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viernes, 29 de abril de 2011

Delirios (mis monstruos)

Me permito la licencia de desempolvar este texto, escrito con afán catártico en un Diario hace más de diez años, para darle rueca ahora, con  levedad retocada.

De momento seguiré comprometido con la literatura, como siempre quiso el noble Sartre. La literatura ha de ser compromiso y muerte. La literatura podría ser muerte, como quería Unamuno, aunque mejor debería ser vida.  Uno no puede escribir desde el optimismo, dijo en una ocasión el espantoso (y algunas veces lúcido) Juan Manuel de Prada (quien en sus comienzos fuera apadrinado por Umbral) en una entrevista, con Beatriz Pécker, para el programa de televisión, La Mandrágora. Las buenas novelas -dijo otro, tal vez Gide- no se hacen con buenos sentimientos. Cuánto realismo... pesimista. Uno sólo puede escribir desde la desesperanza y el tormento, como lo hicieran Kafka, Sábato, Artaud, entre otros. Por y para las nobles causas. Para mostrar la verdadera realidad en que vivimos, con la falsa conciencia como bandera. También cabría escribir a partir de la alegría, en los felices mundos de Huxley... A vuestro antojo. 
A Artaud lo recluyeron en un "hospital de salud mental" por considerarlo loco, por decir verdades como puños, pero es que en esta muy pulcra sociedad no se acepta  a quien pretende destruir mitos y religiones, quien no pasa por el aro de la sinrazón, y Artaud fue muy lejos en su hacer literario, teatral, histriónico, incluso. Y tuvo que pagarlo... muy caro. 


Son la esquizofrenia y el capitalismo quienes nos conducen y nos llevan de la mano al precipicio. Hay que ser productivo (y estar adaptado) para formar parte de la sociedad normal, demasiado normal. Uno sólo puede construir una gran obra cuando sufre  y conoce la crueldad humana, la crueldad del teatro, como Artaud. Vivimos en un gran teatro, un teatro como el que  nos muestra Bergman en Fanny y Alexander, como el que nos han enseñado tantos otros, desde Calderón hasta los mejores estilos de Grotowski y Kantor. El teatro como única salvación. La escritura como catarsis. 


Juan Manuel de Prada también dijo que dedicarse a la literatura es como practicar un sacerdocio, aunque se abstuviera de hacer votos de castidad, de pobreza... En verdad,  el escritor necesita encerrarse para escribir, no hay otra forma de hacerlo. Sin embargo, es fundamental entregarse a la vida, viajar, conocer... como hiciera Rimbaud, quien dejó de escribir para vivir. 


A uno le parece interesante la figura de Miller, un vividor, que comenzó a escribir con la misma pasión y  avidez con que había vivido. Henry Miller es único en su hacer literario y vital. Además, tuvo la gran suerte de codearse, mejor sería decir  excitarse, con Anaïs Nin. Las memorias (Diarios) de Anaïs son delicias que ya las quisiéramos muchos, pero es que esta escritora no era ninguna moralista y hacía lo que le venía en gana. Follaba con su marido, con Miller, con June Mansfield... “Me dejaría acariciar por cualquiera”, escribe con osadía en un pasaje de Incesto.  Pura transgresión de la moral. Anaïs disfrutaba de los instantes, de la vida, del sexo, y no era remilgada. Una mujer bonita no tiene que preocuparse más que por follar, decía Sade (otro que tal baila), que tenía una imaginación desbordante, prueba de ello son sus novelas libertarias, filosóficas.  A Sade hay que leerlo. Todos lo condenan pero muy pocos parecen haberlo leído. A las gentes se les juzga a menudo por lo que se dice de ellas y no por sus conductas. En todo caso, se agradece la conducta verbal de Sade. A menudo se procesa al paisanaje por el mero hecho de estar, de ser. Es un absurdo. Kafka era un tipo atormentado y muy lúcido en su escritura. Uno sólo puede escribir sobre lo que sabe y siente. La mejor manera de escribir es sentir, es sentirlo todo y de todas las maneras posibles, porque esta vida no es más que una alucinación, un delirio esquizofrénico, un delirio extraordinariamente nítido, como quisiera Pessoa (poeta reivindicado, entre otros, por el cantautor y poeta berciano Aínda, que ayer nos presentó su Luz In Móvil en la librería Bertrand de Ponferrada. Extraordinario. Enhorabuena). 


Mientras seguiré viajando y leyendo, visitando guetos y  barrios periféricos, adentrándome en los subsuelos, como Dostoievski y como hemos visto en la película Trainspotting, intentando rejonear la realidad en forma de cornamenta, tocando pelo y pluma, ejecutando verónicas, punzando la médula espinal,  cerca del meollo epistolar, metido de lleno en el sagrario bendito, mientras las bestias, demasiado humanas se arrumacan en los atardeceres rojos de algún subconsciente.


Hay que devorar  literatura maldita, linda, literatura que diga algo y no sea un aséptico amontonamiento de palabras, una literatura que sea al menos ensalada verbal, aderezo sabroso, adobo picante. Procuraré seguir leyendo a Sade desde mi castillo de encierro y desazón, y me perderé en Justine -qué gustito-  y la filosofía en el tocador,  empapándome en lenguas políglotas, orgásmicas, y  caminaré durante 120 días (o más)  por el desierto de Tabernas, el desierto de Sonora, el desierto del Sáhara... y  no me cansaré de caminar empolvado, seguiré explorando mundos oníricos, oasis cinematográficos, bucearé en las charcas de Pasolini y Proust, siempre en busca de tiempo, la sangre de la vida y de la escritura, como factor dorado y ensoñador. Y luego de mis andanzas y mis correrías regresaré a Miller y a Bukowski.   


