangre, sangre, horror, si estoy chorreando. Y ese suelo, cada vez más cerca…, qué alguien me lo aparte, mierda, no me oís, o es que estáis sordos... qué alguien me ayude, joder, ese suelo, la pasarela, me estoy mareando, no entiendo nada, qué alguien me ayude, acaso no me vais a ayudar, soy la ministra, y el resto no sois más que vasallos… asquerosos, “te vamos a mandar para el otro barrio”, qué voz es esa, quién eres tú, de dónde sales, se me nubla la vista. No entiendo… qué asco…"  

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