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lunes, 4 de enero de 2016

Año 2015, octubre

Octubre fue mes sanfroilanero, aunque este año sólo vi a Siniestro Total en Lugo, con motivo de estas singulares fiestas.
Lugo, por San Froilán, se atesta de gente y resulta imposible encontrar ni un triste alojamiento. Es lo que tienen las fiestas y aglomeraciones. Aquí y allá. 
También en este mes expuso su obra fotográfica Casimiro Martinferre en el Museo de León, que pude ver en agradable compañía. http://cuenya.blogspot.com.es/2015/10/casimiro-martinferre-chaman-de-la-las.html 
Y luego derechito a La Ercina, donde el gran Lorenzo Gorostiaga montó su expo de retratos e iglesias.
Por cierto, me cuenta el propio Lorenzo que se mantendrá al menos hasta el mes de febrero de este año, con lo cual invito a lectoras y lectores de este blog que se den un paseo por este pueblo minero y visiten esta exposición en la que se encontrarán con magníficos retratos dedicados, entre otros, a gente de la cultura leonesa como Pereira, Gamoneda, Juan Pedro Aparicio o Julio Llamazares. Agradezco infinito al pintor, poeta y periodista de Cubillas de los Oteros que me incluyera entre sus preferidos, algo que me entusiasma. Agradezco también al alcalde de La Ercina, Ignacio Robles, que me recibiera, nos recibiera tan hospitalario. Una maravilla. Aún hubo tiempo para acercarse, esa misma tarde, al Museo de la Siderurgia en Sabero y charlar con Roberto, su director.
http://cuenya.blogspot.com.es/2015/11/lorenzo-gorostiaga-epico-y-lirico.html 
 Octubre también fue el mes en que el poeta Abel Aparicio presentó su Alboradas en los zurrones del pastor en Bembibre, y tuve el placer de acompañarlo en esta aventura, a la que suele asistir por lo general poca gente, tal vez porque no estamos habituados a este tipo de saraos, salvo que se aderecen con unos vinos y unos pinchos, que es lo que nos encanta a los españolitos y españolitas, comer y beber a destajo. Y como dice el proverbio, de morir, morir farto. Lo demás es cuento, nunca mejor dicho, y la poesía, aun siendo de calidad, no interesa a la población. Un asunto que llevaría mucho tiempo de reflexión. Por fortuna, en el mundo sigue habiendo poetas. 
En este mes beatificaron en Santander a varios religiosos de Noceda del Bierzo y aun otras poblaciones como las vecinas Quintana de Fuseros y Villaviciosa de San Miguel (conocida otrora como Perros). Aunque no asistiera a esta ceremonia (ni tampoco sea ningún ferviente católico), me alegra que se haya llevado a buen término, porque es un reconocimiento social extraordinario para unos seres que sufrieron los desatinos de una Guerra Incivil e Incivilizada propia de cabestros dispuestos a sangrarse como a cerdos de San Martino. La comparación tampoco es del todo adecuada, habida cuenta de que matarse entre hermanos es literalmente una aberración, una barbarie inadmisible. 


 Octubre fue sobre todo el mes de viaje a Marruecos, ese país que sigue resultándome estimulante, aunque sean muchas las veces que lo he visitado y recorrido, de punta a punta, de este a oeste. Pero siempre surge alguna ocasión para volver a Al-Maghrib, tan cercano y tan diferente a la vez a nuestro país de paisitos. En esta ocasión el viaje (en extraordinaria compañía) fue a la ciudad de Fez (Fès), el motivo principal.

