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miércoles, 26 de octubre de 2011

Essaouira en tu mochila

 

http://www.diariodeleon.es/noticias/revista/la-capital-de-los-sentidos_658748.html

Essaouira

La capital de los sentidos


A tres horas de marrakech se encuentra un rincón que engancha por su belleza blanca y azul, por sus callejuelas y su decadencia y por su intenso olor a pescado. El espectáculo neorrealista está asegurado

"Lo vi al fondo. A punto de viajar al Bronx o Essaouira", escribe César Gavela a propósito de uno mismo. Pues sí, en esta ocasión (me) tocó Essaouira, acaso con su varita mágica, amigo César, porque en el Bronx -bueno, en sus inmediaciones, incluido el barrio de Harlem- estuve hace ya muchos años, en torno al 1995, y no he vuelto desde que cayeran las torres gemelas y se derrumbara, en cierto sentido, el Imperio Americano. En cambio, en Essaouira (la antigua Mogador) he estado en tres ocasiones, creo recordar. Y siempre encuentro algún motivo para volver. Esta última vez llevado por la curiosidad de conocer in situ Casa Vera y rememorar viejos tiempos, con el regusto del zumo de mandarina en los labios y el aroma de pescado a la brasa en los aledaños del puerto, en realidad en la plaza Moulay Hassan. 


En temporada de calor, cuando en Marrakech sube el termómetro hasta los cuarenta grados diurnos (como ahora, y más de cincuenta en pleno agosto, doy fe porque los he sufrido), Essaouira te "brisea" el cuerpo y broncea el alma en sus playas. Si bien es cierto, su clima resulta algo húmedo, sobre todo para mis huesos, después de estar sometido a altas y secas temperaturas, como es el caso de Marrakech, ciudad por la que siento adoración. No lo puedo evitar. Mas una escapada a Essaouira resulta estimulante, y ayuda a refrescar las ideas (suponiendo que uno las tenga, que es mucho decir) y poner en cierto orden los recorridos por este país llamado Al-Magrib. 


El sosiego de la ciudad te permite olvidarte del mundo, mientras saboreas ese zumito de mandarina, a veces mezclado con pomelo (o algo así), que le da como un regusto amargo, que te hace tomar consciencia de tu paladar. Los sentidos. Qué importantes a la hora de viajar. Y de vivir, en definitiva, con intensidad. Luego del zumo, te acercas a un puesto-restaurante de pescado, donde, después de algún que otro regateo, te brasean calamares, unos camarones, incluso algo de pulpo (curioso sabor asado y sin el aderezo del aceite y el pimentón berciano). Hasta las sardinas te saben ricas. Se te mezclan sabores, que rematas con un té a la menta y un cigarrillo de liar. 


Gustos que te procuras así, en momentos de felicidad o de éxtasis, acaso místico. Bueno, de momento aún no tienes previsto convertirte al islamismo ni devenir en santón, quizá en eremita, eso sí, en sociedad, como ya has apuntado en alguna otra ocasión. Nomás. 


La vida en esta ciudad se concentra sobre todo en torno a la plaza Moulay Hassan, en el puerto, en el zoco Jedid de la Medina, en el antiguo Mellah o barrio judío (importante la comunidad judía en esta ciudad) y en la Bab Doukkala, donde se halla la parada oficial (qué cosas digo) de taxis colectivos y autobuses, entre ellos la CTM (no así Supratours, que tiene su apeadero en Bab Marrakech), aunque deambular/medinear por sus callejuelas te devuelve a otro mundo y a la vez te mantiene intrigado, con la sorpresa a flor de piel, como si de repente te fueras a encontrar con algo insólito, quizá con el espíritu de Hendrix, tal vez con el cuerpo encarnado o reencarnado de Cat Stevens, esto es Yusuf Islam, al que no reconocerías, tras su semblante barbado de muyahidín, aunque darías algo por haberlo visto y saludado. Por más que pones empeño en el asunto, nadie logra decirte si Stevens sigue viviendo en Essaouira o bien permanece sólo algunas temporadas en la ciudad. Como mucho encuentras a un tipo, que se dice bereber -algo poco creíble, a tenor de lo sucedido- que te cuenta algunas cosas, bajo el flipe del kifi, supongo, para luego desmentirlas. "No es cierto nada de lo que te he contado", asegura el capullo con un risa desbocada, perdón, e incluso me invita a que rompa lo que he escrito bajo su atenta mirada, "porque tú no vas a publicar esto que te estoy diciendo", me puntualiza. En el fondo, el rapaz de marras es un comerciante de alfombras y tapices, que tras su apariencia, en principio amable y cautivadora, se queda en un "kifiado" alucinatorio. Es lo que tienen las relaciones humanas. A veces funcionan, y en ocasiones no. C'est la vie. También el recepcionista del hotel en que me alojo, que en verdad tampoco me inspira demasiada confianza (no ha habido suerte esta vez),  me dice que Cat Stevens vive durante temporadas en Essaouira, incluso en una aldea próxima llamada Diabat, mientras que el resto del año permanece en Londres. Quién sabe. 









Las islas Púrpura

En todo caso, no llego a visitar Diabat. En otro momento. Espero. Y tampoco logro obtener más información al respecto. Me quedo, no obstante, con el hecho de haberlo intentado, sin demasiado éxito. Y con el olor a pescado, en ocasiones muy intenso, en mi visita al puerto pesquero, donde el espectáculo neorrealista está asegurado (me hace recordar La terra trema, de Visconti), incluso uno puede detenerse a ver cómo se reconstruyen barcos. Me acerco a los decorados naturales, entre ellos la Puerta de la Marina y la Skala del Puerto, donde Welles rodó algunas de sus escenas para componer su Otelo. Allí se levantan como testigos fieles de la historia cañones con escudos portugueses, holandeses y españoles. Escenario que se revela romántico a los ojos del viajero, que se queda hipnotizado contemplando el atardecer, con las islas Púrpuras al fondo, mientras los gatos se "acurrucan" y las gaviotas sobrevuelan, cual si fuera una peli de Hitch, nuestras cabezas de turistas, viajeros y oriundos. Continuará... el viaje.



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