Miller fue y sigue siendo una revelación. Puede que algún día quizá consiga escribir mi Trópico de Capricornio: “Todos los que me rodeaban eran unos fracasados, o si no, ridículos. Sobre todo, los que habían tenido éxito. Éstos me aburrían hasta hacerme llorar.” Los que tienen éxito, dice Miller, yo me atrevería a decir los que apegan sus infamias al sistema, ese devorador de ilusiones e ingenuidades, esa ponzoña que se mete en tu sangre y te hace gritar de dolor. Verlaine y Gainsbourg  me susurran una canción de otoño, un poema saturnino: recuerdo los días pasados y lloro, y me dejo llevar por el viento, más allá, más acá, como si fuera una hoja muerta. Yo también lloro como un niño desconsolado, aún no he aprendido que el hombre (y la mujer) es un lobo para el hombre, aún no he aprendido que hay demasiada mala fe. 


Verlaine y Rimbaud estuvieron durante una temporada en el infierno, fue la suya una temporada de iluminación, a puerta cerrada, huis clos, como cuando Sartre rechazó el Nobel. Sartre vomitaba inmundicia y podredumbre, quería ser espiritual,  le gustaba sentarse en el Café Le Flore y luego en Deux Magots, en el boulevard de Saint-Germain-des-Près,  acompañado por la grandiosa Simone de Beauvoir.   


Apasionante la vida de Rimbaud, poeta maldito de exquisitez sobrehumana. Rimbaud viajó en un barco ebrio, un barco hecho de sol y de carne  a lo largo y ancho de la Tierra, borracho de poesía, como Baudelaire, como Poe. Hay que emborracharse para no sentir el peso aplastante del tiempo o tal vez para sentirlo en todo su esplendor.  Emborracharse, ya sea con vino, poesía o belleza.... Hay que embriagarse, nomás, y sentir la belleza bajo un colocón de opio, como Thomas de Quincey. Debemos sestear en las adormideras, y entregarnos al amor y a las palabras casi con reverencia. 


Para elevarse por encima del bien y del mal acaso haya que ser diabólico como Barbey D’Aurevilly o Zaratustra como Nietzsche, o bien cocainómano y sexual como Freud, que dio en el clavo del Eros y el Tánatos, pulsiones que nos mueven, motores que nos impulsan a seguir batallando. A veces me da por psicoanalizar mis obsesiones, dormir en los brazos de la paranoia, vivir en un perpetuo desequilibrio, al borde del abismo, fuera de la célula familiar. La antipsiquiatría condena a la familia y a la sociedad, pero es que todos formamos sociedad y familia, aunque yo no quiera ser hermano ni primo de algunos seres. 


Me sigue entusiasmando Antonin Artaud y su teatro de la crueldad, me apasiona el Artaud que se fuera a México en busca quizá de la quinta esencia, que encontrara en las danzas tarahumaras y el peyote, dios que le transporta a uno a mundos menos contaminados, el peyote al que eran tan aficionados Jim Morrison y los Beatles, amén de otros. El Artaud revolucionario tiene mucho que decirnos aún hoy. Confío en los mensajes de  Artaud y en  Bataille y en casi todo el surrealismo. El surrealismo es Dalí, el surrealismo es Buñuel y Breton y Crevel... 


Me gusta la literatura y el mal que se transforma en bien de algunos. Los que hemos podido leer a  Lewis Carroll, a Switf, quienes hemos leído  la obra poética de Cirlot, la antología poética de Whitman y la de Pessoa sabemos que la belleza es comestible. Breton y Dalí también sabían que la única belleza verdadera era comestible. Necesito respirar el surrealismo por todos los poros, ansío empaparme con Van Gogh y sus Cartas a Teo (exquisita sensibilidad), con Van Gogh y sus pinturas, mientras los cuervos sobrevuelan Auvers-sur-Oise.  Qué belleza. 


Artaud y el suicida de la sociedad está más vivo que nunca.  Al final,   acabaré con el juicio de Dios leyendo a Pavese y a Nerval, al tiempo que acaricio las palabras de Apollinaire. Me divertí sobremanera, me reí  a mandíbula batiente con Rebelais y su Pantagruel y Gargantúa, mientras Kundera me ha hecho llorar de emoción. 


Nadie puede quedar indiferente luego de haber leído a Kafka y su Metamorfosis y su Castillo y sus cartas al Padre y su absurdo e impresionante Proceso,  que luego llevaría al cine  Orson Welles. Pocos parecen conocer a Jean Genet, buen amigo de Juan Goytisolo y Monique Lange. Juan Goytisolo se me apareció en el barrio de La Chanca y luego en Níjar y más tarde en Marraquech (que ahora está en jaque, a resultas del terror, qué jodido). Goytisolo me enganchó con sus marroquinerías: Makbara, Juan sin Tierra y La Reivindicación del Conde Don Julián me parecieron extraordinarios. Goytisolo se divierte paseando en compañía de su amigo marroquí por la universal plaza de Djemáa el Fna (que ha dejado por desgracia de ser un espacio seguro. Me siento fuera de mí y no puedo creer que haya ocurrido tal aberración). Goytisolo frecuentaba un tugurio llamado El Kebir,  lugar casi apartado de la famosa plaza de Marraquech. 
Ahora prefiere el Café de France. Goytisolo siempre ha sido un incomprendido en España. 


