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jueves, 6 de noviembre de 2014

Entre la fiesta y el velorio



Ahora que se celebra el mes de muertitos y muertitas así como el centenario de Octavio Paz, uno de los grandes pensadores del siglo XX, me apetece darle vuelo y rueca a la santidad y la muerte, con la consiguiente reseña al menos a una parte de la obra de este narrador y poeta, ensayista y diplomático mexicano, al que hace unos días nomás la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ) le dedicaba su altar de muertos, él que tanto y tan bien escribiera sobre ‘Todos los santos y el Día de muertos’.
A Octavio Paz me lo descubrieron en su país, allá por los años noventa. Nada más aterrizar en el aeropuerto Benito Juárez, ya me estaban obsequiando un libro suyo, ‘El laberinto de la soledad’, imprescindible para entender ese país, tan cercano y tan lejano, que tuve la ocasión de conocer tantito, por dentro y por fuera, habida cuenta de que viví allí durante algún tiempo. Lo que nos muestra Paz en su ensayo original, al que añadió ‘Postdata’ y ‘Vuelta a El laberinto de la soledad’, es sabroso como el mole poblano o el atole. Pura esencia mexica. Un análisis lúcido y emocionante sobre una tierra que se me antoja surrealista, tal vez por eso los surrealistas, entre otros Bretón o Artaud, sentían devoción por la misma. Pero ‘ahorita’ quiero centrarme en este libro en concreto del Premio Nobel y Premio Cervantes mexicano, que por lo demás nos dejó una obra inmensa, en tamaño y en calidad. Las máscaras mexicanas, la Malinche, la Conquista, la Independencia y la Revolución, la dialéctica de la soledad o el Día de muertos, entre otros asuntos, impregnan las páginas de este texto.


Cuenta este colosal ensayista que cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias (algo que acaso heredaron de su matria española), que les permite, a la mexicanidad andante, abrirse al exterior, incluso de un modo desgarrador, descargando su alma. En ocasiones, muchas veces (me atrevería a decir) la fiesta acaba mal: con riñas, injurias, cuchilladas y balazos. Pero eso también forma parte de la su fiesta, que es una ‘Revuelta’, un regreso a un estado remoto, presocial, porque “la noche de fiesta es también noche de duelo”, y porque vida y muerte son dos caras de una misma realidad. En realidad, la ‘pelona’ (festejada con huesitos y calaveras de azúcar como si fuera su gran amor) no les asusta porque la vida les ha curado de espantos. “Allá en mi León Guanajuato/ la vida no vale nada”, como dice la canción. “Entre la fiesta y el velorio… Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte”, remata Octavio Paz.

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