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miércoles, 28 de julio de 2010

Amsterdam, ciudad de cuento













Es probable que Amsterdam sea mi ciudad europea preferida, y tal vez por esto es una de las ciudades que he visitado en varias ocasiones, en muchas ocasiones, diría, aunque lo que en verdad me gustaría es vivir una temporada en esta ciudad de cuento, colorida y excitante, tocada por la inspiración humano-divina, ciudad-fetiche, ciudad-bicicleta, ciudad-museo al aire libre, ciudad de belleza comestible, carnosita y deliciosa, con aroma a hachís y marihuana, a fluido rojo... sólo hay que callejear por su belleza encarnada y fosforescente, por los puentes de esta tela de araña, que te atrapa y te engatusa, que te convida a amarla sin interrupción, con un alucinatorio y delirante sentido de la subconsciencia.

Vuelvo a Amsterdam, después de mi último viaje Interrail por Europa, y lo hago en avión, que es otro modo de viaje, quizá menos poético que en tren, aunque elevarse por los aires tiene su encanto y procura cierto grado de éxtasis. Despegar se me antoja "pura levitación".
En esta ocasión viajo acompañado, lo que da sin duda otra dimensión al viaje. Ahora que me da por recordar, la primera vez que puse los pies en esta ciudad también lo hice en compañía. No obstante, el viajero, habituado a viajar solo, descubre o redescubre otra forma de sentir, porque al fin viajar, la mejor forma de viajar -como nos recuerda el poeta Pessoa- es sentir, sentirlo todo excesivamente, porque todas las cosas son, en verdad, excesivas, y toda la realidad es un exceso, una violencia, una alucinación extraordinariamente nítida, que vivimos todos en común con la furia de las almas.

Aterrizo en Schiphol, que se perfila al igual que la ciudad como una tela de araña, y desde ahí -abajo- me encamino, en el trenecito amarillo de las ilusiones, hacia la Estación Central (Centraal Station), cuyo arquitectura me resulta similar a la del Rijksmuseum. Luce el sol y se espera un día hermoso, como linda es la ciudad...
Si Amsterdam es una ciudad de cuento, Holanda -Holland- también se me hace un país de hadas, principitos y querubines, de hadas bellísimas, con los ojos marinos de lo celeste y la sensualidad de lo hechizante, y príncipes aguerridos, montados en la bici de lo libertario.
Viajar a Holanda es como hacerlo a través de un cuento de infancia -nuestra única patria verdadera-, si nos fiamos de Rilke, gran poeta checo, que viajó por España y escribió un interesante epistolario.

Viajar a Holanda -ese país excelso y coqueto bajo el mar y por encima del cielo sagrado de las promesas-, es montar en bicicleta, erotizar los movimientos, lamer luz roja, acostarse con la polisemia, beber cerveza en la fábrica de Heineken, comer arenques en Volendam y queso y leche evaporada en Monickendam, echarse una siesta en alguna pradera tulipanada, a orillas de algún canal de ensueño, y poner en marcha las aspas de un molino de viento, sintiéndose Quijote por un momento, sintiéndose manchego y universal en una sin par aventura, atrevida, exquisita, hecha a medida humana, sintiéndose berciano y universal en Tierras Bajas (Neederland).

Amsterdam es una ciudad hecha a escala humana, ganada al mar, construida y reconstruida por el ser humano, ciudad bucólica y bohemia, que tuve la suerte de visitar por primera vez en la Semana Santa de 1989, en compañía de una amiga, Rocío. Luego, en 1992 -mientras disfrutaba de una Erasmus en Francia-, emprendí de nuevo ruta Interrail hacia la ciudad de los Coffees. Ya en 1993, provisto con otro billete Interrail y habituado a lo que se guisa y se come en esta ciudad holandesa, me introduje, quizá por la gatera de la surrealidad, en su alma. En agosto de 1993, en el hostel de Haarlem, que queda a unos pasitos en tren de Amsterdam, conocí a dos italianas de Milano, o cerca de Milán. Las hermanas Simona y Elisa Brunelli. Simona era morena y cariñosa, y Elisa una gran conversadora. Pero mis deseos de visitar Copenhague me apartaron de ellas. Mi billete Inter-rail estaba llegando a su fin, con lo cual decidí, no sé si acertadamente, prescindir de su compañía para continuar mi viaje a la ciudad de la sirenita y la luminosidad pictórica. Sentí pena -debo confesarlo- por tal apresurado desenlace con las chicas italianas.
Continuará.



martes, 27 de julio de 2010

Mestre, hijo predilecto del Bierzo




Mestre, el Príncipe Bendecido, el Grande, el maestro, el poeta del Bierzo, el villafranquino universal es, desde ayer, Hijo Predilecto de nuestra comarca. Título, honor que bien se merece este sublime trovador, profeta y poeta en su tierra y en todo el universo.
Con un discurso coherente y conmovedor hasta hacernos saltar las lágrimas, Juan Carlos, nuestro paisano y amigo, nos elevó, una vez más, por encima de nuestras miserias, acercándonos a nuestros antepasados, aquellos que inventaron la Vía Láctea y dieron a la intemperie el nombre de necesidad, aquellos que nos han legado su voz, su voz poética, como Gil y Carrasco, Gilberto Ursinos, Ramón Carnicer, Toñín Guerrero, Antonio Pereira..., a los inocentes, desamparados, a los santos inocentes, a los mineros, carpinteros, campesinos, herreros, panaderos, a los que duermen sobre la sangre helada de los martillos... queridos compañeros, a todos cuantos han forjado y conformado, con su sangre, sudor y lágrimas, nuestra historia, nuestra identidad, a todos aquellos que el poder silencia y aparca en las cunetas, a esos que tienen una voz verdadera y una presencia real, una voz bajo la forma de herida, voces puras cuyo país es su alma, porque la suya es cercana, familiar, certera, auténtica, generosa... y nos invita a ser algo más espirituales.