Por su parte, Genet y su Diario de un ladrón, que no es un ladrón de bicicletas, como lo fuera aquella conmovedora película de Vittorio de Sica, es bastante desconocido entre la población de lectores y escritores españoles. Genet se descojona de todo. Genet se ríe hasta del lector, escribe Bataille.  El surrealismo aún palpita: “Swift es surrealista en la maldad. Sade es surrealista en el sadismo. Chateaubriand es surrealista en el exotismo. Poe es surrealista en la aventura. Baudelaire es surrealista en la moral. Rimbaud es surrealista en la forma de vivir y demás. Reverdy es surrealista en su casa...”, asegura Breton en su Manifiesto Surrealista.  Jarry, Mallarmé, Éluard, Aragon, incluso el propio  Byron, vuelven con  el mal a casa, Breton me mira a los ojos y me da las buenas noches. Ah, el absurdo me toca un brazo,  el izquierdo, el derecho lo tengo ocupado y dormido. Beckett me espera en un bareto de mala chingada en Pigalle,  mientras  juega una partida de dados.  Ionesco prefiere cantar -le gusta la ópera-  y darme una lección de anatomía.  Nerval me tiende su mano encantada, hay una insoportable levedad del ser que no para de excitar mis neuronas. Soy un "joven" tribulante, un estudiante que disfruta de una Erasmus en Viena. Soy como Törless, un hombre sin atributos, despellejado por el destino que se torna incoloro y duermevela.  Musil sabe que en una  mirada  se puede encontrar el amor, el afecto, la ternura, el sexo. Me encanta ligar con la mirada, o que me religuen con la mirada. Balzac no creía en el matrimonio. El matrimonio es contrato. El matrimonio es fisiología. Stendhal estaba enamorado de Roma. Fellini era un surrealista.  Rayuela me conmovió. Cortázar no ha levantado cabeza desde que lo sepultaran en Montparnasse. El Monte Parnaso no está en París, sino en Delfos.  Hasta el próximo... delirio.

jueves, 28 de abril de 2011

El circo

Mañana viernes, en el Benevivere, el Circo, de Chaplin. Como siempre. A las 20h15. Os esperamos. 


Un mundo de risas y lágrimas, esto es el tragicómico universo del circo, entrañable y a la vez aislado del resto del mundo, donde la comicidad surge a partir del drama cotidiano de un tipo, en este caso Charlot, que deambula distraído frente a la puerta del circo. 
Los payasos ya no hacen reír al público y la amazona (Merna) sigue fallando en sus ejercicios ecuestres.
Podría decirse que El circo es su última película muda, él que nunca quiso realmente que su cine fuera sonoro, porque estaba convencido de que perdía toda la magia y ponía en peligro la pantomima, una de las características esenciales de su personaje, el eterno y solitario vagabundo, siempre en busca de afecto y amor. Sus posteriores películas, tanto Luces de la ciudad como Tiempos modernos, sin llegar a ser del todo sonoras,  sí incluyen elementos sonoros, sobre todo Tiempos modernos, que está entre el cine silente y el sonoro.

Una vez más, debemos recordar que el cine es el arte de contar con imágenes, y en sus inicios era un espectáculo de feria. Como el propio circo, que tanto entusiasmaba a nuestro Ramón Gómez de la Serna, y que Chaplin, el pequeño hombre gracioso, conocía tan bien a resultas de su familiaridad desde jovencito con el music hall y los espectáculos de variedades, tan cercanos al mundo circense.  
El circo (The Circus) es una comedia dirigida, montada, producida y protagonizada por el todoterreno Chaplin, quien también compuso y editó el acompañamiento musical original de la misma. 
El meticuloso método de trabajo de Chaplin le llevó a construir un circo real para recrear la atmósfera adecuada durante el tiempo que duró la filmación, casi un año, que se extendió tanto debido a diversos incidentes y accidentes que sufrió el elenco así como un incendio en el plató. En ese período Chaplin estaba, además, apenado por el fallecimiento de su madre y herido por el amargo divorcio de Lita Grey, que le procuró verdaderos quebraderos de cabeza y lo dejó casi arruinado. Sabidas son sus aventuras amorosas con jovencitas, las cuales lo acababan poniendo en jaque, entre las cuerdas. A pesar de que El circo fue uno sus grandes éxitos, una de las pelis mudas que mayor recaudación tuvo de la historia del cine, y por la que recibió un Óscar Honorífico, él mismo se encargó de silenciar y ocultar las copias de esta cinta después de su estreno en 1928 en Nueva York.
Geniales y divertidos son  los gags o chistes visuales en que Chaplin se mimetiza con un muñeco mecánico, mientras es perseguido por la policía. Así como la secuencia,  brillante e ingeniosa,  en que lo vemos en la laberíntica sala de espejos de una feria que multiplica su imagen, lo que le permite huir de su perseguidor. Una escena que tanto Orson Welles como Woody Allen rinden homenaje en sus respectivas pelis: La dama de Shanghai y Misterioso asesinato en Manhattan.
A continuación asistimos a la pista giratoria, sobre la que corre el huido Charlot, causando las risas del público. Resulta trepidante. No menos divertida es la escena en que lo vemos enjaulado con el león. Y casi al final de la peli se nos muestra haciendo funambulismo sobre la cuerda floja, con el acoso de unos monos que le quitan los pantalones. Se cuenta que fue él mismo quien la interpretó, sin necesidad de un doble, lo que le llevó varias semanas de ensayo y rodaje.

Una vez más, la comicidad de Chaplin se desprende de un equívoco. El vagabundo aterriza por puro azar -mientras escapa de un poli que lo confunde con un carterista-, en un circo ambulante, donde el dueño le ofrece trabajo debido a su espontaneidad y su talento para hacer reír al público. En el circo se enamora de la hija del tirano director del circo, Merna, a quien intenta ayudar, pero ésta, ay, se siente enamorada de Rex, el apuesto trapecista. Al vagabundo no le queda más remedio que hacerse equilibrista, si quiere conseguir a su amada.
El final se me antoja sublime: la imagen del pequeño y solitario hombre, absorto en su propia desventura, sentado sobre un cajón en el centro del círculo marcado por la carpa del circo, y ese su último gesto dando una patada hacia atrás, al destino, a la vida, a todo, mientras lo vemos caminar por la llanura vacía hacia el horizonte, acaso con la libertad de quien vive y siente en el camino.

Y es que el enamoradizo y transgresor Charlot siempre buscó la libertad en un mundo de caza de brujas, que él mismo sufrió en sus propias carnes.

martes, 26 de abril de 2011

Lago de Carucedo

Lago de Carucedo. Foto de Odonel Ramón
Abril, aguas mil, y el lago de Carucedo me inspiraron este texto, que forma parte del calendario del Consejo Comarcal del Bierzo de este año.

