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sábado, 22 de septiembre de 2012

Integrismo islámico




Almas del nueve largo

Cabeza sin rostro; por José Luis Alvite

21 Septiembre 12 - - José Luis Alvite
Hay en la intolerancia del integrismo islámico una obvia evidencia de que sus promotores carecen de sentido del humor. Suele ocurrir con todos los pensamientos doctrinales cuando en su codificación la crítica es reemplazada por el dogma. Se trata de un  problema por el que pasó también la Iglesia católica en los oscuros días de su intransigente persuasión oral reforzada por el convincente fuego de la hoguera. Es vieja la tentación de muchas religiones al sentirse atraídas por la idea de suplantar las leyes civiles con el entramado de sus normas y erigirse no sólo en rectoras de los individuos, sino en propietarias del Estado. El integrismo islámico ha extendido la furia de la catequesis y una preocupante demostración de que los totalitarismos religiosos consideran el humor una perversión del pensamiento. Creen que la felicidad no tiene que ser divertida. Además de observar con reparos la belleza, los salafistas prohíben el erotismo de la alegría. Salvo que ocurra con la estricta discreción del canto de los pájaros, abominan de cualquier manifestación musical, lo que significa que pretenden que Mahoma sea un profeta sin fusas y sin corcheas, un ser abstemio y duro de oído, una cabeza sin rostro que concebía la poligamia y el amancebamiento, pero prohibía el solfeo. Oriana Fallaci abominó enérgicamente de ese mundo criminal y oscuro poco antes de morir y yo comparto el fondo del pensamiento de la inolvidable colega. Suscribiría al pie de la letra casi todas sus frases. Oriana defendió su cultura occidental con decencia, esa vieja variante de la valentía, tan en desuso en Europa. El integrismo supone un viaje doctrinal cuyo destino es la sustitución de la imaginación por la obediencia. Yo no podría ser integrista musulmán. A pesar de mi agnosticismo, prefiero los usos y costumbres del Cristianismo. Los cristianos al menos aceptan con humor que a Dios le llames Manolo.
Una vez más, estimado José Luis, andas muy atinado en tus apreciaciones y reflexiones con respecto al integrismo islamista. Uno tampoco podría ser un integrista musulmán, ni un integrista católico, ni nada de eso, porque las religiones estás fundadas para engañar a la población y sumirla en el miedo, el caos y el desconcierto. 
El dios (o dioses y diosas) que nos han vendido no tienen razón de ser en este universo agujereado y en expansión, acaso finito aunque ilimitado, o infinito, nomás. No importa, porque nosotros, por desgracia y aun por fortuna, nunca llegaremos a saberlo, ni siquiera la especie humana. Y esto no lo digo con afán apocalíptico, sino desde un punto de vista más o menos racional. Bueno, hasta donde me alcanza el cerebrín. 
No hagas lo que yo haga, sino lo que yo te diga que debes hacer, sueltan algunos prebostes y misacantanos, acaso con cierto sarcasmo. Conviene recordar que la iglesia católica, con sus dogmas y sus inquisitoriales actuaciones, no está tan alejada del integrismo musulmán. Y, no hace tanto, las mujeres en nuestro país estaban atadas a la pata de la cama al igual que lo están las musulmanas (velamen incluido, también para las españolas). Tampoco deberíamos olvidar la influencia que el Islam ejerciera (y sigue ejerciendo) en nuestro sacrosanto y apostólico país. 
El humor, que sin duda es signo de inteligencia, al menos emocional, no está bien visto ni acá ni allá, porque con el humor se pueden dar excelentes pases toreros y manejar con tino la dialéctica, y al final es lo único (aparte del amor) que nos queda en este mundo esclavizado no sólo a una religión, sino a varias, a trabajos alienantes y mal pagados, a hipotecas, a enfermedades, a despidos, a desempleos, a quedar en la calle, al sereno congelado de la miseria, al miedo ancestral que emplea el poder imperante, a todo aquello que procura incertidumbre y causa infelicidad.
Si es que no somos más que animales conscientes de nuestra finitud, aunque algunos (y algunas) sigan creyendo en un paraíso con odaliscas enroscadas a sus pasiones erectivas, y aun en un infierno, con caldera hirviendo, lo que es peor todavía. 
Si a nosotros nos puede causar gracia la figura de Mahoma (Mohamed), a ellos les parece que nuestros santos y santas de palo son meros muñecos. Me lo dijo en una ocasión una musulmana, otrora residente en Sevilla, mientras visitábamos la Catedral de Santiago de Compostela. "Me causa gracia ver todos esos muñecos". Pues eso, que estamos en las mismas. 
Pero, cuidado, porque el integrismo (sea del tipo que se quiera) acaba dinamitando la razón, la lógica filosófica, la reflexión analítica, el logos, en definitiva (no así el mito), que es la fuerza que nos guía por este mundo absurdo, irracional, despótico, salvaje, que atenta contra la dignidad humana y pone en peligro nuestra existencia. A Buñuel también lo criticaron con dureza por inventarse a Cristos riéndose a carcajadas. Y la risa, en la segunda poética de Aristótoles, resulta atómico-nuclear para los creyentes. Algo que recoge, como sabemos, El nombre de la rosa, de Eco. 
Véase/léase este diálogo  entre Guillermo de Baskerville y Jorge, el ciego bibliotecario:
“- Hay muchos otros libros que hablan de la comedia, y también muchos otros que contienen el elogio de la risa. ¿Porqué este te infundía tanto miedo? 
- Porqué era del Filósofo. Cada libro escrito por ese hombre ha destruido una parte del saber que la cristiandad había acumulado a lo largo de lo siglos.... 
- ¿Por qué temes tanto a este discurso sobre la risa? No eliminas la risa eliminando este libro. 
- No, sin duda. La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho... la risa sigue siendo algo inferior, amparo de los simples, misterio vaciado de sacralidad para la plebe... Pero aquí, aquí... –y Jorge golpeaba la mesa con el dedo, cerca del libro que Guillermo había estado hojeando- aquí se invierte la función de la risa, se la eleva a arte... La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Cuando ríe... el aldeano se siente amo porque ha invertido las relaciones de dominación... la risa sería el nuevo arte capaz de aniquilar el miedo... Y este libro, que presenta como milagrosa medicina a la comedia, a la sátira y al mimo, afirmando que pueden producir la purificación de las pasiones a través de la representación del defecto, del vicio, de la debilidad, induciría a los falsos sabios a tratar de redimir (diabólica inversión) lo alto a través de la aceptación de lo bajo.”
Muy esclarecedor este diálogo. La risa aniquila el miedo. Y entonces dejamos de estar esclavizados, incluso a nosotros mismos. Lo cierto es que siempre nos quedará la risa (y la sonrisa bella y amorosa de quien amamos y nos ama) para sobrellevar con dignidad y acaso con feliz desenvoltura esta vida que nos ha tocado en este valle de rosas, a veces espinadas, y en ocasiones floridas y fermosotas. 

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