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sábado, 31 de diciembre de 2016

2016, un año fatídico

Si tuviera que hacer una valoración de este año, que la haré, diría que este ha sido un año marcado por la tragedia. Así lo siento y así quiero expresarlo y expresarme, sin tapujos, con absoluta transparencia. 
La muerte de mi padre (que siempre estará conmigo) lo ha marcado todo, porque él era muy grande, con una talla moral, ética, colosal. Un coloso, mi padre, al que quiero recordar una y otra vez, porque él me está dando fuerza y energía. Y me sigue susurrando palabras de ánimo. 
Su fallecimiento me pilló por sorpresa, aunque sabíamos (su familia) que ya no estaba para muchos trotes (y él también lo sabía, lo intuía, porque era alguien con una inteligencia excepcional). 
Su fallecimiento me estremeció y me removió de arriba abajo. Y sigo con el duelo. Aunque intento, por todos los medios, sobreponerme, hacer cosas, viajar... vivir, en definitiva, porque sólo tenemos esta vida, no hay nada más allá de la muerte, terrible realidad, que no nos engañen, ni dejemos autoengañarnos, sólo contamos con una vida. 
No somos gatos, que tienen hasta siete, o al menos dos vidas, como mi gato, que salió de una agonía y muerte casi seguras a principios de año (alguien le había dado veneno). A veces ocurren milagros (aunque no sea nada creyente ni creído). Y en ese caso (el del gato), así ha sido. 
Hoy lo veía tan campechano, tan robusto, buscando mis caricias. Y eso me hizo creer de nuevo en la vida. 
Los gatos, tan imprescindibles en otros tiempos, pues eran cazadores de ratones y los ratones inundaban los pueblos, son ahora bichos que no suelen ser santo de devoción de los lugareños. 
Cómo cambian los tiempos. Y qué pronto nos volvemos insensibles e imbéciles. No olvidemos que los animales también sienten y padecen, son inteligentes y tienen sueños. No hay más que darse una vuelta por algunos manuales de etología. 
El fallecimiento de mi padre (ya lo he contado) me pilló después de mi viaje semanasantino por el sur marroquí, que me supo a gloria bendita, como si me hubiera reencontrado con la serenidad, con esos instantes mágicos que procuran bienestar, acaso felicidad. 

Marruecos es un país que me religa con los afectos, con esos paisajes que me colorean el espíritu, y aun con esas gentes que muestran hospitalidad y buenas vibraciones. A lo mejor es que uno tiene sangre berebere. 
Pasé, casi de repente, de la tranquilidad a lo terrible. Y eso me ha desmontado hasta ahora. Y me ha hecho consciente, más que nunca, de la brevedad de la vida, de la realidad al desnudo, de toda la farsa social que compone este mundo. No obstante, también quiero reconocer que, después de este jodido suceso, la gente cercana reaccionó con amabilidad, con cariño, y eso lo agradezco mucho. 
También la escritura, el expresarme con palabras, como en un buen psicoanálisis, me ha ayudado a entender la muerte. Y a partir de ahora ya no tengo miedo a la desaparición, aunque eso sea doloroso para quienes me rodean. En todo caso, deseo con todas mis fuerzas aferrarme a la vida, vivir con intensidad, sentir todo de todas las maneras posibles. Dejar de lado lo insustancial, abrazarme a lo que realmente merece la pena. Creo que los seres humanos a menudo perdemos el tiempo en naderías, acaso porque la vida es eso que pasa (como dijera el ex beatle John Lennon) mientras uno está entretenido haciendo otras cosas, haciendo el bobo. Y no disponemos de mucho tiempo (nuestra sangre) para andar haciendo el cafre. O esa es al menos mi idea. 
El 2016 no comenzó con su mejor rostro, o a uno no le pareció que luciera buena cara. Con el deseo de espantar la caraja viaje a Asturias, acaso en busca de algo balsámico, que encontré en cierto modo. Luarca (ese pueblo que me hiciera soñar siendo un niño, porque de allí era el paisano Murias, al que recuerdo con afecto) me recibió con frío. No era la primera vez que visitaba este pueblo marino, cuna del Nobel Severo Ochoa. Adormilado y con escalofríos en el cuerpo, recorrí sus calles. Y me acerqué a su puerto. 
De ahí me encaminé a Gijón, ciudad que vi con ojos nuevos, como si tampoco hubiera estado nunca allí. Tal debía ser mi desconcierto que, en un momento dado, después de haberme alojado en esta ciudad astur,  creí haber perdido mi cartera, con documentación y dinero. Agradezco que Pablo, tan hospitalario y amigable, me ayudara. Un gesto extraordinario el suyo. 
También quiero recordar a María (mi prima), que me ofreció lo que necesitara. Desde Luanco María se acercó a Gijón para vernos. Y fue un encuentro catártico, productivo, hermoso. Desde entonces no hemos vuelto a vernos. Eso fue en el mes de febrero, creo recordar. ¿Cuándo volveremos a quedar, María?  
El resto del mes de febrero y parte de marzo no me han quedado grabados en la memoria, al menos en la memoria afectiva, hasta que a finales de marzo, coincidiendo con la Semana Santa, me fui, como quien se desangra (en ese momento aún no me sentía desangrado, herido sí) al Morocco, que me abrió sus brazos y sus puertas de par en par, llevándome por el valle de las rosas (del que tanto y tan bien me había hablado el amigo Antonio Robles de Mil madreñas rojas) y también por la ruta de las mil kasbashs (valles de Dra y el Todra) y luego al desierto, Merzouga dream. Un viaje iniciático, espiritual, revelador. Un encuentro con uno mismo y con los cielos estrellados de Noceda del Bierzo. Una vuelta a casa, a la caverna, como me recordara en una ocasión el maestro Gustavo Bueno, que nos abandonó este verano. 
Mi vuelta al ruedo, a la realidad, después de ese fantástico viaje en la Kasbah Itran, entre otros muchos espacios afectivos, me dejó helado, con la muerte de mi padre, el 21 de abril. A partir de ese momento se me trastocó la realidad. Y sigo trastocado (aunque intento parecer normal y coherente) a día de hoy. 
El resto del mes de abril y los siguientes meses fueron tiempos de reconstrucción, de acomodo... Y hasta alguna vivencia extraordinaria llegué a tener, dije que quería ser transparente, y lo seré, aunque no entre en detalles. Ahora no es el momento. O no me siento con ganas de contar. 
Llegó el verano con sus aires serranos y vitales, con sus aromas a vegetación y agua fluyendo por las regueras y reguerinas, los cuales me hicieron reconciliarme con la vida, con la brevedad, con los instantes.
A principios de julio estuve en el Encuentro poético de A Rúa, con Emilio Vega y Carmen Gago como almas máter, entre otros y otras poetas. 

