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martes, 5 de marzo de 2024

En el camino de la literatura, de la vida

 Rescato esta entrevista con la gran María de Miguel en la tele de Ponferrada. Siempre es un placer conversar con ella acerca de asuntos culturales, en este caso sobre la revista La Curuja, que ya ha alcanzado el número 30, amén de otros temas, como el carnaval, San Valentín, la literatura, la escritura, los cursos de composición de relatos de extensión universitaria que suelo impartir tanto en la UNED de Ponferrada como en la Universidad de León. 

Mañana mismo, miércoles 6 de marzo, comenzaré curso en la UNED, lo que me entusiasma, porque estar en contacto con la enseñanza de la escritura es un excelente aprendizaje para uno. Y este jueves, jueves 7 de marzo, haré lo propio con otro curso de escritura en León. 

La importancia de la palabra escrita, de la memoria como manantial de las palabras. De la poesía, de la belleza de las palabras. La importancia de la escritura como un modo de autoconocimiento y de conocimiento del mundo. 

La escritura como reflexión sobre nuestra propia realidad. Y una excelente manera de experimentar cosas que a lo mejor nunca tendríamos ocasión de hacer o de sentir en la vida real.

Aquí os dejo esta entrevista con María: 

https://www.youtube.com/watch?v=lKuUenlcw08

Prosigamos en el camino de la literatura, de la vida, amiga María. 

Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más... Al andar se hace camino... Caminante no hay camino,/ sino estelas en la mar. 

Qué grande Machado y sus Campos de Castilla. Y esa versión musical del cantautor Serrat. 

lunes, 4 de marzo de 2024

Caperucita y los cuatro lobos, de Iris Huelmo Parra


 La joven autora de este relato compone, con una prosa desenfadada, una versión moderna del cuento clásico de Caperucita Roja, construyendo una protagonista aguerrida, capaz de sortear todo tipo de adversidades en un mundo terrible, con un final feliz cargado de burla hacia la violencia, la barbarie.

  (Taller de composición de relatos de la Universidad de León, impartido por Manuel Cuenya)

https://www.lanuevacronica.com/lnc-culturas/caperucita-cuatro-lobos_141743_102.html

Caminaba por las tranquilas calles de Benavente con mi camiseta roja chillón y mis cascos morados, con Sabina cantando viejas canciones y el sol de la tarde dándome en la espalda, siguiendo un destino fijo, que era el ir a ver a mi querida abuela, la cual había tenido un pequeño percance. Por eso deseaba saber cómo se encontraba. En mi Tote-Bag le llevaba una mermelada y unas galletas sin azúcar, todo casero, que había estado elaborando durante una semana siguiendo unas recetas de Pinterest. Cuando giré para tomar la calle que daba al barrio de mi abuela, me abordó un hombre, el cual me dijo:  

-Hola, guapa, ¿dónde vas tan sola por estas zonas?

Aquel tipo alto, delgado, sucio, me mostró una sonrisa que me hizo desconfiar desde el mismo instante en que se acercó a mí.

-Ni te va, ni te viene adonde vaya, déjame en paz –le respondí mientras aceleraba el paso. 

En ese momento, agradecí haberme puesto las Vans y no los zapatos con tacones.

-Venga, no seas así, que no le queda bien a esa cara guapa el ser tan borde, ¿por qué no dejas que te acompañé? -insistió el tipejo con su sonrisa falsa, aproximándose cada vez más a mí, mientras yo intentaba correr.

-No quiero que me acompañes, quiero ir sola, no necesito que un tío, al que ni siquiera conozco, me siga –le dije en tono molesto.

-Anda, no te resistas a mi compañía –me agarró del hombro para que me pusiese a su altura, parándome en seco, yo que ya había comenzado la huida.

