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domingo, 29 de enero de 2017

Mapas afectivos en Turienzo Castañero

A partir de ahora la localidad berciana de Turienzo Castañero pasará a convertirse en un mapa afectivo porque mañana mismo (en realidad, hoy mismo, que ya es domingo) presentaré mi nuevo libro de viajes en este pueblo perteneciente al Ayuntamiento de Castropodame (cuyo nombre me hace viajar a algún castro habitado por mouros y xanas, esos seres fantásticos que la imaginación transforma en realidad). La fantasía, ay, me conduce por las veredas de la emoción llegando a alcanzar un estado zen, en modo flow, "sentido caminante". Como dice una amiga poeta. 
Qué maravillosa la emoción que procura el éxtasis, la belleza de la contemplación, que es un estado de felicidad. El trance como una forma saludable de tocar el séptimo cielo o velo. 
La fascinación por los mouros y las xanas, tan míticos ellos y ellas, me llevan de la mano por sendas inexploradas, y me invitan a adentrarme en otros mundos, acaso en un universo acariciador, condensado, hipnótico, con las estrellas guiándome. 

Pues sí, estas horas de la noche, tan intempestivas, tan brujiles, me llevan, en un arrebato místico o lírico, a imaginar leyendas, cuentos. Y es entonces cuando siento que puedo levitar, elevarme, trascender, viajar más allá, incluso más acá, viajar como bruxa o bruxo, encima de una escoba untada de atropina (joder, vaya estampona), recorriendo montes y valles, desde los que contemplo, extasiado, flipadín, la felicidad, la belleza del mundo, la belleza que engendra amor o el amor que engendra belleza, contemplando, como un aristotélico o platónico, el mundo. Somos aristotélicos o platónicos. O simplemente hijos de la tiznada. El mundo, ay, tan curvado, tan en expansión, tan agujereado, tan azaroso. ¿Qué ves, Max? El mundo, mujer, eso veo. ¿Y a mí me ves? Las cosas que puedo tocar para que quiero verlas. Algo así le dice el poeta y periodista ciego y viejo de Luces de Bohemia a su madame. No te pongas estupendo, Max, quiero decir, no delires Manolito. No flipes, güey, que aún es noche oscura... del alma... para que el gallo mañanero te entone un quiquiriquí espiritual. Sí, ansías en verdad esa espiritualidad, como un místico que adorara a San Juan y a Santa Teresa, esa mística salvaje y poética, que te ayuda a entrar en trance, porque la mística se vuelve lírica y la poiesis se transforma en mística, incluso aspiras, en el mejor de tus mundos, a ser un asceta, un eremita que comulgara con el sufismo y esa danza giróvaga que te hace alcanzar los cielos, esos cielos hechos con ternura, sabrosos, con regusto a frambuesa, esos cielos, que en el mundo son y están. Esos mundos que logras tocar con tus manos. 
En el fondo, te gustaría entrar en éxtasis como un derviche a ritmo de peonza, volar muy alto, volar adonde haya calor, como una cigüeña, como esas que ves en el campanario de tu ermita, de tu templo, en Las Chanas (¿serán las xanas, esas que te bailan una danza del vientre y te cosquillean el alma?), en verdad te gustaría fluir, dejarte llevar, corriente abajo, corriente alterna, por ese tiempo que se resuelve en un aquí y ahora, convertirte en gaucho y yegüero que trotara a lomos de una infancia feliz, tu infancia plena y juguetona, a orillas de un río truchero, pescando alguna anguila, también, un río-reguera poblado de molinos, donde muelen trigo y cebada tus ancestros, ese molino de Ampuero en el que te gusta exprimir el jugo limonero de las palabras, surcando tu valle, las Llamas del Valle, que te devuelven inevitablemente a un espacio afectivo, a un tiempo de manzanas newtonianas, a un huerto espiritual, filosófico, a un jardín de las delicias, acaso al huerto de Calixto y Melibea, a una infancia de cuento fluido y musical. Viajero al final o el fondo de la noche, la noche oscura... del alma, como ese Max inmortalizado por el gran Valle-Inclán, don Ramón María. Como le llamara aquel maestro fascista y rural, que provocara auténticos maremotos en sus pupilos. 

Ahora mismo te sientes en paz y en armonía recostado sobre la almohada de tus recuerdos y sueños despiertos. Y sabes que podrías realizar un viaje al día en ochenta mundos. Como el bueno de Cortázar. Y aun la vuelta al mundo en ochenta días, mejor en noventa. Un pasito adelante con respecto a Julio Verne, que no se diga. Mañana, en realidad dentro de unas horas, nomás, viajarás de León a Turienzo, acaso pasando por los montes de Igüeña, hasta llegar al Club Popular, donde presentarás tus Mapas afectivos. Y eso te ilusionará, como te ilusiona el cántico espiritual y amoroso del gallo mañanero. Y cómo te emociona el misticismo en expansión intergaláctica. Y ahora, que ya has tocado con la punta de alguno de tus dedos, quizá el índice del derecho (o el izquierdo, que aunque no seas zurdo, podrías parecerlo) el tiempo de las amapolas, que ilumina tu rostro, podrás dormir tranquilo, con esa serenidad con la que los filósofos estoicos afrontaran la vida. 



Tanto en Turienzo como en Castropodame tuve la ocasión de proyectar, en tiempos no tan lejanos, algún ciclo de cine, así que forma parte de mi memoria, de mi memoria afectiva. Y en Turienzo (Turgentium o zona elevada, según el historiador, amigo y tocayo Manuel Olano) he ejercido, en febrero de 2015, como mantenedor del Botillo que organiza el Club Popular, y que ahora, de la mano de su presidenta Rocío, me volverá a acoger para hablar de viajes y literatura de viajes, para charlar con la gente de Turienzo (y quienes así lo deseen) sobre esta pasión mía por la escritura, y en especial por la literatura de viajes, que en verdad es la madre o la esencia de la literatura, como ya he señalado en alguna ocasión. 
Me alegrará, por tanto, volver a esa tierra familiar, que siempre me ha mostrado su hospitalidad. 

 El Bierzo entero es para uno un gran mapa afectivo. Y Turienzo forma parte del mismo. Es necesario salir de la caverna, del útero, del terruño (en mi caso de Noceda), recorrer mundo, viajar a otros lugares, a otros países... a otros mundos, que a la vez se parecen y al tiempo son diferentes, para darse cuenta de que uno siente (sin ombliguismo ni regionalismo ni chovinismo...) que el Bierzo es su matria y su patria, el mapa afectivo en el que me encuentro a gusto, con familiares y amistades, con todo ese capital humano que es realmente un autentico tesoro, porque lo que importa, en el fondo, son los afectos. 

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