Gracias, querido Juan Carlos, por hacernos vibrar al ritmo melodioso de tu prosa poética, de tu excelsa poesía, esa la que borda la ternura sobre los valles del Bierzo, país de la ribera donde balan las corzas, la que nos habla directamente a las entrañas sobre las cosas pequeñas que se pueden envolver con cuidado en un pañuelo, sobre la dignidad humana, la dignidad que silba desde el cielo, porque las estrellas son para quien las trabaja, bajo algún cerezo de la melancolía, sobre las aldeas y la alta obsidiana de los montes, sobre lo bueno/bello. Salud y libertad, entrañable Mestre.

viernes, 23 de julio de 2010

El valle de Noceda del Bierzo




Me alegra saber que lo que uno escribió, hace ya un montón de años en el Filandón de Diario de León, luego en la web del Colectivo La Iguiada, El Bierzo y su gastronomía, etc. (con variaciones, matices, añadidos... sobre Noceda y sus fuentes medicinales), sea ahora, desde hace tiempo, fuente de inspiración (valga la redundancia, intertextualización o simple corta y pega) para muchos. 

Volveremos a ti, Noceda del Bierzo, tierra agraciada y mil veces paradisíaca.
Volveremos a ti, a saciar la sed en tus fuentes, a degustarte, toda tú, desde El Mirador de La Gualta; y comprobaremos, una vez más, que tú eres nuestro útero...
1. Introducción

El valle de Noceda, tal vez uno de los valles más hermosos del Bierzo, es probable que fuera, en tiempos remotos, un gran lago. Un lago que aún hoy nos sigue haciendo soñar. Puede que este lago no sea más que una hermosa leyenda. En cualquier caso, esto es algo que nos invita a fantasear y/o reinventar la realidad.
El río Noceda, que tiene su nacimiento en la sierra de Gistredo, recorre todo el valle. El cauce del río es utilizado, a su paso por la villa, como fuerza propulsora de un buen número de molinos de agua. Unos molinos que antiguamente eran utilizados para moler el trigo y centeno con que se hacía pan artesano. Incluso en la actualidad algunos lugareños siguen moliendo en ellos. Hay un total de siete molinos a lo largo de los diferentes barrios del pueblo. Uno de ellos, el Molín de Ampuro, sigue siendo como nuestro molino fetiche. Varios de estos molinos han sido restaurados y permanecen abiertos al público en la llamada Ruta de los Molinos.
Por otra parte, se pueden visitar el Lagar “El Alvarico” y el Horno “Las Matildes”. Lagar y horno, convenientemente restaurados según la tradición, han servido en más de una ocasión festiva para prensar mosto y cocer pan.
También existen en Noceda varias iglesias y ermitas de interés turístico. Hay una, en especial, que fue considerada como el centro religioso del Bierzo Alto. Es la Ermita de las Chanas. A esta ermita se han acercado gentes de muy diversos lugares, con el fin de realizar alguna petición o promesa a la virgen de Las Chanas. Una virgen muy venerada entre la población berciana. Cada año, el 15 de agosto, se celebra una romería en torno a este lugar sagrado.

2.- Las fuentes medicinales

Desde La Fuente del Rubio se divisa, al norte, El Mirador de La Gualta, riscoso, como un castro o castillo romántico, gaélico tal vez, nimbado en misterioso color aluminio. El mirador se perfila como un coche antiguo, museal, estilo Tiburón, dice una excursionista. Al sur se atisba una parte de Noceda: los barrios de Río y San Pedro, y al fondo se entreve la cola o cabeza de una culebra majestuosa tendida en un lecho de color verde esmeralda. Es el bario de Vega. La impresionante Sierra de La Guiana raya el horizonte.

Si los viandantes se sintieran extraviados, siempre podrían contar con el re-curso del río: síganlo y terminarán alcanzando y aun tocando La Catarata de La Gualta, antes de coronar el Mirador.



El agua de la Fuente del Rubio, a la cual se puede acceder desde El Mouro por un sendero que se eleva en zig-zag entre robles (fuyacos, dicen en la zona), escobas silvestres y urces, tiene propiedades oligominerales y es bicarbonatada sódica. Hay quienes aseguran que el agua que mana de este caño fortalece los huesos, es saludable para el reúma, previene la caries y da mucha vida.
La Fuente del Azufre se encuentra en un paraje selvático, donde una hay una cascada espectacular.. El agua bicarbonatada mixta de esta fuente tiñe y salpica de color rojizo a quienes se acercan a echar un trago. Se dice que quien bebe este agua, acaba teniendo un apetito comparable al de un león. Por lo que es un buen lugar para interrumpir el caminar y disfrutar de la merienda.
El manantial de la Salud, también conocido como el manantial de la Doncella, pues el agua brota a chorros por entre un manto de musgo, es otro lugar en el que el visitante debe reposar. Basta asomar el morro al caño, clorurado y salutífiero, para sentirse embriagado... de gusto.



Los visitantes, no satisfechos con los manantiales, pueden dejarse arrullar por la catarata de La Gualta. Un poderoso chorro de agua cae a plomo desde unos treinta metros de altura sobre un pozo, en el que los excursionistas pueden descansar a pata suelta. Esta catarata nos hace recordar un anuncio publicitario, fragancia Fá o Heno de Noceda.
El visitante puede acabar coronando el mirador de La Gualta, donde el viento de la sierra alivia el sudor del caminante. Desde esta posición privilegiada se puede contemplar el hermoso y sublime valle de Noceda, como una inmensa corola de genciana, tal y como escribiera nuestra entrañable Felisa Rodríguez.