Una vez que aquel tipejo me tuvo a su altura supe que ya no podía aguantar más. Miré hacia donde vivía mi abuela. Calculé que me llevaría unos dos minutos corriendo hasta llegar a su casa. Y hasta pensé que, con algo de suerte, me encontraría con alguna buena mujer del barrio que me ayudaría a zafarme de aquel acosador. Tras un instante lo miré con cara de pocos amigos. Él parecía sentirse satisfecho por haber logrado que me detuviese y le prestase atención. Hasta que descubrió que yo era cinturón azul en kárate. Todo transcurrió con rapidez. Le propiné una patada en el estómago que lo dejé fuera de juego. Y me fui corriendo hasta el portal de mi abuela. Mi abuela, que era una mujer tranquila, con gafas, de baja estatura y poco habladora, me abrió la puerta. Le conté lo que me había sucedido y me alertó de que tuviera mucho cuidado, que estaría pendiente de mí. Nos despedimos. Serían las siete de la tarde. Y nada más salir de casa de mi abuela volvió a aparecer el tipejo:

-Vaya dulzura, llevo un rato esperándote –me dijo-. Estaba sentado en un banco de la calle.

-Eres realmente muy pesado, un auténtico acosador, déjame en paz –le respondí mientras por el rabillo del ojo vi a mi abuela que contemplaba por la ventana de su casa la escena.

-Esta vez no te libras de mí –me soltó.

En ese momento, aparecieron otros hombres que me arrastraron a la fuerza a una furgoneta azul. Antes de que me introdujeran en aquella furgoneta vi a mi abuela con el teléfono en la mano con cara de terror.

Llegamos a un lugar oscuro, habían introducido la furgoneta hasta el fondo de la nave. Me empujaron hacia una silla, esta se cayó y yo sobre ella. El acosador me miró con cara de satisfacción y dijo: “Una presa traviesa, pero que muy traviesa”.

Estaba rodeada, encajonada entre una pared y la silla de madera rota en el suelo. Cuatro hombres de complexión baja media me cortaban la salida. Recordé que mi maestro de kárate me había repetido varias veces que debía tener cuidado con mis enemigos en el combate, por lo que analicé la situación de forma seria, no habría forma de escapar si no me libraba de alguno de ellos antes. No sería capaz de luchar contra cuatro, con lo cual tendría que evitar, al menos por el momento, cualquier tipo de violencia a no ser que ellos comenzasen a ensañarse conmigo.

“Rey, ve a vigilar fuera, esto va a ser divertido”, dijo el acosador, que me había perseguido mirándome con lascivia. Rey -supuse que se trataba de un mote-, era el hombre más fuerte de todos ellos. Rey salió afuera y el resto se dispusieron a fisgar en mis cosas. No llevaba más que mis cascos, un collar de cuerda y un reloj marca Casio.  Vestía una camiseta roja, una falda negra por media pierna y zapatillas Vans. Rápido comprendí que sus ojos se clavaban en mi falda.

“Maldita sea, a quién se le ocurre ponerse falda cuando vas a ir a un barrio tan horrible como en el que vive la abuela”, pensé para mí. Como pequeña defensa me coloqué cerca de una de las partes rotas de la silla. Los hombres comenzaron a aproximarse a mí, sus intenciones eran claras, por lo que, cuando estuvieron lo suficientemente cerca de mí, a uno de ellos le golpeé con la pata de la silla. Y a partir de ahí todo fue un combate de kárate bastante simple. Pero reapareció el tal Rey, que logró sujetarme a una tubería, de modo que no podía escapar, mientras los demás, que debieron percatarse de algo, abandonaron el lugar.

“Eres mala, una niña muy mala y vas a pagar por ello”, me dijo Rey, al que le sangraba la cara por los golpes que le había asestado durante el forcejeo. “Te sangra la cara, gilipollas”, me atreví a decirle. Entonces él, con cara de ira, me arrancó la falda. “Te vas a arrepentir”. Mientras intentaba seguir quitándome la ropa la puerta de la entrada se abrió dejando entrar a seis policías armados y apuntándole mientras buscaban a sus compañeros.

