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sábado, 29 de marzo de 2014

Aldeón lírico y digital

Estas cosas escribía uno en la pasada década. Un artículo publicado, como tantos cientos, en Diario de León (o de neón, que diría el cuate cacabelense Fermín López Costero). 

También a los bercianos de las faldas de Gistredo se nos está poniendo la jeta como una pantalla de televisión, y las orejas con aspecto de antenas parabólicas o hiperbólicas. No somos bichitos raros, nada de eso, que aquí no se salva ni el apuntador, sino que estamos muy en la línea y a la moda. La moda manda e impone gustos y/o disgustos. La moda siempre ha sido muy putera en su aspiración a la gloria.
Gistredo al fondo

            No se vayan a creer quienes viven en las grandes ciudades que, por  estar en medio de la jungla de asfalto, al borde de la crisis de nervios, respirando toxinas por toda la cañería del chasis,  ya son diferentes al resto de los mortales. Ná de ná, chavalines.
            Quienes habitan las urbes también chupan televisión por el tubo catódico del atolondramiento. Rayos y rayas de éxtasis. Incluso tragan más televisión que quienes estamos en medio de lo silvestre. Y también a ellos les han medrado las orejas de marcianito, son extraterrestres parabólicos, y sus pupilas se han dilatado hasta el punto de confundirse con atropínicos anuncios publicitarios. 

Aseguran los entendidos en la materia que la atropina o la belladona dilata las pupilas. Por tanto, que se bajen de las nubes de la estupidez y el engreimiento, y no vengan, como algunos capullines y yogurinas, presumiendo de ser distintos, haciéndose los guays y, por ende, menospreciando nuestro modo de vida, nuestra ruralidad poética, bucólica, que a lo mejor resulta que es mejor que su forma de vida... hinchada de patetismos, pero tampoco es cuestión de dorar la pava de Acción de Gracias. Que cada cual se acicale o hermosee como mejor pueda y sepa, que para todos hay en este valle de verdes y tostados.

Aunque provincianos y campestres, también tenemos nuestro corazoncito y no siempre pecamos de paletos, y de estar enchufados la mitad del día a la caja bobalicona. La curiosidad intelectual, si tal puede decirse, y la sensibilidad hacia lo bueno-bello, no es patrimonio exclusivo de los urbanitas. Hasta ahí podríamos llegar. Es más, hay gentes en las metrópolis que ni tiempo tienen para sobar y saborear eso que en nuestra civilizada suciedad se ha dado en llamar cultura. Bastante tienen los “urbanícolas” con  las horas suplementarias que a veces hacen en el curre y luego en transporte. Consumen todo el día en desplazamientos de un lado a otro. Que  esto sí es consumo de tiempo y dinero. Pero no hay de otra, cruda realidad consumista la que nos nubla las entendederas. Y así discurre la vida por los cauces purulentos de algunas urbes. Polución, ruido, ajetreo,  y sobre todo falta de tiempo, la sangre más preciada, el alimento más nutritivo, el que más me gusta. De qué me sirve vivir en una gran ciudad, si no encuentro tiempo para disfrutar de lo que me ofrece, y sí sufro sus inconvenientes como cualquier hijo de vecino.

En París hay un eslogan que dice: “métro, boulot, dodo”. Esto es, que entre metro, trabajo y dormida andan los tiros cotidianos y  se va la existencia.

Por estas altas montañas el factor tiempo intentamos sazonarlo con  pimentón casero, regodeándonos en su colorín y saborín.  Sin embargo, cada día nos parecemos más los rurales y los urbanos, porque sin duda tenemos las mismas referencias de mierda, calzamos idénticas madreñas ideológicas y vestimos los mismos trapos/harapos capitalistas,  y da igual que vivamos en el ombligo del mundo, en el útero del Bierzo, que en La Gran Manzana del huerto “estadocojonudiense”, quería decir yanqui.

La Internet y el exceso informativo/desinformativo también ha arribado a los peñascos portuarios de este Alto Bierzo. Y ahora podemos presumir, como los niños pijos o fresa, de que somos internautas, cibernautas,  argonautas e intergalácticos. Excuso decir, marinos de secano.

Las diferencias entre el ámbito urbano y el rural principian a difuminarse en este caos de ruido informativo. Un ruido que nos despista y emboba, no encontrando tiempo más que para estar esclavizados al trabajo nuestro de cada día, y en momentos de ocio, enganchados como drogatas al chingado televisor, mamando concursos y pendejadas varias, transformados en cabezas de serrín.

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