3.- Los castros

El valle de Noceda del Bierzo, que es zona abundante en yacimientos arqueológicos y explotaciones auríferas, cuenta con un total de trece castros -mineros en su mayoría-, y siete explotaciones auríferas romanas.



De los trece castros, el de La Forca es el único que no está relacionado con una explotación minera. Se podría considerar como posible yacimiento prerromano. Tiene una gran superficie habitable, conserva una posición estratégica de control y posee el mejor territorio agrícola de todo el valle de Noceda. Sobre este castro se han hallado varias tumbas, prueba evidente de la existencia de una necrópolis.
En Soñando tesoros por los castros de Noceda, la poeta Felisa Rodríguez nos cuenta extraordinarias leyendas en torno a estos fortines, y nos recuerda que en el corón de Fuentetorres apareció, cual diosa de la fecundidad por una cara y dios de la inmortaliad por otra, el Ídolo de Noceda. Una preciada y preciosa figurilla, que a veces me hace recordar a El halcón maltés. Este Ídolo, perteneciente a la civilización megalítica, se halla en las vitrinas del Museo Arqueológico Nacional, en Madrid, aunque los museos de Noceda y de Ponferrada cuentan con dos reproducciones del mismo.



Este elevado número de castros mineros hacen de la cuenca de Noceda una de las más explotadas por los romanos. Y tal vez sea éste el valle más rico en cuanto a yacimientos arqueológicos que hay en el Bierzo Alto.









miércoles, 21 de julio de 2010

A Fonsagrada







"Antes da mirada, a paixaxe era só un territorio", leo en un libro cuyo título es Eloxio da distancia, como el documental de Felipe Vega y Llamazares. Un libro, escrito en galego, en el que figuran interesantes reflexiones y miradas de los autores de este singular y hermoso documental, cuyas fotos corresponden a Cecilia Orueta, la compañera de Julio Llamazares, y que Bolaño conserva como un tesoro en el Cantábrico, su restaurante. Bolaño –en realidad José Lombardía Pereira, según me cuenta su hijo Adrián- es uno de los personajes que aparecen en Elogio de la distancia, en concreto en la estación de otoño porque este documental está estructurado según las estaciones, como la película Amarcord de Fellini. “Ser es una película –aclara Bolaño con humor-, pero llámanlo documental para no pagar a los actores”. En cualquier caso, Bolaño confiesa que se divirtió mucho rodando de la mano de Felipe y Julio, hablando con Yuma sobre su afición común: las setas, y jugando con el hijo de Llamazares y Cecilia Orueta. "Un aguilucho", dice Bolaño de este niño con mucha simpatía. En cambio, Adrián asegura que no quiso aparecer en el documental porque tenía que madrugar mucho para rodar, y eso no le gusta nada. Adrián es, por lo demás, un rapaz despierto y amable, que atiende a los visitantes con generosidad, incluso los invita -al menos a este menda y a su amiga- a unos cafés y chupitos. Nos cuenta, asimismo, varias anécdotas, entre ellas, que su padre, Bolaño, toma este nombre de la casa donde nació/se crió. "Mi padre tenía que escaparse de las labores diarias si quería ir a la escuela", sentencia. Le pregunto por Atilano, así como por su hijo Cándido, y nos cuenta que viven a las afueras de A Fonsagrada urbe, aunque en el concello, Palmean, creo recordar.




"Atilano -confiesa Adrián- se conserva en alcohol... son muchísimos los litros que ha bebido en su vida, tal vez más de 5000". "Atilanarse", sugería Llamazares que se incorporara, supongo que en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, como término y sinónimo de embriagarse.




El Cantábrico (en tiempos escuela y bien conocido por el restaurante Bolaño) es un buen sitio para reponer energía al amor de una cazuela de caldo y un vino (un decir) o cualquier otro manjar, postre incluido, por ejemplo una tarta de A Fonsagrada, que está deliciosa. Ya se sabe que Galicia es el paraíso de la gastronomía, y aquí se come bien y abundante.




Volveré sobre este territorio mítico, alejado de casi todo, aunque cercano a Grandas de Salime y San Antolín de Ibias (la tierra que naciera a la abuela materna del escritor berciano César Gavela), en las Asturies matria querida de mis amores. Espectacular el embalse de Grandas, que por instantes -sublimes, tal vez- me traslada a los paisajes canadienses.



A Pénjamo (qué nombre tan lírico y lejano) 5, supongo que kilómetros, según reza en un cartel. ¡Y uno que siempre había creído que Pénjamo era un limbo o algo así! Pues nada de eso, existe este lugar en el mundo... Continuará... Y existe incluso en México/Méjico, qué curioso, en el Estado de Guanajuato. Confieso mi ignorancia al respecto hasta hace bien poco, y ello a pesar de haber tenido el privilegio de estar en Guanajuato, no una sino un par de veces en el afamado Festival Cervantino, adonde por cierto puede ver/escuchar a Michael Nyman en concierto. Pero este es otro cantar, que daría para alguna que otra tonada, corrido o quebradita.