Aunque luego el viaje continuó por la ciudad romana de Volubilis, Mulay Idriss y Meknés. Un breve pero sustancioso recorrido por estos lugares cargados de historia y belleza, a partes iguales. Sólo la visita de Fez ya merecería un viaje a Marruecos, porque se trata de una ciudad que a los turistas o viajeros (viajeras) europeos (europeas), en este caso españoles y españolas, les resulta impactante, como si de repente uno se trasladara a otra época, acaso a la Edad Media, aunque el tiempo siga siendo el presente actual. Un choque importante.
Tampoco conviene olvidar que en algunos pueblos del Bierzo Alto, sin ir más lejos, uno tiene la impresión de haber vivido de este modo, tan antiguo, tan medieval, con los olores fuertes en la punta de la nariz, siempre pegados al ganado, incluso parlante, siempre agarrados a la teta de la vaca.
También en las aldeas del Alto Bierzo se veía a  una chavalería numerosa, inquieta y juguetona, haciendo sus trastadas, danzando por doquier tras unos turistas en este caso inexistentes, porque en los pueblos del Bierzo Alto no recuerdo a ningún turista, ni siquiera de medio pelo, más allá de los forasteros que llegaban en verano de otros puntos de la geografía española (y aun de la Europa desarrollada y las Américas), que en realidad eran emigrantes oriundos del Bierzo, o bien algún capo o señor de hechuras mafiosas, cual si fuera un Padrino o Fanucci de Coppola, que gustaba vender el capital que no era suyo, las fincas de algunos incautos, para llevárselo a las Américas.
Estoy pensando en Benito Bullarengue, al que alguna vez le dedicara unas palabras, personaje fílmico y literario, que existió en la realidad. Pero esto es harina de otro costal.


Aquella rapacería que poblaba el Bierzo Alto (con la estampa neorrealista de los muermos o mocos colgando de sus napias) desapareció a raíz del descenso de la natalidad, la despoblación y la muerte anunciada de las aldeas. En cambio, Marruecos es un país bullicioso de jóvenes en busca de un futuro que se perfila diluido y confuso en el horizonte rosa de sus ensoñaciones, o tal que así. Un país que vive en la calle durante el día, con sus tenderetes, sus zocos, su animado deambular y trasiego, con sus cincos rezos al día, con su modo de vida, porque el Islam es, más que una religión, una forma de estar en el mundo, que sacrifica y esclaviza a la mayoría de su población en aras del bienestar obsceno de su rey (incluido su séquito y harén).
No era esta la primera vez que visitaba esta capital del Islam pero me encantó volver a la misma, después de aquella mi segunda visita en los años dos mil cuatro, creo recordar. La primera vez (año de 1997) me quedé obnubilado. Me sentí como en otro mundo. Y ahora, en mi tercera visita, la Medina de Fez-el-Bali (Patrimonio de la Humanidad) me sigue pareciendo un lugar único, hipnótico, embriagador, tan lleno de olores y colores, olores que en determinados espacios (por ejemplo, en el zoco de los tintoreros y curtidores) resultan nauseabundos (aunque uno esté o estuviera habituado al estiércol animal de un pueblo como Noceda).
Ya se encarga algún buen hombre de darte menta natural para que la introduzcas en tus orificios nasales y puedas soportar tales aromas. Un espacio, la medina antigua, tan estrecho y laberíntico, donde uno, sin guía, acaba perdiéndose, a resultas de las miles de callejuelas, más de nueve mil, según algunos paisanos, que configuran esta medina, que de noche se transforma en una inmensa caverna.
El mito de la caverna platónico con sus sombras y sus luces, con sus luces mermadas, salvo en las arterias principales, donde se concentran los puestos y mercados para visitantes, como Talaa Kebira (gran cuesta) o Talaa Sghira (pequeña cuesta) por las que desciendes a un submundo de fantasía, calles que, de cara a vigilar y controlar a la fauna humana, disponen de cámaras, más o menos camufladas. Todo bajo control, nada que temer a posibles raterillos y delincuentes, antes, como en todo el mundo, conviene desconfiar de los todopoderosos, que viven de un modo impecable en sus palacios revestidos de oro (véase asismismo el Palais Royal) en Fes-el-Jedid. 
Para hacerse una idea panorámica de Fez-el-Bali (con el fin de orientarse mejor en la misma) merece la pena contemplarla desde algunos miradores, tanto desde el lado norte, próximo a las tumbas Merídinas, como desde el llamado barrio de los Andaluces (Andalusí), que visité por primera vez de la mano de una joven (improvisada guía) llamada Rajaá o Rajaé.
En este barrio puede visitarse, además, la mezquita de los andaluces, con su minarete verde y blanco. Toma su nombre, como es obvio, de las miles de familias musulmanas que emigraran en el siglo IX desde el sur de España para asentarse en la margen derecha del río Fez (otrora una cochambre, y ahora bastante adecentado, aunque sus aguas sigan enmierdadas).
En realidad, esta antigua medina está dividida por el río Fez, tal y como me/nos dijera nuestro guía Fouet, en dos grandes partes o barrios, el barrio de Qarawiyyin o Al-Karaouine (conformado por emigrantes procedentes de Túnez, de Kairuán, de ahí su nombre) y el de los Andaluces, que a su vez cuentan con sus propios barrios, unos trescientos, los cuales disponen, cada uno de estos, de su escuela, su fuente, su horno y su hamman (quedó pendiente, por desgracia, la visita a un hamman para hacerse la toilette).
Por cierto, el guía, despierto y amable, nos dio un paseo de varias horas por la medina. Un guía, todo hay que decirlo, que nos facilitó el propio Riad en que nos alojábamos. Cortesía de la casa, que se dice, acaso porque le caímos bien al patrón, tal vez porque quería recompensarnos por no recibirnos comme il faut el primer día de nuestra llegada a su hotel. Un sitio enclavado en pleno corazón de la medina El-Bali, al lado de la plaza Batha, a unos pasos de Bab Boujeloud (la puerta azul o verde, depende desde donde se mire, si desde una cara o fachada o el reverso).
Un sitio escondido, como la mayor parte de riads, con un hermoso patio cubierto con un artesonado de madera (creo que el artesonado correspondía al techo de la suite). Un alojamiento regentado por una escocesa nada habladora (ni siquiera en inglés de su tierra, salvo en los trámites previos por correo electrónico) y un marroquí coleguil y pelín flipado, que sí le daba al palique y a la fumeta. Un riad, que mejor acondicionado (lo que no quiere decir que estuviera mal, ni mucho menos) sería un hotel de lujo cinco estrellas. Lo venden como tal, en todo caso. 

