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domingo, 26 de febrero de 2017

El carnaval de la muerte

Más que un Carnaval, el útero de Gistredo está tomando el rostro de un entierro permanente. Y no se trata precisamente del entierro de la sardina, ni de ninguna anguila (como aquella que pescáramos hace décadas, siendo uno un rapacín, en las Llamas del Valle). Ojalá celebráramos el entierro de la sardina, como vemos en el famoso cuadro de Goya, que se puede visitar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ay, las Bellas Artes, cuánta emoción y ayuda nos procuran. El Arte, con mayúsculas, como un modo y un medio para evadirnos, para sentir, de todas las maneras posibles, para hacer que nuestra vida sea acaso más llevadera.
En el útero-Noceda del Bierzo estamos de entierro, un día sí y otro también, y a este paso nos quedaremos sin gente. El pueblo se quedará despoblado. Un pueblo (villa) que en los últimos tiempos ha perdido muchísima población. 

En verdad, todos y todas estamos en el mismo barco a la deriva. Y al final vamos a creernos aquello de que este es en verdad un valle de lágrimas, con más sombras que luces, más penas que alegrías. Y es que, cuando uno crece y toma conciencia de la finitud, de la brevedad de la vida, nada es ya igual, todo o casi todo se torna y adquiere tintes de amargura, por más que uno quiera verle el lado bueno y positivo a la vida, que lo tiene, al menos para quienes han saboreado los laureles rosa de la felicidad, o algo que se le parezca, pues la felicidad es término metafísico, genérico, quizá abstracto, que nos desborda a propios y extrañas. 
Cuando uno es joven, la vida parece algo infinito, y el paso del tiempo se vive con ilusión. Uno desea cumplir años a todo trapo, para hacerse mayor y hacer lo que nos viene en gana. Error. La libertad, si es que existe (que no), se pone en práctica en la infancia (hablo de Noceda, o de mi Noceda, claro está, porque en la mayor parte del orbe los niños y las niñas también mueren como las moscas, sin que nadie le ponga remedio ni cascabel al gato). 
La infancia como única patria o matria verdadera, al menos para quienes pueden vivir su niñez sin grandes adversidades, sin grandes traumas, jugando, volando, imaginando un futuro ensoñador, o algo tal que así. En la infancia se vive, luego sólo se sobrevive, llegó a decir el poeta Leopoldo María Panero, a él que le truncaron ya su primera época adulta (casi adolescente) recluyéndolo en un frenopático. 
La infancia es por tanto un tiempo de felicidad, sobre todo cuando uno no vive las penurias de un rapaz de guerra incivil ni posguerra, pongamos por caso, como tantos y tantas, que tampoco hay que obviar estas realidades. En cambio, cuando uno se acerca (peligrosamente) al medio siglo (joder, si hace nada era un niño), la vida se ve con otros ojos, aunque no quiero perder aún las esperanzas, las ganas de luchar, el deseo de seguir batallando, dando guerra. 
Carnaval en Noceda 2016

Si el pasado año la muerte se ensañó de lo lindo en Noceda, segando la vida de cerca de una veintena de paisanos y paisanas (entre ellos, no puedo ni quiero olvidarlo, la de mi padre), este año ya vamos por quinto, que recuerde. El primero, Pepín Combrao, el hermano de Toño (que fuera alcalde de Noceda a principios de los ochenta), la segunda Pilar, la mujer de Alfredo (ya fallecido) y hermana del ex alcalde Emilio. Y los tres más recientes en estos últimos días: Pedro Carrera (el padre del amigo Gelo, a quien le doy un gran abrazo y mucho ánimo), y el matrimonio Milagros y Pepe, que en tiempos tuvieran un bar, el bar Avenida, en el barrio de Vega, un sitio al que iba, siendo también un chavalín (entonces a los niños nos dejaban esa libertad, al menos a uno, tal vez por vivir en un pueblo, o por lo que fuera) a jugar al ajedrez (en aquella época era jugador de ajedrez, algo que ayudaba, cuando menos o cuando más, a repensar los espacios y los tiempos). Allá que me iba a jugar con el amigo Ricardo, que era todo un experto en jugadas ajedrecísticas y sobrino carnal de Pepe 'Zabaleta', el hijo de Secundino Zabaleta. 
A Pepe lo recuerdo siempre sonriente y bromista. Se parecía, me da la impresión, a su madre Ángela, panderetera oficial, junto con Ludivina, de Noceda. 
Ángela, la de Secundino (a quien le dedicara un texto en La Fragua de Furil) era una buena mujer, con un ánimo extraordinario. Y Pepe heredó a buen seguro ese carácter. 
Al igual que le ocurriera al maestro y filósofo Gustavo Bueno con su mujer, que nos dejara el pasado año un par de días después de la muerte de su esposa, le ha sucedido a Pepe, que tampoco aguantó la muerte de su mujer Milagros. Y en unos días de nada la Parca se los ha llevado a ambos. Qué jodido. 
Pues eso, que la muerte, en el útero, nos tiene contra las cuerdas de este ring, en el que nos jugamos la vida a cada paso, a cada instante. 
Hoy, domingo de Carnaval, estamos de luto por la muerte de nuestros queridos paisanos y nuestras queridas paisanas. Y los seguimos velando. 

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