Y luego me fui hasta Segovia, a reencontrarme con viejos amigos de mi época estudiantil en Salamanca. En esta acudectal y alcacereña ciudad nos vimos Agustín, Abel y el menda.
Y después de esta correría, me acerqué, como suelo hacer cada año, al festival de Ortigueira, que ha perdido fuelle en los últimos años, aunque a uno Ortigueira le sigue pareciendo un lugar para poner en practica el retiro espiritual, haciendo, eso sí, ejercicios musicales. Y los aires me llevaron hacia las tierras bajas, esa Holanda que se me antoja un gran cuadro pictórico.

Me entusiasman Vermeer y Hals y Rembrandt. Y tantos otros flamencos. Es probable que uno también hubiera sido holandés en otra vida reencarnada (olvidaba que uno no cree en otras vidas, pero valga la licencia). Y de Holanda, pasando por el aeropuerto de Barajas-Adolfo Suárez (con parada en el Madrid de los Austrias), viajé al Levante (bueno, con escala en Cuenca). 
Valencia me recibió (gracias a buenos amigos) con una paellica (paellona) en el Saler. Y el Levante, aún más profundo y acogedor, me arropó con amistad y afecto. 
La luz del Mediterráneo me insufló vida. La luminosidad es fuente de energía, por supuesto espiritual. 
Agosto fue el mes de Mapas afectivos y refugio en el útero de Gistredo. Con alguna escapada a Coruña para ver/escuchar algunos conciertos. Agosto fue mes de charlas, siempre estimulantes, con grandes amigos. 
Y Septiembre llegó cargado de trabajo porque tenía encomendada la tarea de poner en marcha los cursos de la Universidad de la Experiencia en el Campus de Ponferrada. Con gusto y muchas ganas los puse en marcha hasta su inauguración en octubre, que fue mes también de trabajo. 
En septiembre recuerdo la presentación en León de Mapas afectivos. La recuerdo con cariño. 
Roberto Soto y David Rubio me arroparon en la sala Región del ILC, que estaba abarrotada de gente. Una maravilla. Olvidaba que también en septiembre presenté, bajo el título de una charla-coloquio sobre literatura de viajes, Mapas afectivos en el Museo de la Radio de Ponferrada. Gracias, Miguel Varela, por apoyarme.  


Octubre y noviembre han sido meses de trabajo y presentaciones, en diversos lugares, de Mapas afectivos, entre ellos Astorga, de la mano del periodista y escritor Tomás Alvarez, Valladolid, con el periodista y escritor Aniano Gago como maestro de ceremonia, y en Bilbao, donde me reencontré con grandes amigos, lo que me hizo mucha ilusión. Sobre este viaje, me gustaría extenderme en otro momento. 
Y diciembre ha pasado volando, como un suspiro, con muchas vacaciones y un viaje al sur de España, en concreto a Málaga y Granada, al que también me gustaría dedicarle otro espacio en otro momento. La capital española siempre como punto de parada y partida, en este caso, hacia el Sur.

Me quedan algunos eventos reseñables, como las Tardes Literarias en Bembibre, que este año tuve como invitados de honor a Marta Muñiz Rueda, Pablo Huerga, Ángel Petisme (acompañado de Carlos Huerta, el solito trovador) y a José Luis Moreno-Ruiz. De febrero a junio. O bien el encuentro literario en Noceda (en agosto), en el que estuvieron Reme Álvarez, Toño Morala, María José Montero, Miriam Alonso, Álida Ares y Mar Mirantes (Luna). 
Justo el día después se celebraba la boda de mi sobrina Vanesa en la catedral de León. Y el ágape en Carrizo de la Ribera. 


También hubo clases, presentaciones de libros, colaboraciones, teatro con mi alumnado... Seguiré haciendo examen de conciencia. A ver qué sale. 

En el Tomelloso

Ayer noche, como ya viene siendo habitual en los últimos años, nos dimos cita un puñado de 'plumillas' en el histórico bar Tomelloso de Ponferrada. El Tomelloso, ay, me hace viajar de la mano de Antonio López por el sol de algún membrillo. 
Siento haber faltado el pasado año porque otros menesteres, que ya no recuerdo, me lo impidieron. Pero este año pude estar puntual en esta reunión. Estaba previsto que nos 'ajuntáramos' una veintena pero al final nos quedamos poco más de media docena, pocos y bien avenidos, que es lo que cuenta. Ni siquiera Juanma Colinas, el patrón del barco, estuvo presente para acompañar a sus colegas marineros a arribar a buen puerto. Y tampoco lo hizo el aventurero Valentín Carrera, que hace unos días andaba por Ushuaia.  
Cuenya, Alberto, Noemí, Gabriel, Toño, Raquel y Pablo

