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viernes, 11 de diciembre de 2015

Higiene mental



Esto escribía y publicaba hace algo más de diez años.         


         No hay nada más saludable que desenchufarse de la televisión durante las vacaciones de verano. Es como si te transformaras en otro ser, acaso más dinámico, dispuesto a saborear una realidad o ficción cercana, tu propia realidad, y no esa fantasía televisiva que te embrutece y te ayuda a envilecerte como persona. También resulta muy sano alejarse, unos días al menos de la tierra, incluso del país, porque eso te permite tomar conciencia de quién eres y dónde vives. A menudo tendemos a creernos el ombligo del mundo, que vivimos en el mejor de los sitios posibles.
Vayas donde vayas, si te mantienes despierto, descubrirás cosas buenas y nuevas. En la medida de lo posible uno debe quedarse con lo bueno. Es por ello que viajar a otros lugares y aun a otros países nos invita a conocernos más y mejor. Viajar es no sólo una forma de conocer a los otros sino de conocerse y aun reconocerse. Uno descubre que no necesita la televisión para sobrevivir en este universo cainita, ni siquiera es necesario leer periódicos para estar al día. Basta con vivir esa realidad o aventura vacacional, que por lo demás es breve como el sueño de un pajarito en trance de vuelo.
No es que uno sea un adicto a la televisión, mas cuando estás en casita, también enciendes la teletonta para ver lo que está ocurriendo en el mundo entorno, porque quieres estar en la onda. Y si uno no está en la onda, no participa en el banquete. Llegado el caso -y esto no es ninguna tontería- se puede utilizar la televisión como narcótico, más que nada cuando a uno le resulta difícil dormir. 

Durante veintisiete días he tenido la ocasión de desenchufarme de la televisión, la prensa diaria y todo aquello que se vuelve rutina y vicio malsano, lo cual me ha dejado como nuevo. Durante estos días no he vivido ni sufrido, felizmente, una contaminación “massmediática”. Me ha bastado con viajar de un lugar a otro y leer, a través de las ventanillas de muchos trenes, las páginas de los paisajes. Y sobre todo conversar con gente de diferentes culturas y lenguas en trenes, estaciones de tren, ciudades.



Resulta bien estimulante viajar por esta Europa nuestra, tan variopinta, partiendo, cómo no, de Ponferrada en dirección a los Países Bajos, para luego darme una vuelta por Praga, Bratislava y Budapest hasta llegar a Bucarest.
Esto es lo que tiene un viaje inter-raíl, que te permite hacer el draculín durante unos días en Transilvania, y, como si de un sueño se tratara, a los pocos días ya estás paseando por el Trastevere o visitando el Centro Sperimentale de Cinematografia de Roma.


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