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miércoles, 12 de noviembre de 2014

La pianista, de Haneke

El viernes 14, a las 20h15, cita con La pianista en el Benevívere de Bembibre. Os esperamos.

‘La pianista’ (2001) es una película del realizador austriaco, nacido en Alemania, Michael Haneke, uno de los más grandes directores de cine de las últimas décadas. O esa es al menos mi impresión. 
Desde que viera por primera vez su ‘Funny Games’ (que luego he podido ver en varias ocasiones), me quedé flipado con su modo de hacer cine. Me interesa lo que cuenta y cómo lo cuenta. Resulta demoledor, una auténtica bomba de relojería.
Buen conocedor de la filosofía y la psicología, también de la música, Haneke sabe ahondar en la condición humana, en sus bajos fondos, en el subconsciente y por supuesto en una sociedad contemporánea enferma, amparada en la música clásica, de modo que nos muestra todo eso de un modo magistral a través de sus puestas en escena, deudoras en gran parte del mejor Antonioni y el mejor Bergman, con tempos suspendidos, con la dilatación del tiempo, con ese modo pausado y reflexivo que nos invita a recrearnos en la violencia psicológica, a menudo sugerida, en los trastornos del ser humano. 
Haneke nos hace pensar y nos remueve las entrañas.

Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2013, Haneke, que se ha convertido en un director de culto, consiguió el Óscar a la mejor película de habla no inglesa y la Palma de oro en Cannes en 2012 por 'Amor'. Aunque su gran éxito fue sin duda 'La pianista', con la que ganaría asimismo el prestigioso Gran Premio en el Festival de Cannes de 2001, cuyos protas Magimel (Walter) y Huppert (Erika) también se alzaron con los premios al mejor actor y mejor actriz.

‘La pianista’, que está rodada en francés aunque se ambiente en Viena, nos cuenta una historia terrible, un melodramón, impregnado de violencia psicológica y física y descargado de romanticismo, entre una pianista trastornada y su alumno, también desequilibrado, que se siente locamente enamorado de su profe. Un amor que se resuelve en pura locura, en violación. Y, como ocurriera con sus anteriores pelis, Haneke vuelve a hacernos pensar y  sacarnos de nuestro letargo con esta obra cuyos personajes resultan escalofriantes, sobre todo la actriz francesa Isabelle Huppert, que nos sobrecoge con su creíble y conmovedora interpretación, con su fría y turbadora imagen, con esas secuencias en las que la vemos por ejemplo cortándose con una cuchilla de afeitar, esnifando el semen impregnado en un moquero en la cabina de un sex shop y maltratando física y emocionalmente a sus alumnos. A este dúo interpretativo habría que añadir la actuación de la actriz Annie Girardot (conocida sobre todo por su interpretación en ‘Rocco y sus hermanos’, de Visconti), papel en principio pensado para otra diva del cine francés, Jeanne Moreau.
Girardot, en su rol de madre castradora de Huppert (Erika), a la vez que adicta al alcohol y la tele, también nos inquieta y nos provoca terror. Su relación con su hija es insana, enfermiza. Y nos sentimos asfixiados, oprimidos como espectadores cuando se nos muestra el espacio en que viven ambas, incluso duermen juntas, sin ningún tipo de privacidad.

       Basada en la novela homónima de Jelinek, que fuera Premio Nobel de Literatura en 2004, Haneke construye un guión brutal, en la que no deja títere con cabeza, en el que nos da cuenta de una sociedad hipócrita, fría y calculadora, que tras su educación formal y exquisita, incluso en el terreno musical (sobresale en la peli la música de Schubert, y Schumann), esconde un serio trastorno de personalidad, para más inri autodestructivo, que es lo que apunta sobre todo el personaje interpretado por la genial Huppert, ejemplo de esa escisión cuasi psicótica entre una violenta represión y un irreprimible deseo salvaje (con su voyeurismo, con su sado-masoquismo…), que nos muestra a través de su pose gélida alterada por sutiles parpadeos de nerviosismo, leves gestos que nos la muestran en toda su grandeza interpretativa.
La iluminación fría, acorde con los personajes, y el uso de claroscuros, que contrastan de un modo intenso con la acción de los protagonistas, es uno de los aspectos característicos de esta peli, en la que la música también cumple un papel decisivo a la hora de crear atmósferas. Pero lo que da fuerza a este drama psicológico, de corte sexual, son las interpretaciones de los personajes principales, incluida Girardot. Y por supuesto la dirección de actores a cargo del psicólogo y realizador Haneke.
Lo que resulta desesperanzador es que ni siquiera la música, la belleza y pureza de la música clásica, el arte sublime por excelencia, parece salvarnos de nuestras miserias y perversiones. 
Qué desolador. 

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