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lunes, 18 de junio de 2012

Hopper en Ponferrada


El Principal era uno de esos bares ponferradinos a los que uno entraba cuando iba a ver una obra de teatro, más que nada porque estaba situado en un sitio estratégico, en la calle Ancha, enfrente del Teatro Bergidum. 

Ahora el bar Principal, con este nombre, ya no existe. Y uno siente añoranza porque en las paredes del local había varias reproducciones de cuadros de un pintor por el que siento debilidad. Los cuadros que figuraban en las paredes del bar Principal eran de Edward Hopper. 

Y Hooper fue/sigue siendo un pintor americano que llegó a colonizar mi subconsciente con esos cuadros en los que plasma la soledad y la incomunicación de unos personajes de esa América de carreteras, gasolineras y moteles en medio del desierto, de esos personajes aislados en el llamado mundo moderno. 

La pintura de Hopper -conviene no confundir a este pintor con el conocido actor gringo-, es por lo demás bien cinematográfica. El propio director alemán Wenders, en su desoladora y excitante París, Texas, intenta recrear en los planos de su película las composiciones pictóricas de Hopper. 

En el fondo, París, Texas -película que me entusiasma- es como una gran pintura en movimiento de Hopper, una road movie pictórica. Ni que decir tiene que siento gran admiración por el cine de Wenders, y en especial por esa película en la que vemos a una Natassja Kinski guapísima y emocionante. 

Su interpretación -como una diosa bergmaniana- resulta sublime tras el cristal del peep show. Sobre la Kinski  debería escribir largo y sustancioso, pues se lo merece esta musa a la que no veo en el cine desde hace años. 
Un recuerdo especial para su actuación en Tess, de Polanski, y la mencionada de Wenders.

            Además de los cuadros de Hopper, el Principal era un bar regentado por un matrimonio de “porteños” de adopción, porque si bien la señora era gallega y el marido berciano, vivieron treinta y muchos años en Buenos Aires, cuando ésta era una metrópoli próspera y segura, y en el Bierzo, sobre todo en nuestro querido Bierzo Alto, vivíamos en pallozas al amor de la lumbre o “el llumbre”, como dicen mis paisanos del Alto. 

Regresaron al Bierzo, después de tantos años en Argentina, porque la situación allá era insostenible, según me contara la señora, quien, con su hablar medio porteño y su buena disposición, me resultó harto graciosa. Pero ahora ya no existe aquel bar, sólo un local despojado de su magia. 

Vaya atrevimiento el mío. 

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