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domingo, 25 de marzo de 2012

Cultura Iberoamerica: México

 En breve impartiré clases sobre cultura Iberoamericana, y en especial sobre México, ese país que me trae tantos y tan suculentos recuerdos. Una y otra vez. Es como si siguiera enganchado a sus tuétanos. Imposible desprenderme de sus paisajes y paisanajes. De su forma de ser y estar. De todo aquello que viviera/sintiera en una época gobernada por un jijo de la trompada llamado Salinas de Gortari. Y por toda esa bola de pendejos que le hacen la corte a sus mandatarios. Chivatos, que se dice. Panzas agradecidas. Arrastrados. Corrupción al por mayor. La consabida mordida a todas horas. Ahorinita no, cabrón. No me chingues, viejo. 
Los presidentes mexicanos han sido dictadores constitucionales, y su poder se revela casi absoluto, casi sagrado. México no se entiende si se omite al PRI, el partido político que detenta todo el poder, ese bien tan preciado en este país.

México, tan rico y sabrosón para algunos y tan mísero para muchos, que esnifan pegamento para combatir la amargura, hacinados en chabolas, a orillas de la gran urbe, surcada de norte a sur por la impresionante Avenida Insurgentes… Todo está hecho a lo grande en esta metrópoli, construida sobre zona lacustre y en tierra sísmica. Hundiéndose cada día. Siempre temblando como un álamo en medio de una contaminación atroz, sobre todo en meses de primavera, cuando el smog se queda colgado, clavado del cielo, como un puñal asesino, devorador. Desde el cerro del Tepeyac, donde está la milagrera basílica de Lupita, se atisba un horizonte de nieblas y neblinas. Ensabanado cielo grisáceo, tirando a negruzco. Así se revela esta megalópolis de milagros, una de las más grandes del mundo, acaso la más grande, si dejamos de lado Tokio/Tokyo. “La virgen de Guadalupe es –según Octavio Paz- uno de los pocos mitos vivos de México”.

Ciudad de México, el distrito defequense, no deja indiferente a nadie/naide/naides. Es un monstruo, con sus hedores (Ciudad de México es una ciudad que huele mal, decía el inglesito Ashey en uno de sus programas de Ciudades del Pecado), y también guapina en el bosque de Chapultepec, el pintoresco Xochimilco, con sus floridas trajineras, o barrios como Coyoacán, donde se halla la casa-museo de Frida Kahlo y un monumento dedicado a los coyotes, que dan nombre a esta colonia.

A peso, a peso, todo se vende a peso. Eso era antes. Ahora, desde hace tiempo, el peso ha perdido su valor, está devaluado con respecto al dólar y al euro, las monedas potentes. Pero este es otro cantar de cantares de ciegos. Buñuel también rodó una espectacular película, Los olvidados, en esta “ciudad de los palacios”, polucionada hasta decir basta, escasa de agua, aunque paradójicamente esté construida sobre el que fuera el extenso lago de Texcoco. Y aun rodeada por el lago de Chalco (donde este menda impartiera docencia, y Mateo Alemán, el autor de El Guzmán de Alfarache, pasara sus últimos días de existencia, o eso cuentan) y Xochimilco (que se conserva vivaz y colorido). 

Algún día regresaré a su nopalito-símbolo, “al país de la cortina de nopal”, a su maguey, a su pulque, a sus esencias. Al país del águila, con una serpiente en sus fauces, posada en un nopal. Águila, serpiente, acaso emplumada, y nopalito como señas de identidad. 

México, “castellano y morisco, rayado de azteca”, dijo alguien. Rayado de náhuatl y de maya y de tolteca y de olmeca y de mixteco y de zapoteco y de lacandón y de purépecha...

México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Gringos de Norteamérica. Algo así dicen que largó Porfirio Díaz. ¿Quién se acuerda de este cuate? México, separado nomás por Río Bravo/Río Grande (depende de quien lo observe y lo nombre): un auténtico paso infernal para espaldas mojadas, y aun para otros. Un brecha bestial, una herida sangrante (léase merito Gringo Viejo, de Fuentes), que divide a unos y otros. “El otro lado” extraño y a la vez soñado: USA. La sombra de un gigante que cubre y apantalla a todo un continente.