Lago de Carucedo al fondo, desde Paradela de Muces

 
Lago de las mil y una historias y leyendas, algunas incluso truculentas, como un ensueño sellado por las lágrimas derramadas de una náyade en el país de las maravillas.
Espacio romántico e inspirador, colmado de bellezas y tesoros escondidos bajo sus aguas calmas, cuánto misterio y cuánto mito en medio de tanta historia romana y aurífera, lo que alimenta  aún más, si cabe, nuestra imaginación y nos invita a darnos un baño balsámico, en busca de sus esencias y ciudades invisibles, protegidas por esos guardianes, que desean sobrenadar la realidad, al tierno abrigo de un ramaje.

lunes, 25 de abril de 2011

Semana de trastadas


Zamora
            Ésta no ha sido en verdad una semana de trastadas, sino de paz y sosiego, con paseítos por las veredas del amor y los afectos, la asistencia a la presentación de El agujero de Helmand, la novela de Carlos Fidalgo en Bembibre, un café literario en Noceda, del que hablaré en otro momento, y así, en este plan tranqui, reescribiendo por lo demás sobre el figurón de Miller, Henry, claro está.

Por su lado, la Santísima nos ha acariciado, un año más, con la mano incorrupta y museal. Y uno sin asomar ni si quiera el hociquín al "procesionamen", ni para ver al santo Bebedor-Genarín callejear por el León húmedo.

La Santísima suele aparecer o aparecerse en escena  vestida con una bata color malva y el rostro hecho una lacrimosa andante. Esta santa se le mete al paisanaje hasta en el espíritu corpóreo, sobre todo a aquel que es mocho de sacristía. En todo caso, la procesión va por dentro. En unos y en otros. Creyentes y descreídos. Fanáticos de la religión y ateos gracias a dios. A paso de saeta. Ay, la saeta, qué hondura. Es irremediable. Ella, la santa procesión, es irresistible y penetrante. Pues, cantémosle el Réquiem de Mozart, el Miserere de Michael Nyman, o una misa de resurrección. Por todos los difuntos y difuntas que en el mundo son.

"Antes muerto que descreído", te solían decir antaño. Qué terrible. Qué peso. Cuánta amargura. Si lo que uno desea es vivir a todo dar, vivir con alegría. Y lo demás, cuentos trasnochados.  Imposible alejarse de el rancio "mochismo". La tradición religiosa y los estereotipos siguen bien arraigados en nuestros esquemas de irracionalidad controlada, descontroladoa, incontrolable, en nuestro organigrama maniqueo.  Lo más saludable sería viajar más allá del bien y del mal, y desterrar  el maniqueismo de la república, abandonar cualquier suerte o desgracia de religión. ¿De qué República?

            A matar judíos se nos ha dicho, porque echarse a la cazuela judíos es el pan nuestro  -cuerpo de Cristo- de cada día. Corren tiempos xenófobos y bélicos, clasistas y repugnantes. Como si cargarnos judíos fuera un atavismo católico-apostólico, romano-hitleriano, del que nos resultara imposible desprendernos. Como si despachar judíos entrara dentro de los cánones establecidos por la moral cotidiana, convencional, o la ética consumista.

Se asegura que para matar judíos hay que trincarse unas sangrías, sangre de Cristo, y zamparse unos frisuelos, hostias de Jesusín Nazareno. Por cierto, durante la pasada semana santurrona también vi en la tele el Jesús de Nazareth, de Zeffirelli. Me perdí, ay, el último capítulo. Qué pena.

Haylos y haylas que aprovechan el contubernio para hacer y hacerse el draculín y draculina,  y hasta para chuparle el botoncito de alarmas incendiarias a una madonna, o bien entrarle al vecino o...  yugular a la vecinita de enfrente... psicopatía al canto, antropofagia, que la violencia es el pan nuestro de cada día. Chupar la sangre al prójimo es lo que se lleva, y aun se trae el personal entre pecho y glúteo, unos debajo del sobaco, que empolla fiebre y pollitas ponedoras, otras entre las piernas, como en la película de Gómez Pereira.

La Santa Semana suele serlo asimismo de murciélagos  que contemplan, impasibles, cómo una caterva de cafres se chinga a un montón de cadáveres y ánimas en pena, aquí y acullá,  en tierras libias, en pagos afganos e irakíes, en tierra santa, en el África negra, que sigue en erupción... por los  cuatro costados del mundo, en el crepúsculo rojizo de una tarde. Por ejemplo.

            Es semana de mochos y mochuelas de sacristía, sangría, chicha, limoná, sangre infecta, vírica, sidosa. Abstinencia, recomiendan los catequistas del Vaticano. Papa incluido, que ahora responde dudas existenciales, vía televisiva, a los feligreses desde su poltrona. Santidad castiza, decimonónica, grotesca. Mientras tanto, el mundo arde en llamas. Y las fumarolas se extienden desde el cráter del Popocatépetl en México lindo y chingado hasta este ombligo cósmico (y útero gistredense) que es el Alto Bierzo. Pero la hoguera del domingo de resurrección acabará purificando, algún día,  el SIDA y toda la sangre purulenta que en esta Tierra Santa hay.