Sigo repasando algunas notas tomadas a propósito de Eloxio da distancia, el libro que me presta Adrián para hojear/ojear (no sé si será fácil conseguirlo en alguna librería) y me encuentro con pasajes como: "Eloxio da distancia é a película dun escritor e o libro dun cineasta ou mellor: é a película dun viaxero que escribe e o libro dun cineasta que viaxa". Qué bonito. "O cine é viaxar e as películas deberían propoñer viaxes". Algo que me resulta muy acertado. La propia vida, no sólo el cine, es un viaje, acaso hacia alguna nada. Pero mientras sigamos disfrutando del viaje, en medio de algún bosque encantado de San Martín de Suarna, la matria del "padre" Ramón R. Mondelo, ya bajo el chorro hipnótico y arrullador de la cascada de Seimeira, que me devuelve a mi espacio primigenio, la catarata de La Gualta, en Noceda del Bierzo.

















martes, 20 de julio de 2010

De vuelta al blog: Eloxio da distancia




 
El pasado viernes se me fundió el ordenata -bueno, al final no fue tan grave, aunque estaba temblando porque podía haber perdido muchos datos e información-, y por fortuna he podido recuperar todo, si bien nada figura en su sitio primero. Por tanto, he estado literalmente fuera de juego, aunque debo confesar que el finde -que se dice ahora- me di un garbeíto por nuestra Galicia querida, y en concreto la terra mítica de Elogio de la distancia, ese espléndido documental realizado por el leonés Felipe Vega, con guión del también leonés Julio Llamazares. Una obra que, por desgracia, no ha podido verse más que en ámbitos reducidos, aunque creo que llegó a proyectarse en Madrid y en el Festival de cine de Málaga, aparte de algunos pases en Lugo, A Fonsagrada (espacio donde está rodado) o León (en el Albéitar de la Universidad de León, con la presencia tanto de Felipe como de Julio, además de Yuma o Julio Sánchez Valdés, entre otros). 

Hace tiempo que tenía ganas de visitar A Fonsagrada. Me habían hablado de este sitio, alejado del mundanal ruido, y después, cuando vi este precioso documental, se me acrecentaron las ganas. Por fin, llegó el momento -siempre hay un momento- y me acerqué a este territorio, que se hace paisaje bellísimo cuando se contempla con ojos de asombro, como un niño que descubriera la realidad, la luz, el encanto de la naturaleza salvaje.


A Fonsagrada en sí misma no es una villa con mucho encanto, salvo algunos edificios singulares, como su "fonte", que le da nombre, o bien la Casa do Concello. Y el mercado, donde se pueden degustar y comprar quesos muy riquiños.


Pero lo que resulta realmente espectacular es el lugar en que está ubicada esta villa, un mirador desde el que se ven panorámicas de ensueño. Ahí reside su extraordinaria belleza, aunque debo señalar que también el paisanaje me entusiasmó: hospitalario, cariñoso...


Nunca olvidaré al Señor Ramón R. Mondelo, el "padrecito", que nos convidó -a este menda, a su amiga y a algunos misioneros- a pulpo. Delicioso. No sólo el pulpo sino la "conversa".



Un hombre entregado a las nobles causas, que nos recibió con los brazos abiertos, como peregrinos dispuestos a alcanzar la gloria eterna. Una comida muy divertida en compañía de todos estos misioneros, algunos llegados de lejanos lugares como Sudáfrica, Perú o Kenia, con sus vivencias y su espiritualidad a cuestas.


Por su parte, Bea Lastra nos recibió, en el punto de información, con una sonrisa de afecto. Todo amor y espiritualidad en un espacio legendario, que ya quedará para la posteridad en Elogio de la distancia, y por supuesto en la retina de mi memoria.
Continuará.