Cuídate, Juanma, recupérate. Baja esa fiebre. Y ponte bueno. A ver si coincidimos y quedamos en la próxima, que a buen seguro será en enero, con la ciberbotillada en Cacabelos. Este año tampoco quiero perdérmela, que no sólo de alimentos espirituales vive el ser humano, sino del vino y el botillo bercianos. 
No obstante, sí estuvo presente en cuerpo y alma el otro jefe y veterano periodista, el capitán y experto en lobos Toño Criado, que es cliente conocido del Tomelloso, esa cantina con solera, que invita a sus parroquianos y parroquianas a sentirse como en otra época. 
Se lo decía a Toño, en el transcurso de la comida, el Tomelloso me hace recordar a aquella otra tasca conocida como El Bolo, adonde solía ir con mis padres, cuando había que echar el día en la capital del Bierzo. Entonces, Ponferrada parecía que estuviera a años luz de Noceda. Entonces, el tiempo era otro. Y el espacio se revelaba enorme bajo los ojos atónitos de un rapaz acostumbrado a un pueblo del Alto Bierzo.
Conservo bellos recuerdos de aquel bar, El Bolo, que contaba con una estupenda terraza, cubierta de parras, eso recuerdo, a lo mejor no era como lo recuerdo. A mi padre le gustaba mucho. Y eso me emociona. En todo caso, la vida es como uno la recuerda. 
Al amor y calor de unos vasos de vino (de vino honroso, como recordara Toño Criado que dijera el maestro Pereira) y unas tapas de pulpo, hablamos y reímos. Ah, también el dueño (César, creo recordar que así se llama, mi memoria ya no es elefantiásica, bueno, tampoco recuerdo si Pereira decía vino honroso o algo así, vaya lío) nos sirvió unos pedazo tortilla de patata aderezados con callos en su salsa, que estaban de rechupete.  
Siempre resulta agradable intercambiar pareceres, conocer a gente (de los que estábamos sólo conocía a Noemí, Alberto y a Toño). Fue un placer compartir con todos y todas (Raquel, Gabriel y Pablo, aparte de los ya mencionados) viandas, vino honroso y charleta. 
Me prestó este encuentro. Hasta el próximo.

viernes, 30 de diciembre de 2016

La muerte en el útero de Gistredo

Que la muerte lo preside todo es un hecho bien palpable. No hace falta ser muy espabilados ni espabiladas para darse cuenta de esta obviedad. 
Pero a menudo nos resistimos a admitirlo, a saber que tarde o temprano (más pronto que tarde) nos iremos todos por el mismo sendero, hacia la nada, claro está. Polvo somos y en polvo nos convertiremos, polvo intergaláctico. Dicho así hasta suena a lírica. 
No quiero ser pesimista, sólo deseo entender lo que a priori podría resultarnos absurdo, irracional, sobre todo en nuestro mundo occidental, donde la vida es algo sagrado. O lo parece. O eso nos venden, cuando la realidad es otra, harto cruel y demoledora. Bueno, no tanto, sobre todo si hacemos memoria y nos vienen a mientes la Primera y Segunda Guerras Mundiales, Holocausto incluido, además de nuestra Guerra Incivil y otras guerras, que convirtieran a Europa en un gran cementerio. 
Que la vida vale muy poco, o nada, como en México, por ejemplo, lo sabemos de buena tinta. Y que la vida no vale un carajo en tantos lugares del orbe terrestre es algo absolutamente real. No hay más que arrojar la vista hacia África, el polvorín oriental, la América al completo (si exceptuamos, quizá, Canadá). 
La muerte nos ha dado un buen mazazo este año. Nos ha atizado duro, arañándonos las entrañas. Este año hemos asistido a la muerte de gente cercana, querida, muy querida, como el caso de mi padre, al que siempre tendré presente, en esta y en todas las épocas del año. 
Mortal (y poco rosa), por decirlo a lo Umbral (que compuso su prosa poética tras la muerte de su hijo Pincho) se ha revelado este 2016, que ha venido, como digo, cargado de muerte, con aguinaldos sombríos. 
En este caso Tánatos ha vencido por goleada a Eros, que se ha visto mermado, casi anulado, en un partido sólo apto para personal a prueba de bombas. 
Y ahora no nos queda más remedio -acaso haciendo corazón de tripas- que darle realce al Eros, sacarlo a flote en este mar de marejadas. Pero no debemos olvidarnos de Tánatos, que sigue ahí, ojo avizor, escondido tras las sebes, agazapado como una puta o puto (hija o hijo de su chingada) tras los motojos de un bosque que nos impide ver los árboles.
Sólo en el útero de Gistredo se habla de unas dieciséis o diecisiete muertes:  Carmen, la de Isaac, Pepita, la de Tomasón, Felicitas (Fita), la mujer del Alemán, Antonina, la de Tomás Nogaledo (lamento que la muerte de esta señora, madre de buenos amigos, me pillara fuera, viajando por Holanda), la madre de Maika (con quien me siento hermanado en el dolor), Pepe Furil, el herrador, Feliciano Caído, el del Hondo Lugar, Jose, el hermano de Eladia (la ponchera oficial de Noceda)... son algunas de las muertas y muertos de este año negro en Noceda del Bierzo. Siento no acordarme ahora mismo de todos y todas. Las cifras, para un pueblo tan escaso en población (sobre todo joven), espeluznan. 
Dan ganas de salir corriendo. ¿Adónde? Si la muerte siempre corre tanto o más veloz que uno mismo. Y conoce cada escondrijo como la palma de su mano, en realidad de la nuestra, porque la muerte la llevamos con nosotros, por eso a veces se nos pone cara de muertos o de muertas. El muerto o muerta que seremos (que somos, incluso) nos delata. 
A medida que transcurre el tiempo, uno se hace más consciente del mundo en que vivimos/morimos. Y ya nada es igual. Ya nada será igual después de la muerte de un ser tan querido. 
Cuando éramos jóvenes veíamos el mundo con ojos de asombro, cuando éramos niños disfrutábamos de ese tiempo que parecía extenderse más allá del infinito curvado del universo. Entonces, todo era vida y dulzura, esperanza nuestra (joder, me ha salido vena catolicona, qué rancio me he puesto). Pero a partir de la conciencia cercana de la muerte, del paso inexorable del tiempo, la supuesta felicidad, la tan ansiada ataraxia, se queda fuera de onda. 
El mes de abril, después de danzar por dunas de ensueño y contemplar un firmamento estrellado y protector, me llegó el gran golpe. Como si esa templanza contemplativa se rompiera de golpe y porrazo. Nunca lo olvidaré, nunca olvidaré cómo, al salir de las clases de escritura que imparto en León, se me nubló el cuerpo y la mirada se me puso del color de la muerte. Y tengo la impresión de seguir con ojos de muerto. 
Josefa, mi vecina

