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miércoles, 7 de diciembre de 2011

Tiempo otoñal



         El otoño, en el Bierzo, aun siendo una temporada colorida,  se me antoja triste, tal vez porque los días se acortan y ensombrecen, y eso nos vuelve a todos y todas un poco depres, melancólicos, amojamados. Cierto es que cada cual percibe la realidad a su manera, y dependiendo de su sensibilidad, uno es más o menos propenso al bajón anímico en función de la mayor o menor luminosidad de las estaciones. No quiero ni imaginar lo que puede sentir/sufrir un nórdico o nórdica en esos otoños oscuros como los túneles que te devuelven a la nada, esa nada hecha de vacío, silencio y misterio tenebroso. 
He vuelto a leer Rayuela, de Cortázar, y me encuentro, al inicio de la novela, con una cita harto simpática, que podría venir muy bien ahora. Uno, de vez en cuando, suele volver a aquellos libros que lo dejaron impresionado. Y Rayuela es una de esas obras, que me descubriera un catalán filósofo en el Reino Disneyland París, en una época en la que trabajábamos como esclavines al servicio de Mickey. Qué tiempos aquellos. No olvidemos que uno de los escenarios de Rayuela es París (Del lado de allá). El otro es Buenos Aires (Del lado de acá). Además, la cita rebosa sabiduría, aunque esté escrita con esa espontaneidad “desortográfica”, que la convierte, incluso si cabe, en más sabia y más graciosa. No la reproduciré en su totalidad, porque si bien podría ser útil e instructiva, es bastante extensa. Y no se trata de aburriros. 

Prefiero que os metáis de lleno en Rayuela, y realicéis así un esfuerzo, un ejercicio acaso gimnástico, que siempre nos vendrá bien de cara a cultivar el espíritu. Dicho lo cual, y sin ánimo de extenderme en este preámbulo, reza del siguiente modo: “Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor...”. Quien pudiera ser golondrina o cigüeña para emprender un vuelo apremiante hacia tierras calientes cuando uno se siente alicaído y necesita alimentarse con otros aires. Salir del entorno, alguna que otra vez, procura un placer inmenso. Es como si uno se desprendiera de sí mismo, se desdoblara, se convirtiera en otro yo, viviera otra vida o una paralela. “Volar a los países adonde haga, haya o haiga calor”. Ese “haiga” queda, por lo demás, bercianísimo. 
Volar y calor. Qué palabras más sugerentes. Cómo me cautivan. Y me invitan a volar en busca de calor. 

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