Aparte de su medina antigua, Fez cuenta con un barrio judío, en el Jedid, cuyos balcones hacen recordar algunas de nuestras casas, un barrio con encanto, si no fuera porque un capullo, en su afán por conseguir nuestro dinero para fumarse y so pretexto de mostrarnos el cementerio judío, nos condujo por unos vericuetos que sólo nos llevaron a edificios destartalados, otros en reconstrucción (a tenor de los sacos de cemento, o lo que fuera, que se veían tirados por allí), y a un callejón sin salida. Vaya fenómeno.
Pero este tipo no es representativo de la gente que vive en Fez, antes al contrario, porque durante la visita a esta ciudad el personal, que nos tocó de cerca, se portó muy amable y generoso, desde el rapaz que nos consiguió un todoterreno-taxi para viajar a Volubilis, Mulay Idriss y Meknés, o bien la calesa para bordear la ciudad amurallada de El-Bali y adentrarnos en El-Jedid, hasta el propio chofer que nos llevó, simpático y educado, a estas ciudades. Y por supuesto el guía antes mencionado, o el dueño del restaurante, Des Jeunes, a los pies de Bab Boujeloud, que nos atendió como estuviéramos en nuestra propia morada, con comida siempre abundante y deliciosa: tajine, cuscús, kefta y algunas otras variedades culinarias propias del país, incluido el té a la menta (ritual magnífico), al que solía invitarnos el buen señor.
En verdad, uno se siente como en casa. Y sus gentes, a menudo hospitalarias y dicharacheras, hacen que tu viaje sea agradable. Algo que no ocurre, al menos con tanta frecuencia, en otros países y lugares, harto encerrados e ensimismados en su ombliguismo propio de los llamados países desarrollados. 
Fez, ya lo he dicho y escrito en alguna ocasión, es como Noceda del Bierzo a lo grande con sus tres barrios, a saber, Vega, San Pedro y Río, pues esta ciudad imperial marroquí se divide en la Ciudad Nueva o Nouvelle Ville (donde me alojara en anteriores ocasiones, y donde viven los padres de un amigo, Youssef, que conociera en la ciudad francesa de Dijon en los años noventa, al que fui a visitar la primera vez que viajé a Fez, y aunque él seguía en Dijon me recibieron hospitalarias sus hermanas y su padre, el doctor Fatmi), Fez-El-Jedid y Fez-el-Bali.  