viernes, 16 de julio de 2010

Volvamos a Sade


Recupero este texto, reelaborado para el blog, pasado el 14 de julio, la fiesta nacional francesa, en la que se festeja el primer aniversario de la toma de la Bastilla, que se considera como el comienzo de la Revolución, y en la que el marqués de Sade tuvo mucho que ver y decir. 
Ahora que aprietan las crisis y se desatan las iras y diferencias más acusadas entre ricos riquísimos y pobres miserables, es conveniente volver a Sade, al divino marqués, esa figura controvertida y en cierto modo sublime. A mí, al menos, me sigue apasionando, tal vez porque uno se siente algo subversivo, que quede en revoltoso. Nomás. 
No están los tiempos como para sentirse revolucionario, antes oveja sesteando en el campo de la inopia. Pero uno es así, políticamente incorrecto. Qué le vamos a hacer. 
En cualquier caso, no hay nada mejor que calmar una pasión con otra pasión. Esto es más o menos lo que nos sugería el filósofo Descartes, que encontró en Holanda, en concreto en Amsterdam, su tierra prometida, libertaria. 
No me extraña, habida cuenta de que esta ciudad de los Países Bajos, en la que he estado recientemente, es tal vez la más poética y divertida de toda Europa. 
Recuperemos la belleza, que engendra afecto y ternura, y démosle, de paso, a la filosofía (aunque no sea cartesiana, sino sadiana): La philosophie dans le boudoir (La filosofía en el tocador)
Franceses, europeos, españoles de Castilla y León, españoles de León, bercianos de la hoya, no os resignéis, haced un último esfuerzo si aún queréis ser republicanos. Seamos republicanos, ¿estás de acuerdo, estimado Santi Macías? 
Volvamos a la República que inventara Platón. Y dejemos que el espíritu libre y hasta libérrimo del marqués de Sade nos nutra con sus letras francesas, universales, ese espíritu que en esencia sigue vivo y viviendo entre nosotros. 
Voilà la inmortalidad! A decir verdad, nunca la sociedad fue tan perversa y tan cruel como la actual. 
Es el eterno retorno del terror. O la globalización del terrorismo. Esto de la globalización, dicho así, suena a globo desinflado, a condón pinchado, a nadería... 
Vivimos y sentimos bajo la guillotina del terror. 
Vivimos y morimos bajo el pánico de los escombros. Como en la época de Robespierre. Plus ou moins. Y es que el divino marqués, al lado de los especímenes y monstruitos que aparecen a diario en candelero, es casi un santo varón. 
Fue un santo varón, sin duda, que no pasó de escribir 
Las ciento veinte jornadas de Sodoma en la cárcel de la Bastilla, hoy símbolo de libertad y lugar de reunión de la bohemia parisina. 
En el fondo de su alma, Sade fue un moralista y un filósofo extraordinario. “La filosofía debe decirlo todo”, afirma Sade a modo de conclusión en Juliette“He dicho y escribo que nunca he compuesto libros inmorales ni lo haré nunca”. Ahora lo que tenemos son politiquines y politicastros, castrenses, incapaces de eyacular una sentencia con fundamento y cierto rigor científico. Es como si hubiéramos retrocedido en el camino filosófico. O ya no hubiera más senderos por los que caminar, aunque el caminante siga insistiendo en hacer camino al andar. 
No hay filosofías que valgan. La filosofía postmoderna es débil. Debilidad de pensamiento. 
La filosofía no interesa al personal de a pie, y menos aún al gentío de poltrona. La poltrona le impide a uno pensar con sana lucidez. 
Por una parte, está la mojigatería que impone una sociedad extremadamente aborregada, sumisa a los poderes –en el formato que tengan a bien presentárnoslos-, y por otra parte tenemos a los sanguinarios del terror, imparables en su carrerón hacia el asesinato, el suicidio, la hecatombe... 
En este caso, el crimen no puede ni debe ser considerado como una de las bellas artes. Como nos dijera un singular literato. Esto de las bellas artes le quedó como muy lírico y humorístico a Thomas De Quincey, que era un gentleman inglés, pero en nuestra época se nos presenta como algo apestoso. Hiede a crimen por doquier. 
En el marqués de Sade la transferencia de pasiones de lo real a lo imaginario fue un factor de equilibrio. En su caso, al igual que en Antonin Artaud, la escritura funciona como electrochoque que lograra reactivar al lector y ponerlo sobre aviso: la sociedad está montada sobre una vil tomadura de pelo, y tú también deberías ser consciente de tus falsedades y de tu mala fe. 
Al igual que nuestros semejantes, todos somos un poco o un mucho hijos de la chingada. Pero no nos alarmemos, que aún hay más. Todos tenemos falsa conciencia. Y tú no ibas a ser menos. 
Hay que aceptar la realidad infame que nos ha tocado vivir. Uno se cuenta a sí mismo muchos cuentos -cuéntame un cuento, y verás que contento, como la canción de Celtas Cortos, que estuvieron recientemente en el Festival de Ortigueira-, a fin de sobrellevar la pesada carga de la existencia. 
Cuéntame un cuento, que yo te contaré una de islámicos y otra de vaqueros. Vomitamos existencialismo por toda la cañería corporal. Una existencia que en ocasiones -instantes sublimes- se nos antoja jodidamente placentera, y es en ese preciso y precioso momento en el que te apetece escribir, con sangre y semen, algún renglón, acaso torcido.

jueves, 15 de julio de 2010

Alejandra Burgos


Es la segunda vez que escucho a Alejandra Burgos en directo en la sala Tararí, por donde han pasado muchos buenos músicos, entre otros Raimundo Amador o el ya fallecido Antonio Vega.


La primera vez que tuve el gusto de asistir a un concierto de Alejandra Burgos -hace ahora menos de un año- me encantó. Y ayer noche, en la sala Tararí de Ponferrada, volví a ver a esta argentina enérgica y divertida, con la fuerza suficiente para hacernos vibrar.



Alejandra, ya lo tengo escrito, es la Janis Joplin de nuestra época. Una rapazona o chavalina -si nos fijamos en su aspecto físico- con una energía envidiable en el escenario, acompañada por músicos de gran envergadura, como lo es por ejemplo el baterista (el batería, que se dice por estos lares).
Alejandra Burgos nos deslumbró, una vez más, y nos hizo amar la música con su directo potente y atrevido. Aunque menudita de cuerpo y con carita de angelina, resulta "matona" sobre un escenario. Muy buena esta piba.


Y gran acierto por parte de la sala Tararí de hacernos disfrutar con estos ritmos. Jorge, el propietario de la sala Tararí, se ha convertido en alguien casi imprescindible, un punto de referencia, a la hora de insuflarle vida musical a la ciudad de Ponferrada y a la noche berciana en general.


Hasta la próxima. Nos seguiremos viendo en Tararí.

miércoles, 14 de julio de 2010

Escenas de cine mudo, de Llamazares


Julio Llamazares es quizá uno de nuestros mejores escritores, uno de los más grandes... de este país. ¿De qué país?, diría Julio. Del llionés o lleunés... del astur... del galaico... Así es este leonés, que vive en Madrid, y al que le gusta viajar por el mundo "alante", al igual que le entusiasman los libros de viajes, incluso los malos, asegura él, antes que esos productos-novela, tan propios de nuestra época.


La relectura de Estambul, de Pamuk, quien ve esta ciudad, la suya, en blanco y negro, me ha devuelto al pueblo de infancia de Llamazares, Olleros de Sabero, que aparece retratado en blanco y negro en esa obra titulada Escenas de cine mudo. Confieso mi devoción por este libro de Llamazares, sobre el que hablaré el próximo miércoles en Radio Bierzo, Cadena Ser.


Tras la dedicatoria, que resulta conmovedora (A mi madre, que ya es nieve), nuestro paisano nos deja bien clarín clarete, desde el inicio, que toda novela es autobiográfica y toda autobiografía ficción. Y sin darnos tregua, como si nos asestara un golpe en el cerebro (Mientras pasan los títulos de crédito), nos somete de nuevo a otro hachazo lírico, reflexivo: "la pregunta no es si hay vida después de la muerte; la pregunta es si hay vida antes de la muerte". 
A partir de aquí entramos, bajo hipnosis, en el mundo de los recuerdos, sus recuerdos de infancia en Olleros de Sabero: "un sitio en el que la vida transcurría solamente en blanco y negro". 
"Un poblado minero perdido entre montañas y olvidado de todos en un confín del mundo, donde su padre ejercía de maestro y donde el autor aprendió, entre otras cosas, que la vida y la muerte a veces son lo mismo". 
Un pueblo duro y violento (por más que lo rodeara un bucólico y bellísimo paisaje) -recuerda Llamazares-, en el que se hacinaban y vivían más de ochocientas familias. Un pueblo, en definitiva, que también podríamos situar en los confines del Bierzo Alto o en Laciana.