México, país lindo y querido, acaso chido y jodido, o chingado. Me mola un chingo. Me chinga y me gusta. ¿Qué más se puede pedir... y dar? México es para que te vaya mal (si eres un olvidado) o bien (si formas parte de la fresería andante). En la región más transparente, como dijera Alfonso Reyes,  y después Carlos Fuentes en aquella novela memorable. No nací en México, pero viví en este país de contrastes a toda madre, durante una temporada, qué se le va a hacer. Han transcurrido muchos años ya desde que morara allí, allá. No obstante, me siguen asaltando los recuerdos.  La vida/muerte. El deseo rozándose con el Thánatos. La muerte exhibida. Los ataúdes en las aceras de Chalco. El culto a la pelona en Tepito, en Mixquic (sobrecogedor). País tragicómico al que le va la farra, a todas margaritas. Todos como arañas panteoneras subidos a las bardas de lo insólito. País surrealista, adonde todo es posible, al cual fueron a parar tipos como Artaud (en busca de una energía especial, que encontró en los Tarahumara), Breton, Buñuel (que hizo, además de Los olvidados, algunas de su mejores películas en esta tierra: El ángel exterminador, Nazarín, Simón del desierto, entre otras muchas)…

Se vive de un modo más intenso en México durante unos años que cien años de soledad en el Bierzo. Al menos para un gachupín ávido de sensaciones, capaz de sumergirse en los cenotes sagrados de la hiperrealidad. Aunque decir esto así parezca una boutade, una salida de tono o de madre. Quizá no sea ésta una ocurrencia de última hora, sino algo que siento, algo que viví. Vivir, siempre hacia adelante, mirando hacia atrás, es inevitable. O al menos eso parece.

Para entender el México contemporáneo habría que regresar a la historia de Nueva España. La historia moderna de México está marcada por el fracaso de sus guerras de Independencia. En el fondo, este país nunca ha logrado instaurar una democracia que ofrezca soluciones reales a sus inmensos problemas, entre ellos la desigualdad brutal entre ricos y pobres, el narcotráfico, la violencia a punta de pistola, la inseguridad ciudadana, sobre todo en el Distrito Federal, Tijuana, Ciudad Juárez… porque su historia –por desgracia- está infestada de caudillos, canónigos quema-herejes e izquierdosos con vocación de carceleros. Para más inri,  en la actualidad proliferan los sicarios y bandas organizadas que te pueden calzar en menos que roedor se trinca a una camada de conejitas.

Me ha ilusionado recibir noticias de Erika, una chamaca que conociera en el reino francés de la moutarde, de la mostaza, "oh seah", y a quien luego tuve la ocasión de ver en el DF, Distrito Federal, Ciudad de México, que se abre como un mar de luces en la noche oscura de las almas... purgadas. Aterrizar en Benito Juárez es todo un orgasmo visual. A uno le entran como espasmos cuando el avión está sobrevolando la inmensidad de esta urbe, y de repente parece que fuera a estrellarse contra las azoteas de las casas. El aeropuerto está engullido literalmente por esta ciudad de dimensiones colosales, la que fuera metrópoli de los aztecas, Tenochtitlán, la capital del imperio colonial de la Nueva España, situada en el valle de Anáhuac, a unos 2.200 metros sobre el nivel del mar, lo que a un turista, poco o nada habituado a las altiplanicies, le acaba produciendo mal de altura.

Me alegra, digo, que Erikita me haya escrito un mail desde las Alemanias, donde vive ahora, desde hace algún tiempo. Europa está muerta. Europa ha muerto, cantaba Jorge Ilegal. Conozco Europa, me decía un cuate mexica, y no es nada comparable a nuestro Mexiquito… acá se puede vivir mucho mejor que en Europa... ya, en México todo es posible... hasta se pueden comprar títulos... no me diga, señor lisensiado... ay, licenciado... no me cotorree, güey... que le digo que sí... pues vaya... En México el que tranza avanza... en México y en el resto del orbe... Joder, acabo de entrar en una verborrea que me está carcomiendo pero lo que quería era hablaros de México/Méjico, para unos el ombligo de la luna, qué guay, para otros, el ombligo del maguey, la cuenca lacustre, en todo caso, que tanto impresionara en tiempos a los descubridores (en realidad, México ya estaba bien descubierto, no chingues, manito). Así nos lo cuenta Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. México, la Venecia indígena, espejismo y ensueño. Ciudad de los tres ombligos o lagos, ciudad del hedor torcido, ciudad del tianguis. 

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