Papones en Semana Santa (Zamora, 2009)
            Los papones, con el careto velado y ojos inquisidores, escondidos tras la máscara, seguirán desfilando como una tropa Ku-kux-Klán entre la muchedumbre. Carnaval procesional y profesional. Nomás. No estamos en la semana sevillana, clavados a la cruz, ni en las procesiones de capas pardas de Zamora, en las que hay penitencia y pústulas, martirio y llagas. Aquí sólo sacamos a orear las prendas íntimas del vecindario, y el sábado santo hacemos trastadas (hacíamos trastadas, ahora ya nos hemos convertido en benditos),  y b(v)acilamos a Cristo y a su madre, si ha lugar. 

miércoles, 13 de abril de 2011

Susana Fortes




La escritora gallega Susana Fortes nos deleitó ayer con su conferencia en Bembibre. Un auténtico broche de oro para unas Tardes de Autor (Autora, en este caso) que se han venido celebrando desde hace cinco años en la capital del Bierzo Alto, con Tomás Néstor como maestro de ceremonias, y el apoyo decidido e incondicional de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento bembibrense.
Yo no nací escritora –nos vino a decir- sino que un buen día, en un viaje por la Bretaña francesa, le escribí una postal a alguien cuyo breve texto sería luego el comienzo de mi primera novela: “Mañana plateada de bruma y salitre. Sobre la mesa un café noir. Corto Maltés no está conmigo”. El oficio de escritor/a se aprende, naturalmente, pero para escribir se necesita cierto talento y sobre todo un gran trabajo. Me puedo pasar ocho horas seguidas escribiendo –señaló- y no tengo conciencia de que haya pasado tanto tiempo. Susana Fortes decidió hacerse narradora casi por casualidad, aunque no tanto, porque ella siempre vivió rodeada de libros (su padre era profesor de historia) y su abuela Nina le contaba historias maravillosas, que ella acabó incorporando a su subconsciente literario. La lectura es fundamental para alguien que aspire a escribir, y que otra persona te enganche con sus cuentacuentos es casi definitivo a la hora de que te entre el gusanillo de la escritura. Comienzo a escribir una novela a partir de una  imagen –relató la autora de Esperando a Robert Capa, porque, como toda mi generación, yo he crecido con el cine, que tanto me ha influido. Algunos críticos han llegado a reprocharle a que la suya es una sintaxis cinematográfica, lo que ella encaja sin aspavientos, porque reconoce su deuda con la fotografía y el séptimo arte. No en vano tiene varios artículos publicados, bajo el título de Adiós muñeca, sobre sus gustos cinematográficos.

Comienzo a escribir una novela cuando se convierte en una obsesión, que no puedo sacarme de la cabeza, cuando los personajes se apoderan de mí con tal fuerza, que se convierten en mis invitados de honor, con quienes desayuno, como y ceno, nos dijo Susana Fortes, que nos emocionó ayer contándonos cómo se gestó su novela, Esperando a Robert Capa (que por cierto se convertirá en película, porque cedió los derechos a Michael Mann, el director de  El último mohicano).  Una  biografía novelada, en una primera parte ambientada en París, sobre dos intrépidos personajes del siglo XX como lo fueran los fotógrafos Capa (uno de los referentes mundiales en cuanto al reportaje fotográfico de guerra) y su inseparable Gerda Taro, ambos judíos que huyen del nazismo.
Escribir te lleva, por lo demás, a descubrir mundos y personajes fascinantes. Como le ocurriera a Susana Fortes con su novela, Quattrocento, que le permitió redescubrir a los Medici en Florencia durante nueve meses (como un embarazo, aseguró ella) en una novela histórica, que le supuso un gran reto (no en vano ella es historiadora y profesora en Valencia) y a la vez le hizo saborear la ciudad del síndrome de Stendhal.
“Desde mi apartamento veía la basílica de Santa María del Fiore”. Qué maravilla disfrutar de la capital del arte y de la moda. Y además poder contar lo sentido y vivido. Enhorabuena, Susana.

La quimera del oro

“Leí un libro sobre la expedición Donner, que, camino de California, equivocó la ruta, quedando bloqueada por la nieve en las montañas de Sierra Nevada. De ciento sesenta pioneros sólo sobrevivieron dieciocho; la mayoría de ellos perecieron de hambre y de frío. Algunos practicaron el canibalismo, comiéndose a los muertos; otros asaron sus botas para apaciguar el hambre. De aquella horripilante tragedia concebí una de las escenas más graciosas de la película. Sintiendo un hambre espantosa, hiervo mi bota y me la como, chupando los clavos como si fueran huesos de un delicioso capón, y devorando los cordones como si fueran espaguetis. En este delirio del hambre, mi socio está convencido de que soy un pollo y quiere comerme.” (Chaplin, Autobiografía, A propósito de La quimera del oro).

La quimera del oro está inspirada, en un comienzo, en la tragedia de Donner, en su marcha hacia California. Aunque, al final, el maestro de la pantomima se decidió por la aventura de los buscadores de oro en Alaska, cuyo argumento trabajó durante un año. 
Para la realización de la película se rodea de sus mejores colaboradores, pues se trata ésta de una superproducción (dos millones de dólares costó, si bien recaudó seis millones en poco tiempo) y una obra complicada en cuanto al rodaje, sobre todo en lo que se refiere a los exteriores  en las montañas Rocosas de Nevada. 
En este film interviene más de un millar de extras, que no son profesionales, sino lugareños o vagabundos (como el personaje universal que interpreta Chaplin) que aparecen como buscadores de oro en la escena inicial del paso del desfiladero nevado. El rodaje en la cabaña, en cambio, se hizo en estudio.  Asimismo, construyó un pueblo de montaña en decorado.

La quimera del oro es tal vez la primera gran obra maestra de Chaplin, un relato burlesco y romántico concebido como una sucesión de gags, todos ellos impregnados de melancolía. Una narración tocada por la varita mágica de la poesía y la aventura.