Estructurada en 28 capítulos, hilvanados todos ellos por la memoria, el paso inexorable del tiempo y la mirada poética y cinema-fotográfica del autor, esta obra puede leerse como un todo o bien por capítulos, sin tener que atenerse al orden que figura en el índice, porque cada fragmento es una pequeña obra de arte en sí misma, aunque algunos merecen una especial atención y re-lectura.


Con tu permiso, estimado Justo, retomo las Escenas de cine mudo, de nuestro paisano Llamazares (cuya literatura también te entusiasmaba). 
Cada capítulo de esta obra evoca el título de alguna canción o de alguna película. Todos me gustan, aunque hay algunos por los que siento predilección, como el segundo: Retrato de un fantasma (que me devuelve a mi propia infancia de escuela rural), o el quinto: Se vive solamente una vez -Hay que aprender a querer y a vivir./ Hay que saber que la vida se aleja y nos deja llorando quimeras...- (que nos traslada a esa Lisboa portuaria, donde existe un bar, el British Bar, en cuya pared hay un viejo reloj que preside la barra, en el que, milagrosamente, las agujas y el tiempo discurren al revés). Doy fe de ello. O el séptimo capítulo: El frío (sobre los recuerdos y el frío feroz, afilado y terrible, a veces blanco de nieve y otras negro por el polvo de la mina. El blanco de la nieve y el negro del carbón como colores que definen esta novela en blanco y negro); el capítulo doce: Pulmones de piedra (dedicado a la minería y a un minero silicótico, que tan de lleno nos toca a los bercianos y que tantos estragos ha causado -la silicosis- en nuestra comarca); el capítulo trece: La memoria enterrada (en el que nos relata su entrada en una mina o chamizo del Bierzo. La memoria -escribe Llamazares- es una mina oculta en nuestro cerebro. Una mina... llena de sombras y galerías... tan profunda como los hundimientos de nuestros sueños); el capítulo quince: La vida en blanco y negro (es quizá uno de los más logrados, como una síntesis de toda esta novela); el capítulo veinticuatro: Huérfano en la catedral (en el que Julio nos relata su descubrimiento de la ciudad, León, y su mirada lírica hacia la catedral: "era un sueño, una fotografía, un decorado de cine alzado en medio de la ciudad").
Escenas de cine mudo es como un Amarcord escrito sobre la pantalla blanca y negra de la realidad, de una realidad cruda, cercana, familiar, que sentimos como propia: "con los hijos de esos mineros para los que la vida no valía más que una partida de cartas (acostumbrados como estaban a jugársela allá abajo), fue con los que yo aprendí todo lo realmente importante que he aprendido con los años", lo que se me antoja definitivo.
Extraordinario libro. 

A Justo Fernández Oblanca

Mi estimado amigo José Luis Carretero, en tiempos gerente del Campus de Ponferrada, me acaba de comunicar la muerte de Justo Fernández Oblanca, quien fuera hasta hace poco Decano de la Facultad de Educación de la Universidad de León, y responsable máximo de la titulación de cine, adscrita a esta facultad, y desde hace algún tiempo tristemente desaparecida, como tristeza enorme me provoca la desaparición del amigo Justo, con quien compartí muchos momentos, incluso tuvo la amabilidad de invitarme también a impartir algún curso en su facultad.
Recuerdo con gran alegría aquellos filandones que organizaba en el mes de noviembre, con la presencia del maestro Pereira, que nos dejaba a todos boquiabiertos cuando se ponía a relatar sus historias, de José María Merino, de Paco Flecha (en tiempos también Vicerrector de la ULE), de Pedrín Trapiello, de Martín Garzo, de Eduardo Keudell, de tantos escritores.
Justo era una persona entrañable, amigo de sus amigos, que un día pudo llegar a ser Vicerrector de Relaciones Internacionales. Qué pena, querido Justo, que aquello no hubiera prosperado, como tampoco prosperó nuestro curso de Lengua española a través del cine, a pesar de que estaba todo en marcha y en el buen camino. Tampoco se hizo realidad tu ilusión de que Manuel Rivas diera una charla sobre literatura en la Facultad de Educación de la Universidad de León, porque la realidad se truncó, como ahora tu vida, y ahí no hay quien a darle la vuelta, porque la muerte es una cabrona que a menudo se ensaña con los buenos, con la gente que realmente merece la pena. Ya sé que todos, tarde o temprano, caminaremos hacia la nada en un viaje sin regreso, pero tú, gran Justo, eras aún joven.
En los últimos tiempos, la verdad, se te veía alicaído, pero no parecía que fuera grave. Incluso Chema, tu amigo del alma, nuestro amigo común, te daba ánimos y te alentaba porque creía que tu "mal", tu malestar era más psicológico que físico, pero no, la procesión, tu procesión estaba por dentro. Qué jodido.
Hoy es 14 de julio, o sea, fiesta Nacional en la France. En cambio, en León será día tristeza porque te nos has ido, tan pronto, tan en silencio. El 14 de julio era fecha que me hacía sentir libre y hasta libérrimo, y me daba por recordar la figura controvertida del marqués de Sade. Hoy no puedo evitar acordarme de ti, amigo Justo, y para ti son estas palabras de cariño, de recuerdo.
Descansa en paz, que desde este útero del Bierzo te seguiremos recordando con muchísimo afecto.

