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martes, 30 de octubre de 2012

Ella sola la espichó

Gistredo al fondo, desde calle La Calzada de Noceda
Ella sola la espichó, y nadie sabe quién la calzó, porque todos parecen dispuestos a echar las cabras pal monte, o bien meternos el cabrerío en casa. 

Todo cristo intenta arrojar balones fuera de la cancha, diciendo que ninguna traba se puede poner a que nos enchufen palas eólicas en la sierra de Gistredo (de momento y por fortuna fuera de onda), y en tantos otros cordales montañosos del Bierzo, ni se puedan paralizar canteras y cementeras contaminantes. Sin embargo, se tacha de demagógicas las alegaciones presentadas por asociaciones ecologistas, que sólo quieren un entorno sin artificios. 


Ni ayuntamientos ni Juntas ni dios que lo fundó es capaz de detener estos atentados contra la madre naturaleza. ¿Qué opinión nos ofrecen, por ejemplo, las socrosantas instituciones llamadas el Consejo Comarcal y la Ciuden? 


Decidme, queridos y queridas "de mío", ¿cómo se pretende compatibilizar turismo rural y los atropellos a nuestro paisaje, que es memoria? ¿De esta manera atroz? 


La sierra de Gistredo debería ser espacio protegido, reserva natural, para que a ningún caza-subvenciones le diera por proyectar barbaries. Hace tiempo que esta sierra tendría que estar protegida cual se merece un espacio tan singular en cuanto a flora, fauna, y belleza. 


Qué le expliquen a los municipios quién saldrá beneficiado de estos cacaos maravillaos, que les digan a los paisanos qué percibirán ellos a cambio de arruinar sus montes. Tantas o tan pocas explicaciones, que no podrían convencer a nadie que ame la naturaleza de verdad, pero cuando los empresarines sólo piensan en su guita y en su bienestar personal, y además carecen de sensibilidad para lo bueno-bello -algo que en principio corresponde al mundo excelso de los poetas-, cuando el paisanaje se deja untar de mieles, qué podemos esperar, si a casi nadie le importa dónde vivimos, de lo contrario el mundo no estaría hecho una basura, y la gente no moriría de hambre, a causa de tantas guerras y muros de muerte. 


Uno se vuelve nihilista, y a veces estoico, ante esta vida, que por momentos nos deja fuera de juego, porque aunque hay gente sublime, la especie humana, como tal, parece involucionada, listina en su apariencia pero retrasada en el fondo, con los respetos que se merecen los discapacitados mentales, que no sé si no viven mejor que el resto, porque el saber produce un inmenso dolor, y uno preferiría ignorar la realidad, vivir en un mundo feliz, acaso tomando soma bajo un castaño milenario, o bien bajo un nogal en flor, apartado, en definitiva, de cualquier desfachatez, lejos de la historia de la infamia, cerca de la ternura y la belleza, que nos alegran y nos ayudan a sobrevivir en este mundo putrefacto. 


Es necesario sincerarse con los demás y sobre todo con uno mismo, porque el autoengaño, la mala fe, la falsa conciencia, aunque ayuda a soportar la existencia, no deja de ser lo que es, y uno no quiere engañarse, sólo alcanzar espiritualidad a través de la amistad y el afecto que se desprende de seres especiales. Qué ocurrirá “cuando nadie sea ya nadie en la dentadura fósil del universo”. 


Preservemos, al menos, la pureza de nuestro paisaje.

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