Este genio del cine mudo llegó a decir que ésta es la película por la que le gustaría ser reconocido. Aparte de su faceta como guionista, director y montador, fue él mismo quien la produjo, a través de la United Artists, y la interpretó en su personaje del eterno y triste vagabundo que decide viajar a Alaska en busca de sueños y oro. En el camino hacia esta gélida tierra, el solitario buscador de fortuna -en el fondo lo que ansía es el amor y la amistad de la bailarina, Georgia-, vivirá situaciones emotivas y delirantes, que se traducen en secuencias antológicas: como  el festín con sus propias botas, previamente cocinadas y luego servidas a ritmo de vals mientras vemos al pequeño hombre separar los clavos, que sabían a caramelo, del peculiar calzado comestible cuya suela y cordones eran de regaliz; el delirium o alucinación del compañero grandullón que confunde a Chaplin con una gallina, la secuencia del baile en la que Chaplin se ata los pantalones con una cuerda que arrastra tras de sí a un perro, el baile de los panecillos y tenedores, o la cabaña al borde del abismo, con una coreografía espléndida, que nos pone el corazón en un puño, como en una magnífica peli de suspense. Todas estas son escenas inolvidables, momentos de humor extraídos de situaciones al límite, y aun de las conflictivas relaciones que un personaje (Chaplin) mantiene con los más diversos objetos. Un humor, en este caso, similar al que nos ofrece otro monstruo del cine mudo, Buster Keaton, quien por cierto ya había realizado Pamplinas en el Polo Norte en 1922, que podría considerarse como precursora de La quimera del oro.

A pesar de su final feliz y su apariencia de comedia, La quimera del oro esconde un drama, el que viviera Chaplin en su infancia, en este caso bajo una mirada llena de ternura. En el fondo, este director cómico siempre filmó la misma peli, eso sí, con sutiles variaciones.

Aunque esta película se estrenó con gran éxito en Hollywood, en 1925, Chaplin, que era un maníaco de la perfección, la revisó y reestrenó en 1942 como versión sonora, dándole algunos retoques y añadidos, entre ellos, la narración en off del propio director así como la inclusión de diálogos explicativos y una partitura musical que él mismo había compuesto, por la que recibió una nominación a los premios Óscar.

Una obra inolvidable.

martes, 12 de abril de 2011

Abril berciano


                                              En homenaje a Umbral y su Mortal y rosa

Abril canta,/pisa, crece, toca un violín apagado,/se sube a todas las tapias,/descuelga cosas del cielo,/muerde una fruta verde/y se baña desnudo,/desnuda,/en la corriente helada del pavor (Umbral).

            Abril es un verdor suave, tocado por el arpa de los deseos, bajo la sensación de una fragancia a hierbabuena. El abril berciano es la sonrisa hermosa de un árbol y la inclinación apacible que nos procura un paseo en bicicleta por Las Chanas. Un paseo por las nubes de la esperanza. Lentas nubes que dan sueño, y nos invitan a reposar nuestras fatigas. “As lentas nuvens fazem sono,/O céu azul faz bom dormir”, como aquellos versos de Fernando Pessoa, que José Luis Moreno-Ruiz toma como título de uno de sus libros.
            Abril es una tromba de lluvia en el momento más inesperado. Y a veces una pincelada de azul celeste en los ojos de nuestras ensoñaciones. Un cielo azul que nos ayuda a dormir como angelitos. Abril  es como un bebé que se meciera al runrún de una reguera, y una canción de cuna cantada por un coro de doncellas. Abril es pura doncella (valga la redundancia) y puro despertar a la nueva vida. Qué sensación de plenitud. De vida. Una entrada a la vida-vida. Una puesta de sol en el pantano de Bárcena. Abril es como un músico alegre que tocara la dulzaina  mientras el aire sopla con fuerza en el alto de la sierra de Gistredo. El viento soplando en tardes de resplandor.
El útero de Gistredo

Abril es una pandereteira tocando en la matria de mis sueños. Abril, charca encendida donde florecen los ánimos y los chiquillos y niñitas, anhelantes, correteando por el bosque en busca de un tesoro escondido, la isla del tesoro, ínsula oculta tras el velo mágico de una realidad surreal. Sí, el Bierzo es una isla en medio de un mar de ilusiones. Un mar de olas montañosas. Un acantilado de promesas. Abril es una composición de colores y aromas naturales. Una vuelta al caldo de cultivo, a una savia sabrosa y excitante. Un mundo de fantasía en el que las muchachitas entrelazan pasiones en la rueca con que les obsequiara su bisabuela. 
Abril es un canto a la vida y una conmovedora mirada a la naturaleza. Abril es sentirse en paz con la campiña, y reírse del crudo invierno, que aún ha dejado blancas huellas de blanco sabor a nieve en la Guiana. Linda. 


El útero de Gistredo-El Castro de Valdequiso a la derecha
Blanco que te quiero nieve. Abril es como un suspiro de placer en la gracia estrellada de las noches. Abril es también una banda de pajarillos bailando una muñeira encima de las ramas de un pino. En el Plantío. Abril, perfume bucólico de chaparrón, pasto crecido donde las vacas pacen su soledad de rumiantes tranquilos. Abril, primavera que sabe a almendro en esta república de los colores.

            Abril te invita, estimado berciano,  querida berciana, a tumbarte en el verde de los jardines en flor, y sentir el vergel, tu huerto voluptuoso. La primavera, que es una de mis estaciones preferidas, no ha hecho sino comenzar su florecimiento y su refinada perfumería.

miércoles, 6 de abril de 2011

Paisajes interiores en el Benevivere

Gabriel Folgado en Tardes de Cine en Bembibre
Recupero este texto, reelaborado, para anunciar la próxima peli en el Benevivere.

El próximo viernes día 8 de abril proyectamos Paisajes interiores en el Benevivere de la capital del Boeza. De este modo, abrimos los ciclos de cine, en una primera etapa, con un cineasta berciano, Chema Sarmiento, y los cerramos con otro paisano, Gabriel Folgado (ambos del mismo pueblo, curioso). Conviene recordar que, luego de la proyección de Paisajes interiores, comenzamos una nueva etapa con un ciclo de cine dedicado a las obras maestras de Chaplin.
Paisajes interiores pervivirá más allá de nuestro olvido, porque su director, Gabriel Folgado, ha logrado retratar el alma de los mineros. Y la minería es nuestra historia, pasad y presente... tal vez futura.
Se trata de una película documental filmada en varias localizaciones del Bierzo, en el año de 2007, que fue galardonada, entre otros muchos premios, con el del público en el festival de León, y en la que se nos cuenta la vida de tres generaciones de mineros. La hora prevista del pase es a las 20h15.