Recientemente, mi vecina la señora Josefa (la mujer del ya fallecido señor Felipe), que era casi casi hermana de mi padre y una madre para mi familia, también nos dijo adiós, mientras uno andaba danzando por el Sur de España (delante del Cenachero de Málaga me encontraba justo en ese instante).
La noticia me la comunicó, vía whatsApp, mi amigo Jose, a quien agradezco que me lo dijera, aunque ya fuera tarde para poder asistir a su funeral. Lo sentí y lo siento en el alma porque sabía (ella misma lo llegó a verbalizar) que, tras el fallecimiento de mi padre, a ella se le había ido un hermano, con quien compartía charlas, complicidad, tantas y tantas cosas. 
Me da una tristeza enorme que, personas tan cercanas, se vayan. 
También, a lo largo de este brutal año, se nos ha ido Maisi, la mujer de Paco, de Robledo de las Traviesas, el hermano mayor de mi cuñado Benjamín. Y hace nada Gildo, a quien veía, siempre campechano y jovial, haciendo sus rondas, tomando sus vinos. Bueno, hacía tiempo que este buen hombre no andaba nada bien. 
La escabechina es grande, copiosa. Y, a este paso, Noceda del Bierzo se convertirá, no tardando, en un cementerio. Escalofríos me da sólo de pensarlo. 

Cela: Mi nombre es Wendell Espana

Hace un siglo que nació el Nobel Camilo José Cela, don Camilón, aquel paisano del que tantas cosas, no siempre buenas, se han dicho. Aún  siendo verdad, que fue un plagiador, delator, censor... cabrón, su obra me sigue pareciendo inmensa. Y con eso me quedo. Me da coraje, muy mala leche, que a menudo en este país nos quedamos con los chascarrillos, somos muy dados al faranduleo, y lo realmente importante lo dejamos de lado. Vemos la paja en el ojo ajeno, en el otro o la otra, pero no vemos la viga en el propio. ¿Verdad? También nos quedamos con la mala imagen de Umbral, otro coloso de las letras, insuperable en su quehacer literario, periodístico. Después de Umbral, el columnismo se ha quedado cojo. Un autentico genio. Pero no perdonamos (si algo hay que perdonar, que tiene tela el asunto) su pose cascarrabias, ni pasamos por alto cuatro gaitadas, que están grabadas a fuego en el subconsciente colectivo, que lo menosprecian, incluso lo vuelven invisible. Qué pena. Lo mismo ha ocurrido, más o menos, con Gustavo Bueno, el gran filósofo español, al que la masa tomaba por el pito de un sereno. Eso creo. Somos o nos comportamos, a menudo, como cabestros. Podría continuar... pero lo que me apetece sacar es este texto que escribiera hace tiempo, justo cuando se murió el marqués de Iria Flavia, que permanece enterrado en su tierra natal. 


“Mi nombre es Wendell Espana, Weldell Liverpool Espana, quizá no sea Espana sino Span o Aspen, nunca lo supe bien, yo no lo he visto nunca escrito...”. Así arranca la novela Cristo versus Arizona de C.J.C, que ya es carne de cementerio. 
Cela. Foto M. Cuenya

Nunca me he cansado de leer y releer a Cela. Confieso que cuando leí Cristo versus Arizona me quedé como deslumbrado, como con ganas de escribir algo parecido. 
Su obra, genial y abundante, siempre estará por encima de su persona, aunque en él vida y literatura hayan sido el mismo asunto. 
Cementerio de Iria Flavia. Foto M. Cuenya

De Cela se han dicho tantas cosas que uno ya no se fía de ninguna. O por mejor decir, a uno no le preocupa demasiado si Cela fue un cabrón o un alma de la caridad. La ética maniquea del bien y del mal hace tiempo que dejó de interesarme. Además, no siempre acierta uno a darle gusto a todo el mundo. Es imposible. No siempre está uno bien visto por toda la humanidad. En ocasiones, ni siquiera por los que te rodean. Con lo cual lo mejor es hacer oídos sordos al teatro de la crueldad que impone esta vida hecha de absurdo e infamia. Si estás dispuesto a tragar todo lo que dicen de ti, no te queda más remedio que sucumbir, arrojar los trapos y el cuerpo a los buitres, aun antes de que te dé tiempo a atarte los machos.
            No tuve la suerte de conversar con Cela, aunque sí llegué a verlo en Oviedo en el Hotel Reconquista, allá por los años ochenta y pico, dando una conferencia. 
Recuerdo que aquel señorón me impresionó por su talla y su discurso atinado y emocionante. Tras una apariencia brutal a menudo se esconde un ser sensible. No conviene fiarse mucho de las apariencias. Me quedo con la dialéctica platónica del regressus y progressus, de las apariencias a las esencias y viceversa.
Tumba de Cela.  Foto M. Cuenya

            “Ahora ya es tarde para volver sobre los pasos perdidos -escribe Cela en Oficio de tinieblas 5- sobre las singladuras cuyo último y único puerto es la muerte no debe causarte el menor enojo el que los demás se rían de tu muerte tú cumples no siendo cruel ni contigo mismo quede la crueldad esa máscara de la impotencia para los demás”. Qué hermosas y a vez crueles palabras. La muerte como último y único puerto. Terrible realidad.  No sé quiénes pueden estar riéndose de su muerte, pero a mí me entristece mucho que se haya muerto, “no niegues que te entristece decir adiós a la mar el precio de la derrota es el tener que ir diciendo adiós a las cosas a los rincones y a los paisajes...”. 
Es angustioso decir adiós a la vida, por más que uno intente hacerse el duro y valiente. Resulta duro navegar en medio de la mar abierta porque, a veces, no se llega al puerto que uno cree, sino que el viaje termina de mala manera.


martes, 27 de diciembre de 2016

Un garbeo por el Nilo


Escribí este artículo en 2007, durante mi etapa en la Escuela de Cine de Ponferrada, donde tuve el gusto de conocer a tanta gente del cine, entre otros muchos al afamado decorador Gil Parrondo, que nos acaba de decir adiós. Vaya año de muertes que llevamos.