miércoles, 7 de julio de 2010

Un verano o "vrano" con Mónica

En otros tiempos el personal veraneaba, eso sí, quien podía, porque eso se lo permitían las señoritas y señoritos llegados a más... directos a las costas de Benidorm o así. 
Ahora el paisanaje, incluso aquel que está agarrado por la pechera hipotecaria, turistea o vacaciona en cuanto luce el sol de verano. Qué tiempos aquellos, cuando el verano parecía una estación interminable, y los chavalines nos divertíamos jugando al escondite en pajares dorados de amores casi imposibles, o bien disfrutábamos eschuchando a ACDC, Led Zeppelin o Deep Purple bajo un firmamento tachonado de estrellas en las Eras de Llamamillas. Qué placer, la infancia, y qué difícil la adolescencia. Pero volvamos a nuestro presente hecho de/con amor y sueño, fiesta y música, porque entre fiestas, festivales y músicas varias y variadas andamos en este Bierzo juliano que atiza el rostro y calienta las bielas, verano que invita a viajar y atrae como poderoso imán a aquellas personas que viven en otros lugares (aunque una gran parte de procedencia berciana). El Bierzo cambia su semblante en cuanto asoman unas rayadinas de sol. La verdad es que le está pegando. Entonces, las paisanas y paisanos se vuelven alegres, sensuales y atrevidos, y no hay pueblo sin romería, ni fiesta en la que no haya una buena comida campestre, a ritmo de jota, o lo que se tercie, que puestos al dance no hay quien se resista a brincar y aun rebrincar. Siempre me ha sorprendido el rostro de fiesta que se le pone al Bierzo en verano. Incluso diría que el “vrano” berciano es como esos veranos breves pero intensos y amorosos que hemos visto y sentido incluso en los Países Bajos (qué vaya calorcito que hacía, no ha mucho, en Amsterdam y en Volendam). Veranos breves pero sustanciosos como los que nos enseñó Bergman en Un verano con Mónica o en Fresas salvajes
El verano en el Bierzo, como en el norte de Europa, es la vida en todo su esplendor. Como lo es en Suecia, sobre todo en este país, donde la luminosidad, salvo en verano, brilla por su ausencia. Lástima que una gran parte del año también nosotros vivamos en letargo, como los osos que hibernan en sus guaridas, para luego en verano bajar en busca de colmenas en la Sierra de Gistredo (que algún día debería convertirse en reserva o parque natural).
De repente comienzan las fiestas y festivales acá y allá, y uno casi no sabe con qué quedarse, porque a partir de ahora la fiesta está asegurada en todos los pueblos del Bierzo, incluso en los que ya no vive ni un alma, que son varios, cada vez más, a resultas del envejecimiento y la despoblación. Noches templarias, festival de jazz, Fiestizaje, Festival del Mirador de la Reina, fiestas en Cubillos, fiestas por doquier.
Con tanto sarao y verbena uno acaba enfiestado y engolfado, y así no hay quien a agachar el “llombo” y meterle mano a la faena diaria. Si a ello sumamos el próximo Festival de Ortigueira, que aunque gallego me toca el alma, el panorama se me hace/hase músico-balsámico. “Mejor de boda, que de entierro”, dicen los paisanos, y qué razón tienen, porque mientras haya fiesta que nos quiten lo bailao. A seguir dándole, que diría mi amigo Abel (a quien no veo desde hace años, cuando aún vivía en el País de Gales).

martes, 6 de julio de 2010

Viva la Pepa


(Diario de León,13/09/2004)

http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/que-viva-pepa_156030.html 

 En cuanto llega el buen tiempo, aquí nos la den todas. A tirarse a la bartola. España es una fiesta. El verano es una fiesta. Y el Bierzo se convierte en una gran romería. Incluso en las aldeas fantasma del Bierzo Alto, donde no habitan ni los gatos, se celebran romerías llegado el tiempo. Como ocurre en Urdiales de Colinas. Por ejemplo. Aquel lugar rulfiano al que íbamos unos cuantos cuates cuando éramos unos guajines. 
Cualquier pretexto es bueno para montar un chiringuito y echarse un cántaro al gorgüelo. O lo que se tercie. Que puestos a trasegar, en acto social, no hay quien nos gane.
En el fondo, la fiesta es un medio de socialización y comunicación, que permite al personal reunirse en torno a un acto público. Aunque se nos da bien el chupe, los ingleses y los alemanes también le pegan duro. Sus fiestas están bañadas en alcohol. Y los mejicanos, qué güeyes, cuando celebran alguna ceremonia, se ponen hasta las chanclas, como arañas panteoneras. Y acaban la farra a guamazo limpio o sucio. Como en una ocasión que jamás olvidaré. 
En otro momento quizá cuente cómo fue una de aquellas veladas, un día en el que me dio por irme a la cama, a sabiendas de que se estaba preparando una pachanga a toda madre en la urbanización en la que viviera allá por el año de 1995 en Méjico lindo y chingado. Arriba Méjico, pendejos. 
A los bercianos nos ponen un vinín y unos chorizos escaldaos, o bien unas sardinas y unas patatas con jabalí, cordero o xata, como en la localidad de Losada, siempre a ritmo de flautina y tamboril, y ya tenemos la fiesta preparada. Somos de buena conformidad. 
Ahora todos los días son fiesta, aseguran algunos vecinos. “Antes teníamos que trabajar de sol a sol para salir adelante”. Entonces la fiesta tenía un sentido claro. Ahora, en cambio, la juerga está asegurada un día tras otro. Y alguna gente acaba empachada de festividad. 
Nuestra sociedad, aunque esté hipotecada hasta las cejas, no deja por ello de consumir en fiestas y aun en otros asuntos. Me perdí la Templarina de Ponsferrata. En qué estaría pensando. "Onde andaría", que dicen ahora. “Mientras haya o haiga salud o salú–dicen otros- que no falte la fiestina”. 
Se cuenta que ningún país del mundo tiene tantas fiestas como el nuestro. Y debe ser verdad, a tenor de lo visto y vivido. Entre fiestas comarcales, véase encinas, cristos y aun otros santos, carnavales fuera y dentro de temporada, verbenas de aldea, corridas de cabestros, carrozas de cuento chino, sardinadas, chorizadas y saraos para no dormir, el nuestro es un mundo bien jaranero. Es probable que utilice el disfraz de la fiesta para ocultar su sentimiento trágico de la vida. Pero esto no se dice. Bueno, Lorca sí lo llegó a sentir y decir aunque de un modo poético, que queda como transfigurado.
Fiesta de la poesía también la tuvimos el pasado viernes en Veguellina de Órbigo, con la presencia de nuestros estimados Miguel Ángel Curiel, poeta capaz de sumergirse en las aguas históricas e historiadas del Tíber y salir a flote por la gatera de la surrealidad, y Tomás Néstor como maestro de ceremonias. Felicidades, Tomás, por tu Cum laude (y esa tesis dedicada al maestro Diego Jesús Jiménez). 