Paisajes interiores es y será un documental imprescindible en la  minería berciana, con proyección nacional, y  aun internacional. En cualquier caso, le deseamos salud y larga  vida. Paisajes interiores es el título de un espléndido trabajo  realizado por ex alumnos de la Escuela de Cine de Ponferrada, entre  ellos, su director, el berciano Gabriel Folgado, conocido entre  amigos y allegados como Beli.
Folgado es originario de Albares de la Ribera, cuna del también  cineasta Chema Sarmiento, director, entre otras, de El Filandón y  Los Montes. Albares, escenario de cine, pueblo por el que siento  atracción, un cariño especial, tal vez porque en este lugar nacieron  al padre de mi madre, a quien no conocí. Pero esto pertenece a otro  cacho de realidad o ficción cinematográficas.
Paisajes interiores  ha cosechado éxitos en diversos festivales de cine, y como he tenido la fortuna de verlo en varias ocasiones, puedo asegurar, aunque  la mía sea nomás una opinión, que engancha y resulta conmovedor,  porque el director logra retratar, con gran sensibilidad, de una  manera natural y creíble, sin aspavientos ni artificios, el alma de  los mineros bercianos, así como el entorno donde viven y trabajan.  La hora y veinte minutos que dura el documental se le pasa a uno  volando. Puede que la minería le toque a uno de cerca -¿a qué  berciano no le toca directa o indirectamente?-, y eso aumente el choque emocional, y  sobre todo la predisposición a ver este documental con buenos ojos.  Eso influye, pero el trabajo que han hecho Beli y su equipo de colaboradores –tanto en lo artístico como en lo técnico- se me hace de una factura impecable.
Conviene señalar que Gabriel Folgado ha trabajado, entre  otros, con el cineasta leonés Felipe Vega en una película cuyo  título es Mujeres en el parque. Además de la labor de dirección, que  logra sacar lo mejor de los actores-no actores, los mineros,  destacaría la dirección artística -una buena elección de  localizaciones- y la fotografía. El director de foto, Luis Ángel  Pérez, logra embellecer y transfigurar la realidad, en ocasiones  sucia y negra, a través de sus encuadres y su forma de iluminar,  logrando interesantes composiciones pictóricas. Algo parecido a lo  que hiciera Antonioni en El desierto rojo, película sobre el color y  la fotogenia industrial.
Esa forma de filmar Paisajes interiores en  primeros y primerísimos planos, tan audaz y arriesgada, también nos hace recordar Suite Habana, magistral e impactante película de Fernando Pérez sobre la vida de algunos habaneros.
Esperamos que este documental, digno e imprescindible  sobre la minería berciana, siga teniendo mucha proyección a lo largo y ancho del mundo.
Mientras, Folgado –quien estuvo presente en Tardes de Cine y acaba de rodar con Chema Sarmiento, Vine una chica, sobre adolescentes con el síndrome de Down, sigue en la fase de preproducción de su segundo documental, que girará sobre el apetitoso mundo de las castañas, cuyo título es Ancestral Delicatessen. Su intención es rodar este trabajo en lugares del Bierzo, Galicia, París, incluso Japón. Pues, amigo Beli, que todo te salga a pedir de boca. Mucha suerte.

Os esperamos el próximo viernes en el Benevivere. A las 20h15. Como siempre.


Chaplin

 Era un soñador y un inconsciente, rabiando contra la vida y amándola (Chaplin).

El eterno vagabundo que, como en un cuento con final feliz, llegó a ser nombrado Caballero (Sir) del Imperio Británico  por la reina Isabel II y consiguió un Óscar honorífico al final de su carrera, nos ha hecho reír y llorar de emoción a partes iguales, algo que sólo logran los genios. Y Chaplin era un genio, porque para él el cine era ante todo emoción, más allá de la técnica y la acción. 
Algunos críticos han llegado a señalar que el cine de Chaplin se asemeja al teatro en sus puestas en escena, en cuanto no le preocupaban ni la dirección de foto (sin contrastes ni sombras) ni la dirección artística, porque entre otras razones era algo que él no dominaba. Sí, en cambio, la dirección, la interpretación y la música. 
No en balde, él mismo compuso la música de la mayoría de sus pelis. "En ninguna estética se ha usado el llanto de esta manera tan pura -llegó a decir Lorca de Chaplin-. Llanto redondo, llanto en sí mismo". 
Sin embargo, tras un lenguaje cinematográfico aparentemente sencillo y una planificación funcional,  Chaplin contó con todos los medios de producción y una absoluta libertad para filmar y repetir tomas cuantas veces fuera necesario. 