Hace unos días estuve dando un garbeo por el Nilo, ese río mítico y sagrado, que tanto nos ha invitado a soñar. Desde que era pequeño siento fascinación por los ríos. Me entusiasma aquello que fluye, lo que sabe a agua y en definitiva huele a vida, porque el agua es principio de vida. Por fortuna, en el Bierzo aún contamos con agua suficiente, y sobre todo con manantiales medicinales. Como en el útero de Gistredo, Noceda del Bierzo, donde hay aguas sanadoras, que procuran la longevidad de sus habitantes. Tal vez por eso los oriundos llegan al siglo con tal entereza, como es el caso de Rosalía, la de Josetón, que lo cumplió hace algo más de un mes, o bien María, la Cica, y Encarnación, la madre de Pepe Álvarez de Paz, que en breve llegarán a los cien años. Desde esta fragua les envío un cariñoso saludo. 

Los ríos, que son vida, y en concreto el Nilo, me han hecho recordar aquellas charlas con Gil Parrondo, cuando el oscarizado director artístico venía a impartir clases a la Escuela de cine de Ponferrada. Conviene señalar que el maestro astur es el español que más Óscars ha conseguido, entre otros, por Doctor Zhivago. 


Recuerdo una en especial en que el entrañable Parrondo me contó su experiencia, mágica y/o mística, a orillas del Nilo. Me dejó hipnotizado. Y es que Gil Parrondo, además de una gran persona, es alguien con verbo encantador y extraordinaria sensibilidad artística, lo que hace honor a su profesión. En el cine los directores artísticos, antaño conocidos como decoradores, suelen ser los más instruidos y razonables, incluso los más equilibrados, porque sabemos que en el mundo cinematográfico hay mucho “artista” que se cree la mamá de los pollitos, que diría un azteca en lenguaje callejero. Véanse sino algunos directores y actores, que están de atarse los machos. Parrondo, por el contrario, es humilde, de trato afable, agradecido, un “viejecito” en plena forma, al que le gusta tomar sus gin tonics como digestivo, y que nos emociona cuando nos cuenta historias, como aquel día, mientras comíamos, que dijo que el pan estaba riquísimo. “Este es pan bíblico”, apostilló. 

En aquella ocasión habíamos ido a comer a La Fonda, ese restaurante casero, en medio del casco histórico ponferradino, por el que han pasado tantos cineastas de reconocido prestigio. 

La Fonda es uno de los comedores con mayor encanto del Bierzo. Y en verano su terraza al aire libre se me antoja deliciosa. De momento seguiremos dándole vueltas al Nilo y a esa megalópolis bestial, polvorienta y animada que es El Cairo.





La fragua literaria leonesa: Hernán Migoya

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La Fragua Literaria Leonesa

Hernán Migoya: "Nunca he militado en ninguna ideología ni lo voy a hacer jamás: sólo milito en los cómics"

Manuel Cuenya | 27/12/2016 - 09:25h.

El polifacético Hernán Migoya, autor de 'Deshacer las Américas', está ahora precalentando para escribir otra novela. Y su intención es dedicarse durante varios años a crear literatura fantástica.