Tras esta pausa, prosigo con la verbena "cultural" española, porque lo importante, en nuestro sacrosanto país de países, es dar imagen de alegría. Aquí todo o casi todo se resuelve por la vía del viva la Pepa. Es por esto que muchos turistas se acercan a nuestro país esperando encontrar la nata montada del despiporre. Los extranjeros que nos visitan se creen que todo el monte es orgasmo en esta piel de vaca tendida al sol y bocabajo. Mas la realidad cotidiana, aunque fiestera, requiere de un análisis más y mejor entamado. Mucha fiesta y despelote pero la procesión va por dentro.

viernes, 2 de julio de 2010

Estambul, de Pamuk


Acabo de recibir una llamada de Sara Ramón, que vive en Estambul, aunque ahora está dando una vuelta por el Bierzo porque está casada con un berciano de Fabero. Amable y generosa me invita a redescubrir Estambul. Muchas gracias, Sara. Algún día volveré a Estambul para conocer más y mejor sus esencias.
Estambul. Foto. Cuenya


También me llama Beatriz, de Radio Bierzo, Cadena Ser, para que el próximo lunes hable de un libro, y he elegido, cómo no, Estambul (Ciudad y recuerdos), de Pamuk, cuya mirada se me antoja "morriñosa", llena de nostalgia por una ciudad que fue gran imperio, y que ahora no es ni su sombra a pesar de su belleza y encantos, porque los estambulíes parecen vivir de espaldas a esto. El Estambul que nos muestra Pamuk es como una fotografía en blanco y negro, oscuro y plomizo.


Un Estambul que no es exótico, ni mágico ni raro. Sólo amargo, intensamente melancólico, impregnado de "saudade", como una Lisboa de fado. "La amargura de las ruinas". No en vano la música turca y la portuguesa tienen como un punto de conexión en su sentimiento de añoranza. Así ve la ciudad de su infancia el Nobel de Literatura. 
Algo parecido a lo que nos cuenta Julio Llamazares en Escenas de cine mudo, cuya infancia en León, en concreto en el pueblo minero de Olleros, también se revela en blanco y negro, como en las mejores películas neorrealistas de Vittorio de Sica. Por ejemplo. "Olleros: un sitio en el que la vida transcurría solamente en blanco y negro".
La sensación de un Estambul derrotado, perdido, viejo, descolorido, pobre, en blanco y negro, aunque con aire de sueño y de cuento, que ejerció un poderoso magnetismo en los viajeros occidentales como Nerval, Gautier o Flaubert, entre otros, en busca de una ciudad exótica, oriental, que despierta fantasías sexuales. Y que hoy aparece occidentalizado. Muy europeo, sobre todo cuando uno se deja caer por al Istiklal Caddesi.
La calle Istiklal, con sus pasajes de estilo francés-parisino, como el Çiçek Pasaji o Cité de Pera (repleta de bares-restaurantes, y justo al lado de un pintoresco mercado de pescado) me hacen recordar la histórica calle de Saint Denis (bastante más sucia, hedionda y de dudosa reputación esta rue de París, dicha sea la verdad), o a alguna calle vienesa, con sus cafeterías y tiendas sofisticadas... y ese viejo tranvía circulando por entre en medio del gentío como si fuera uno más de la comparsa. En esta calle, además de circular un curioso y antiguo tranvía, que siempre va hasta los topes en medio de una riada de gente entre foráneos y nativos, hay multitud de bares y cafeterías (como Madrid y Barcelona, contiguas, para que nadie se ofenda), restaurantes, puestos de kebab o kebap, cines, tiendas de libros y discos (véase la estupenda Mephısto, que encima sirve café y té).
El Bósforo como verdadero espíritu y fuerza de una ciudad sin centro ni fin, como un cuento de hadas, cuyos niños de los suburbios ni quiera han visto. Un infinito placer: observar el Bósforo, darse una vuelta en barco por este mar en movimiento.
Pamuk, en este libro de memorias, se nos muestra como un ser descreído (ateo incluso), ansioso por ser feliz, dedicándose a pintar, dormir, practicar sexo, etc., que tal vez sólo cree en una ciudad caótica, pobre, decadente, abarrotada de gente. 
A Pamuk no parece entusiasmarle el Estambul turístico de Eyüp, "Tan perfecto como una ilusión", "una fantasía oriental... una especie de Disneylandia turco-oriental-musulmana".