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martes, 21 de octubre de 2014

El hijo de la novia

Esto escribí y publiqué en su día a propósito de El hijo de la novia, sobre la que hablaré este viernes en Bembibre. 
La cita será a las 20h15 en el Teatro Benevívere. 

Hacía tiempo que no sentía emociones tan intensas en el cine. Y con “El hijo de la novia” me la pasé con lágrimas en los ojos y carcajadas incontrolables. No me da ningún pudor confesar estas emociones. 

“El hijo de la novia”, que además es un título ciertamente original, nos hace pasar de la carcajada al llanto en unos segundos y nos permite disfrutar de ambas emociones de igual modo. 

Vera (productor) y Castets (coguionista) de El hijo de la novia
Es una película-catarsis, una auténtica liberación, que se agradece en estos tiempos de zafiedad y artificios insostenibles. 
Detrás de esta genial película hay siempre un guión extraordinario, unos diálogos inteligentísimos y muy ingeniosos, capaces de hacernos repensar nuestra vida de mediocridad y automatismos varios.

“El hijo de la novia” es una de esas películas que te mantienen con los ojos abiertos y el ánimo encendido en todo momento. 
El director, Juan José Campanella, consigue un equilibrio perfecto entre lo dramático y lo cómico. Y en ningún momento uno siente que la historia sea ñoña, dulzarrona, o que al director se le haya ido de la mano. 
La genialidad de una película a menudo reside en un  buen guión y en una excelente dirección de actores. Lo demás está al servicio de la técnica. Pero si no funciona el guión, y los actores son unos tarugos, la película se cae por su propio peso. 
En el caso de esta hermosa y emocionante película los personajes están muy bien construidos y los actores bordan sus papeles, sobre todo el protagonista de la historia, Ricardo Darín, conocido de un amigo mío.

         A mi edad, dice Darín, ya sólo tengo un sueño, y mi sueño es irme a la mierda, que nadie me joda. Lo importante es que a uno no lo chinguen, que lo dejen libre, que no lo tengan esclavizado a ningún sistema, ni a ninguna carrera frenética hacia la nada. Lo importante es poder volar libre como los pajaritos, y no estar atado a ningún pesebre. 
El gentío, a menudo, sueña con la gloria, con el dinero, con todo ese materialismo, en verdad grosero, que nos invade. Y al final uno se da cuenta, afortunadamente uno suele darse cuenta casi al principio, que el sueño del protagonista es un sueño muy inteligente, cargado de un sentido del humor  envidiable. 
La reflexión de Darín es pura dinamita, conmovedora hasta hacernos saltar las lágrimas, una vez más. 
Darín está que se sale de la pantalla, y Héctor Alterio y Norma Leandro nos invitan a creer en el AMOR.

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