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Hernán Migoya en la imagen con un cinturón leonés, un regalo de su padre que recibió cuando tenía 15 años y el único recuerdo familiar que se ha llevado a Perú, donde vive ahora. Foto: David Campos.
La primera vez que oí hablar de Hernán Migoya fue a propósito de su primer libro de ficción, 'Todas putas', cuyo título ya resultaba impactante. Un 'best seller' que provocó un monumental revuelo, y que ahora le parece escrito a la buena de dios, "pero contiene valentía y frescura en una época de literatos cobardes".
Luego supe que este autor era originario de Ponferrada. Transcurridos los años le perdí la pista, hasta que, recientemente, con motivo de su nueva novela 'Deshacer las Américas', contacté con él.
En la actualidad, vive en Lima (Perú), desde donde ve España como un país unido por los odios. En tierra andina -en la que Hernán tiene la impresión de que se aprecia la cultura española-, escribe artículos y cuentos para la prensa peruana y española, y dirige una colección de cómics desde casa, "las mañanas las dedico a follar; las tardes, a leer; las noches, a ver películas, que compro en un mercado limeño", se despacha a gusto Hernán, que es  un apasionado del cine, el cual le sirve, en su opinión, para escapar de la tediosa convención que llaman realidad a esa mansión de fantasmas en que con el tiempo se ha convertido la historia cinematográfica, "fantasmas que la mayoría de la gente ha olvidado y que siguen pululando viejas películas". Por eso, le encanta mirar sus miradas, proyectarse en ellos, identificarse con sus cuitas, revolcarse en el anuncio que promulgan de la muerte y el olvido. Tanto es así que este polifacético artista ha llegado asimismo a dirigir alguna película como '¡Soy un pelele!'. Quien desee profundizar en su carrera profesional en el ámbito de los cómics, la literatura (y también el cine) le recomiendo que visite su página hernanmigoya.com
Comenzó su carrera artística como guionista de tebeos –gremio que no piensa abandonar nunca–. Y cuando llevaba diez años guionizando cómics y ganando premios, escribió 'Todas putas'. Entonces, el 'establishment' literario dijo que era un don nadie, que salía de la nada. "Por eso es importante para mí destacar mi labor como guionista de cómics. Siempre seremos la más fea del baile y me encanta que así sea, porque eso significa que seguimos a pie de calle, que no nos han metido en una urna intocable para que cuatro gilipollas se sientan superiores escribiendo de nosotros. El cómic sigue vivo, bastante más que la literatura 'respetable'... Bueno, nunca he militado en ninguna ideología ni lo voy a hacer jamás: sólo milito en los cómics", suscribe sin cortapisas el autor de 'Putas es poco', que es como la continuación de aquella ópera prima suya, aunque reconoce que este libro es sensiblemente mejor en cuanto a la calidad formal de sus cuentos.
"Es importante para mí destacar mi labor como guionista de cómics. Siempre seremos la más fea del baile y me encanta que así sea (...) El cómic sigue vivo, bastante más que la literatura 'respetable'..."
"A estas alturas me aburre un poco hablar de mi obra, porque siempre siento que la rebajo con mi estupidez y mi tendencia al cretinismo", precisa Migoya, que siente predilección por su novela 'Observamos cómo cae Octavio', "creo que si esa novela la hubiese firmado cualquier otro escritor que no fuese el autor de 'Todas putas', hoy sería una referencia para muchos", apostilla este hijo de emigrantes, cuyos padres se conocieron en Buenos Aires y luego se trasladaron a Barcelona.
Cuenta que el hecho de ser hijo de emigrantes le procura una perspectiva burlona hacia los afectos conservadores, y le entusiasma el sustrato rural de su familia, que lo hace más impermeable a las zozobras mentales urbanitas. En este mismo sentido, se alegra cuando lectores leoneses lo saludan.
"Mi padre es de Fabero del Bierzo: su madre de Cacabelos y su padre de Mieres, dicen que el mejor minero de la cuenca, condenado a muerte y luego con pena conmutada a prisión en Ponferrada, durante la guerra. Mi madre es natural de Posada de Valdeón, en los picos de Europa", recuerda Hernán, que no se define como nostálgico ni patriota de ningún sitio, si bien siempre ha sentido que tiene bastante de berciano y cazurro, habida cuenta de que su familia leonesa es, a su juicio, un clan de estirpe proletaria, broncos y honestos. Como él.
Sus primeros recuerdos veraniegos están ligados a El Plantío, al castillo de los templarios y a la calle de gitanos donde vivían sus abuelos en Ponferrada. En todo caso, su nacimiento en el antiguo hospital de la capital del Bierzo (hoy campus universitario) se debió, según él, a que su padre obligara a su madre con seis meses de embarazo a trasladarse desde Barcelona, adonde habían emigrado, hasta Ponferrada, para que ella lo pariera allí, "así que imagina si es significativo para mí el haber nacido en El Bierzo... ¡Pobre mamá!", manifiesta con humor este creador, que sigue teniendo familia y buenos amigos en Fabero, como Carmina Trabado, que lo acogiera de niño y le sigue prodigando mucho cariño. Y también en la capital del Bierzo, donde siguen sus tíos Isaac y Rosi, que tanto amor le dieran en la niñez, "y sus hijos Roberto -también escritor, léanlo- y Verónica", matiza Hernán, cuyo último viaje a Ponferrada fue en tren, hace ahora unos tres años. "Al cabo de unas horas de trayecto, en el pasillo apareció un revisor con largas y lacias melenas, enjuto, roquero jipioso que me recordó a mi tío y sus cuñados en los 70: 'Mira, ya estoy llegando al Bierzo', pensé ilusionado", rememora Migoya, quien, aunque se reconoce como un mal lector de tradiciones y de modas (aparte de haber leído muy poco a autores leoneses), sí siente un gran aprecio por el escritor Vicente Muñoz Álvarez, "porque no juega a la trampa ni el cartón modernitos", y también por los chicos del Club Leteo: Alberto Torices y Nacho Abad. O bien 'El año del wólfram', la novela leonesa que más le ha gustado. "Raúl Guerra Garrido tuvo la intuición de que para escribir apropiadamente de León se tiene que escribir un western". Y en cuanto a autores de cómics, destaca al leonés Miguel Ángel Martín, "que es un genio".