Aparte de Fez, el viaje hacia Meknés, haciendo parada en la ciudad romana de Volubilis con su templo de Jupiter o el Arco de Triunfo de Caracalla, entre otros (Patrimonio de la Humanidad) y la ciudad santa de Mulay Idriss (adonde van en peregrinación los musulmanes una vez al año para visitar precisamente el Mausoleo de Idrís), fue estupendo, confortable y harto barato (todo hay que decirlo) en el todoterreno alquilado, con conductor incluido, un joven prudente al volante, sonriente, vestido de punta en blanco, con pinta de buena persona, que nos ayudó a disfrutar del recorrido con sus explicaciones durante el trayecto, poque nos dejó a nuestro valer, una absoluta libertad para visitar las ciudades. 



Mulay Idriss me pareció una alucinación, un pueblo de cuento blanco y verde, piramidal desde una de sus terrazas panorámicas, con sus estrechas, empedradas y laberínticas callejuelas, por las que también transitan los burros, algunos cargados hasta los topes, como ocurre en la medina antigua de Fez, con un minarete circular, de color verde esperanza, único en todo el país, al decir del paisanaje. Imposible negarse a que un guía improvisado, salido de la chistera de algún mago o maga, te conduzca por la ciudad o por los rincones que él conoce como la palma de su mano porque sabe que logrará su recompensa en forma de guita (dirhams o euros). Hay que ganarse la vida, y este es un modo, tan digno como cualquier otro, de ganársela, siempre que te ayude a descubrir sitios, que de otro modo te costaría descubrir por ti mismo, y aun así, no lo lograrías, si no dispones del tiempo suficiente, del tiempo necesario para familiarizarte con una ciudad, el tiempo, siempre el tiempo...
Y para finalizar este viaje llegamos a la ciudad de Meknés, que yo ya había visitado también en otra ocasión, y donde había estado de paso en una más. Me deslumbró la belleza de esta ciudad, al menos en algunas partes, y me pareció otra urbe, tal y como yo la conociera a finales de los años noventa. Cambiamos el aspecto las personas, cambian las ciudades, todo cambia y a la vez todo permanece. Recordaba sobre todo sus zocos y su Bab El-Mansour (considerada como la puerta más grande de Marruecos, incluso de África del Norte), pero casi no recordaba su gran plaza, El-Hedim, que ahora se ha convertido en una Jemaá-el-Fná, incluidos sus espectáculos callejeros. Mereció la pena la visita de la medersa o madrasa de Bou Inania.
Creo que hubiera necesitado algo más de tiempo para poder saborear esta ciudad (como se saborean los ricos dulces marroquíes), que se me mostró muy limpia y aseada, cual si fuera una ciudad del llamado Primer Mundo (quizá acabo de caer, al decir esto, en una tontería propia de un occidental).
El regreso a la ciudad con la Universidad más antigua del mundo, Qarawiyyin o Al-Karaouine, fue ya de noche, con lo cual no hubo posibilidad de leer el paisaje a través de la ventanilla del coche, tan sólo la de platicar con el chófer y la compañía viajera. A la mañana siguiente Fez nos despediría, mientras el chico, que nos había llevado de gira en su todoterreno-taxi por tan singulares y bellos lugares, nos esperaba en la plaza Batha para tomar rumbo, con tiempo, al aeropuerto Sais. Siempre el tiempo marcando nuestros devenires. Un retraso abusivo de la compañía aérea nos dejó descompuestos. Quizá nos había sentado algo mal. Quién sabe.  

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