En Chaplin también se da una conjunción perfecta entre intelecto y sensibilidad en todos sus personajes, como golfillo enamoradizo, mendigo apuesto, entre otros. 
Heredero del humor de Max Linder, deudor del estilo de Sennett y cofundador de la United Artists, Charlot es un tragicómico -tras su risa y comicidad vemos su máscara trágica- que nos ha dejado y legado un patrimonio artístico insustituible. Sus interpretaciones nos siguen dejando boquiabiertos  y su buen hacer nos  hechiza. 
"La vida es una tragedia si la ves de cerca, pero una comedia si la miras con distancia", dijo este hechicero del humor, que nace y crece con el cine, porque es el cine mismo.
Este todoterreno de las artes escénicas -director, actor, guionista, productor, compositor, poeta- continúa cautivándonos con sus elementales puestas en escena y sus pelis atrevidas, impregnadas de humor y sapiencia.
Este niño pobre, cual personaje dickensiano, nacido en los suburbios londinenses el seno de una familia desestructurada, con un padre alcohólico, de origen judío, y una madre cómica y depresiva, cuyos orígenes gitanos vía materna nos lo aproximan a nuestra España cañí y caló, logró sacudirnos las entrañas porque el suyo es un cine para todos y todas, un arte universal lleno de matices caricaturescos y satíricos. 
Demoledor en ocasiones con la realidad, como vemos en Tiempos modernos (sobre la deshumanización y la alienación del obrero impuesta por el maquinismo industrial y el capitalismo salvaje, con gran vigencia en la actualidad) o en El Gran dictador (sátira contra los sistemas dictatoriales y en concreto los fascismos).
Tachado de comunista y antinazi, Chaplin acabó abandonando a principios  de los años 50 -después de rodar su original y emotiva Candilejas- su matria de adopción, USA, para irse a vivir a la bella localidad de Vevey, a orillas del lago Lemán (Suiza), país en el que está enterrado.
Comenzó temprano su carrera como mimo y cantante en las calles de Londres, a principios de la década de 1910, que continuó hasta finales de los 60 del pasado siglo XX.  
Su última peli es La condesa de Hong Kong, con Marlon Brando y Sophia Loren como protagonistas. A partir de entonces, a Chaplin se le diagnostica demencia senil, y entra en una etapa de decadencia hasta su muerte en 1977.
Su debut en el cine lo hizo con su característico bigotito y su indumentaria raída: sombrero, grandes zapatos de payaso, chaqueta ajustada, pantalones holgados y bastón. De la mano de su maestro Sennett, cuya productora era la Keystone, Chaplin rodó sus primeros cortos. 
Por discrepancias salariales, Charlot acabó separándose de Sennett, comenzando así una nueva etapa en la Mutual Film Corporation, donde rodó películas como Charlot prestamista o Charlot, músico ambulante. 
A partir de 1918 hasta 1923 trabaja al servicio de la First National, donde realiza obras como Vida de perro o Armas al hombro, entre otras. 
«Mi primera película para la First National tenía un elemento satírico en su argumento. Establecía un paralelo entre la vida de un perro y la de un vagabundo», señala Chaplin. Se trata ésta de una etapa muy fructífera, pues llega a filmar más de 60 cortometrajes y mediometrajes.
Ya en 1919 rueda su primer largometraje El Chico (The Kid, 1921), obra enternecedora, en la que nos muestra su preocupación por los niños abandonados, en realidad su propia autobiografía, pues él también fue abandonado en un orfanato por sus padres. 
Este mismo año cofunda, con las estrellas del cine americano, Mary Pickford ("la novia de América"), Fairbanks y D. W. Griffith, la United Artists, productora que presidirá hasta la década del 50, y que le permitirá tener un control absoluto sobre sus películas, porque él será su propio productor. 
Entre sus  grandes obras de esta época, cabe señalar La quimera del oro, de 1925, y El circo, de 1928 (por la que recibió su primer Óscar), ambas películas mudas. Y es que Chaplin era un gran defensor y maestro del cine mudo, de la mímica refinada y la pantomima, siempre reacio al cine sonoro. En realidad, el cine es el arte de contar con imágenes. 
De 1931 es otro clásico, Luces de la ciudad (que me hace recordar el título valleinclanesco de Luces de bohemia), una comedia sentimental en la que Chaplin interpreta a un vagabundo que se enamora de una florista ciega a quien ayuda a recuperar la visión. 
Película en la que Chaplin se toma la licencia de incluir -sin hacer mención, así son a veces los genios- la música de José Padilla, una versión instrumental de La Violetera
A Chaplin, en realidad, le gustaba tomar préstamos, por decirlo de alguna manera, porque Tiempos modernos (su siguiente peli, de 1936, a caballo entre el cine mudo y el sonoro), aun siendo una obra extraordinaria, es como un plagio de Á nous la liberté, de René Clair, eso sí, con cierta influencia de Metrópolis, de Fritz Lang. Y es que los grandes también se inspiran en otros grandes. 
Con El gran dictador, de 1940, Chaplin -quien escribe, produce, dirige y encarna de un modo caricaturesco a Hitler (Hynkel)- se gana la enemistad y el desprecio de muchos, entre ellos del ministro de propaganda de Hitler, quien califica a Chaplin como judío despreciable. 
En España estuvo prohibida su exhibición durante el régimen franquista. Esta es sin duda una de sus grandes obras. Nominada al mejor guión original y mejor actor, aunque al final no se llevó ningún galardón. 
Su siguiente película, Monsieur Verdoux, de 1947, sigue cosechando enemigos entre las autoridades y patriotas americanos. 
A partir de una idea del colosal Orson Welles, Chaplin plasma en pantalla la historia de un Barba Azul (el Señor Verdoux), un insignificante empleado de banco que, cuando pierde su empleo durante la depresión, decide casarse con solteronas viejas que luego asesina para quedarse con su dinero. Esta película propicia y acelera el abandono de Chaplin de los Estados Unidos. 
Aunque antes de poner tierra (o mar) de por medio, filma su última gran obra, Candilejas, de 1952, tal vez su peli más autobiográfica, sobre el mundo teatral, síntesis de su cine: las carcajadas y las lágrimas fundidas a la perfección. Comedia y (melo)drama a la vez. Un cómico alcohólico (en recuerdo tal vez a su padre) acoge a una joven atormentada y suicida (en recuerdo quizá a su madre) para que ésta recupere su afición por la danza. 
En el reparto contó también con la colaboración del entrañable Buster Keaton (otro genio del cine mudo). Destaca por su extraordinaria banda sonora, considerada por algunos críticos como una de las mejores de la historia del cine.
Ya en su última etapa londinense -Chaplin vuelve al punto de partida- dirige e interpreta Un rey en Nueva York (A King in New York, 1957), que es una crítica feroz contra la sociedad norteamericana, presidida por el maccarthismo, que él mismo llegó a sufrir como artista. 
Para su última película, La condesa de Hong Kong (A countess From Hong Kong, 1967), se rodea de los magníficos Sofía Loren y Marlon Brando. Y hasta el propio Chaplin aparece como camarero.
El cine de Chaplin ha influido en múltiples y variados cineastas, desde Woody Allen hasta Pasolini pasando por Fellini o Billy Wilder, entre otros.
En  Leicester Square (Londres), puede verse su estatua.