Cabe señalar que el ilustrador e historietista Miguel Ángel Martín (Mrtn) comenzó su andadura artística en medios como 'Diario de León' y 'La Crónica de León' hasta convertirse en uno de los autores estrella de la legendaria revista 'El Víbora', en la que también trabajara, como redactor jefe, Hernán Migoya, que está ahora con la promoción de su reciente obra, 'Deshacer las Américas', que es probablemente la novela más importante de su carrera, y que está obteniendo un éxito de crítica insólito, según su autor, también en su edición peruana, retitulada 'La flor de la limeña'. "Para mí resulta un fenómeno muy raro, porque cada vez que publicaba un libro, los críticos me insultaban o me ignoraban... Mejor así. Trabajar rodeado de odio termina siendo cansino", revela Hernán, que nos muestra las peripecias de un escritor español llamado H en un país hispanoamericano, dispuesto a ligar, a través de las redes sociales, a tantas cuantas mujeres se le pongan a tiro. 'Deshacer las Américas' es una novela que engancha desde la primera línea hasta la última, escrita con una prosa ágil y atrevida, como hiciera, por ejemplo, el gran Henry Miller. "Es la crónica de un vividor que busca lo que quiere en tiempos grises y cuadrados.
La ficción honesta como nutriente literario
Si bien Hernán confiesa que no se trata de una novela autobiográfica ("toda novela es autobiográfica y toda autobiografía es ficción") sí toma muchos aspectos de la realidad. "Y para el personaje principal parodio sin piedad muchos rasgos de carácter míos".
"El paralelismo de la vida de D.H. Lawrence con la mía me asombra: hijo de mineros, escritor procedente de la clase obrera en un mundo de intelectuales pijos, bisexual, defensor del instinto y los sentidos, burlón por igual del capitalismo y el comunismo, represaliado por un libro 'escandaloso', autoexiliado y muerto en Latinoamérica"
Para este creador, todo es ficción: desde las noticias a los documentales que ganan los Oscar. "Pero prefiero la ficción que no pretende engañar: por eso no leo noticias ni veo documentales. Solamente me alimento de ficción honesta: novelas, cómics y películas. La ficción deshonesta (prensa, principalmente; también autobiografías, ensayos, etcétera) la dejo para los demás", advierte este escritor, que siente devoción por el gran D.H. Lawrence, "el paralelismo de su vida con la mía me asombra: hijo de mineros, escritor procedente de la clase obrera en un mundo de intelectuales pijos (en aquella época, todavía más acentuado ese contraste), bisexual, defensor del instinto y los sentidos, burlón por igual del capitalismo y el comunismo, represaliado por un libro 'escandaloso', autoexiliado y muerto en Latinoamérica. Me dan escalofríos cada vez que averiguo más datos sobre su vida. Ojalá compartiera con él la misma proporción de talento que de coincidencias biográficas", resalta Hernán, quien, en los últimos años, también se ha sentido trastocado por Daphne du Maurier, "escritora siempre denostada por la crítica, por eso no la leí hasta hace poco: empecé por la increíble 'Rebeca' y no pude parar hasta terminar todas y cada una de sus novelas. (Me falta una, que no he encontrado todavía). Ella es el escritor más perverso que he leído jamás", admite este gran lector, que ya en su infancia leía novela negra adulta: John D. MacDonald, Dashiell Hammett, James M. Cain, Chester Himes, James Hadley Chase, Ian Fleming, Andreu Martín...
"También los 'criminales' franceses, especialmente Gaston Leroux y Maurice Leblanc con su maravilloso Arsenio Lupin. El pulp clásico: Howard, Lovecraft, Conan Doyle, Rider Haggard, Sax Rohmer, Allain y Souvestre... Y el pulp español: El Coyote de José Mallorquí. Me leí la mitad de sus novelas: 96 de 192. No está mal...".
Con doce años, descubrió a Charles Williams, "el mejor escritor de suspense del siglo XX", y su mundo cambió. "Su obra me fascinó tanto que acabé viajando a Estados Unidos para conocer a su hija y escribí el único libro sobre él que existe en el mundo, 'La tormenta y la calma'. De este libro Alison Williams (hija de Charles Williams) llegó a decir: "Mi padre se hubiera quedado estupefacto al ver todo el trabajo que el Sr. Migoya ha hecho investigando sus obras y su vida".
Su adolescencia está regida por Richard Matheson y sus obras maestras 'Soy Leyenda' y 'El hombre menguante'. En general, dice sentirse identificado con escritores de género, ya sea criminal, de aventuras, fantástico o terrorífico.
En España, por ejemplo, le deslumbró el 'Tuareg' de Alberto Vázquez Figueroa. "También me marcaron Stephen King, Ken Kesey y Milan Kundera, mis escritores favoritos a los 17 años. Diez años después, Kurt Vonnegut sería todo un descubrimiento que me influyó enormemente. Hace poco, los cuentos de Ballard me han vuelto a causar ese sentimiento de revelación".
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jueves, 22 de diciembre de 2016

La fragua literaria leonesa. Manuel Cortès Blanco

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La Fragua Literaria Leonesa

Manuel Cortés Blanco: "Viajar expande horizontes en todos los sentidos: te abre de espíritu, permite conocer otras culturas, conocerte mejor a ti mismo..."

Manuel Cuenya | 21/12/2016 - 10:15h.

El médico, narrador y cuentacuentos Manuel Cortés Blanco, autor de 'Catorce lunas llenas', está ahora escribiendo una novela en la que su protagonista es precisamente un cuentacuentos, porque le encanta mezclar estilos y entremezclar esa trama de largo recorrido con los destellos de un relato breve.



Manuel Cortés Blanco



Originario de Zaragoza, Manuel Cortés Blanco vive desde hace más de diez años en la ciudad de León, su referencia, lugar al que llegó casi por casualidad, según él, invitado a una boda en la que, "por caprichos que tiene el destino", acabaría conociendo a su mujer leonesa, cual si se tratara de un cuento de hadas, habida cuenta de que al autor de 'Cartas para un país sin magia' le gusta definirse como contador de historias o cuentacuentos. En cualquier caso, su integración ha sido total y reconoce sentirse muy a gusto en la ciudad entre ríos, a saber, el Bernesga y el Torío. "Aquí vivo, resido, tapeo, escribo... y de aquí son también mis hijos", señala.
León le encanta y se considera un gran "embajador" suyo, porque siempre está invitando a amigos suyos de fuera a que se acerquen a esta ciudad para explicarles cada detalle de sus monumentos. "Y así, casi siempre que voy a verles, llevo de regalo un paquete de cecina; no hay mejor tarjeta de presentación", apostilla con sentido del humor este narrador y médico, "médico preventivista en la sección de Epidemiología de su provincia", que se encarga de atender vacunaciones, viajeros, posibles brotes... Y en sus ratos de ocio, sobre todo en fines de semana, se dedica, con su pandilla, a recorrer los alrededores y la provincia.
Le entusiasma la historia leonesa, su patrimonio, sus paisajes naturales y por supuesto la cultura del tapeo. "Junto a Zaragoza, la ciudad en que nací, la llevo en mi corazón. Y creo que así se lo he transmitido a mis hijos. Como ejemplo, Manuel, el mayor, es seguidor de los equipos de fútbol de la Cultural y del Real Zaragoza".
También cree que León entero es un vivero de Literatura, porque, además de grandes autores en todos los géneros, tiene muchísimas iniciativas artísticas y culturales. "En cualquier municipio se organiza una velada de lectura, en cualquier espacio se convoca un encuentro de poesía. Su provincia posee cientos de leyendas, a cual más asombrosa. Sinceramente, en ningún lugar he tenido antes esa sensación", se expresa, fascinado por la magia del filandón, esas reuniones en torno a una lumbre en la que se cuentan cientos de historias. "Se trata de una tradición viva que me apasiona, que he recogido en mis obras y que merece con creces ser Patrimonio Intangible de la Humanidad", propone este médico y científico, galardonado con un Premio Nacional, que siente la Medicina como una vocación y la Literatura como una pasión. "La primera es de lo que vivo; la segunda me permite vivir mejor", precisa Manuel, que entiende la Medicina como ciencia humanista, en la medida en que no deja de aprender –y de inspirarse- en el trato diario con sus pacientes, máxime cuando en numerosas ocasiones él aborda  sus miedos, sus reflexiones, sus sentimientos. "Quizá por ello no sea casualidad la gran cantidad de facultativos que se atreven en ese noble arte de escribir".
"La provincia de León posee cientos de leyendas, a cual más asombrosa. Sinceramente, en ningún lugar he tenido antes esa sensación"
Además del premio Nacional a su labor como médico, y algunos otros en el ámbito literario, que sin duda lo animan a seguir, se queda con la suerte de haber ejercido su profesión en cuatro de los cinco continentes, lo que le ha permitido conocer a mucha gente, muchas culturas, y poder escribir luego sobre ellas. "Eso sí: si tuviera una segunda vida, no sería médico sino mago. Tal vez por ello haya recurrido a la Literatura, que no deja de ser otra forma de Magia".
Aparte de encantarle la magia, mientras se queda ensimismado con cualquier juego, tiene la fortuna de ser amigo de algunos magos, entre ellos, el célebre MagoMigué, quien llegó incluso a prologar su libro 'Cartas para un país sin magia'. "Donde hay Magia, hay ilusión... Y en estos tiempos que corren tan mecanizados, eso es muy de agradecer", glosa este colaborador con distintas ONG, a quien le dijeran en una ocasión que es un niño grande, tal vez por eso ha apostado por los cuentos y la Magia. "Mientras siga viviéndolos con la ilusión que los vivo, no me importaría no crecer", reconoce con absoluta naturalidad este admirador de García Márquez, que le parece un mago de la palabra, a quien, tanto la Magia como la Literatura le sirvieran para que sus amigos le quisieran más. "En mi caso, y parafraseando al maestro, a mí me sirven para que sea yo quien quiera más a mis amigos", matiza el autor de 'Mi planeta de chocolate', que también se siente deudor de Cortázar, "un genio de sus tramas" y toda esa saga de escritores cuentistas que reivindican el cuento como género literario de primer orden. "Desde Bucay al último de la lista, han conseguido engancharme tanto a ellos, que leer cualquiera de sus relatos es lo último que hago cada día antes de dormir".
Asimismo, se queda con otros autores jóvenes de estilos muy distintos, como la novela negra de Claudio Cerdán, la carga emocional de los personajes de Mercedes Pinto, la irreverencia teatral de Chema Rodríguez Calderón, o la frescura del leonés Manuel Martínez. "De una u otra forma, todos me han conmovido y de todos he aprendido a ser mejor escritor", subraya este médico, psicólogo y cuentacuentos, para quien escribir forma parte de su vida, es su oxígeno. "Yo la comparo con esa uva garnacha que da fuerza al vino débil, atenúa al bravo y ofrece tanino (un antioxidante de primer orden) a todos los caldos sin distinción... Y es que en cada momento me proporciona justo aquello que necesito; en especial, tranquilidad".
La escritura creativa como válvula de escape
En realidad, Cortés Blanco entiende la escritura creativa como una válvula de escape que le ayuda a evadirse de los problemas. Y así lo ha vivido, incluso en situaciones tensas, cuando ha ocurrido algún desastre o conflicto. Por eso, sin ningún género de duda, cree en su poder terapéutico, tanto desde su condición de lector como de escritor. "Curiosamente, uno de los reconocimientos recibidos por mi trabajo tuvo que ver con el uso del cuento en la resolución de conflictos entre alumnos de Enseñanzas Medias, en el que participaron distintos institutos de León", especifica el autor de la reciente 'Catorce lunas llenas', que está cosechando gran éxito, con el consiguiente Primer Premio 2016 del XXXVIII Certamen Literario 'Carta Puebla'.
"Un libro interesante tanto por sus cuentos como por sus reflexiones, pero más aún por su fondo afectivo... Es una prosa suave y afectuosa, que causa la impresión de alguien que te estuviera hablando muy de cerca, quizás junto al oído", escribe el narrador Manuel Martínez a propósito del mismo.
Podría decirse que esta obra es como la continuación de 'Nanas para un Principito', aquel libro de cuentos dedicado a su primer hijo, Manuel, porque en esta ocasión se lo dedica a su segunda hija, Amalia.
'Catorce lunas llenas' (la luna como inspiración y protagonista) recoge, en su opinión, valores que ha ido desarrollando a lo largo de su vida, y por supuesto cuentos, historias que alguien acabó compartiendo con su autor a propósito de la Luna.
"Es casi una licencia personal... un libro fiel a mi estilo –reflexivo, en positivo– y a esta máxima de vida: escribir para compartir. Con el lujo añadido de unas ilustraciones estupendas ideadas por ese genio leonés llamado Lolo", señala este humanista y viajero, que ha podido recorrer diversos lugares del mundo, desde un campo de refugiados en Bosnia a un poblado perdido de Benin, llevando además sus cuentos por todos estos sitios.
"En cada lugar que he visitado intenté siempre aportar lo mejor de mí como médico, cuentacuentos y persona... Sin embargo, he acabado aprendiendo que lo que al final yo recibía era mucho más de lo que daba", explica Manuel, haciendo hincapié en que sus viajes han sido y son muy importantes a la hora de componer su obra literaria, porque sin ellos y sus vivencias, ni su obra ni su persona serían las mismas.
"Viajar expande horizontes en todos los sentidos: te abre de espíritu, permite conocer otras culturas, conocerte mejor a ti mismo... Y también permite valorar en su justa medida aquello que tienes cerca", tanto es así que muchos de sus protagonistas son viajeros empedernidos, tanto en kilómetros como en experiencias.

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