“No, creo que quien se va a arrepentir de haberse cruzado conmigo eres tú”.

sábado, 2 de marzo de 2024

Acordes de luna, de Ana Rico


Ana Rico construye un universo de intriga y tensión sexual a través de cuatro personajes que se embarcan en una aventura por un océano de aguas palpitantes en busca de un metafórico Triángulo de las Bermudas. Y lo hace desde un narrador en primera persona, que se abre en canal, para mostrar los pensamientos y emociones de su protagonista, Irene Aubiz Paniagua. El poético título Acordes de luna evoca en cierto sentido la película Lunas de hiel, de Polanski.  

  (Taller de composición de relatos de la Universidad de León, impartido por Manuel Cuenya) 

 

Me llamo Irene Aubiz Paniagua. Tengo 26 años, mi pelo es castaño claro, mido 1,67 y luzco un tatuaje; un alambre de espino que rodea el contorno de mi tobillo que me hice a los 18 años cuando me independicé. Mi DNI es 0.977.456E. Hace 6 meses que me casé, nuestro noviazgo duró dos meses y el matrimonio apenas superó la luna de miel; ahora reconozco que fue muy prematuro. Les adjunto una copia de mi DNI a esta declaración que hago pues encontré en la pared de un supermercado un cartel con mi foto y nombre seguido de DESAPARECIDA. Fue algo imprevisto, una decisión perentoria que tomé aquel amanecer, el 27 de septiembre del 2019. A continuación les relato los sucesos de nuestra última noche juntos:

Desde la claraboya podía ver hipnotizada la luna -inmensa- balanceándose sobre un mar expectante, además la seguía un punto luminoso llamado Venus. Estaba emocionada, aquel era mi primer viaje en barco. Pablo y yo ocupábamos el camarote A2, un lujo con dos literas y esa ventana al paraíso de los delfines que saltaban siguiendo nuestra estela.

Sentí sus manos en mis caderas, y comenzó el tarareo de sus dedos sobre mi piel, ese calor que me abría los poros, el sonido tímido de los botones … y finalmente su camisa de lino bajo mis pies descalzos. La luna ahora se bañaba con descaro en esas aguas palpitantes. Lo sentí firme en mis senos calibrando su tersura, y al girarme -cálido en mi cara- en el momento que dibujó el perfil de mis ojos, y también el de mi nariz. Ardía en mis labios cuando introdujo su dedo en mi boca. Él había recorrido los océanos y yo nadaba por primera vez sin amarras. Después de los circunloquios en mi ombligo su lengua me venció sobre la cama. Y no sé cómo llegamos al Triángulo de las Bermudas, pero ocurrió.

Reconozco su esfuerzo con ese viaje; Pablo ya había vivido mucho pero era pronto para mí tener un hijo; lo habíamos pactado, y al querer prescindir del preservativo primero a mí se me cortó el rollo por el pánico, luego a él por la idea de aquel trozo de látex. 

Nos tumbamos a dormir frustrados y malhumorados, Pablo en la litera baja del habitáculo y yo en la superior. En seguida llamaron a la puerta. La naviera nos pedía un favor: debíamos alojar a dos polizones; nuestro camarote era el único con una litera libre en el barco, ideal para la situación.

Primero me llegó un olor a cerveza y sol-sal, a posteriori vi el cabello ondulado de un muchacho de mi edad con rasgos extranjeros, el torso desnudo, tremendamente bronceado, los labios gruesos, la mirada entre franca e intrigada; Eric, dijo que se llamaba, mientras me apretaba la mano. Anna, por su parte, lucía un pelo claro mucho más largo que Eric, el vestido y el cuerpo definido y esbelto de Anna me recordaba a una amazona.

  Él se tumbó en la cama libre de arriba, como yo, mientras me observaba. Anna eligió la que quedaba enfrente de Pablo. Y apagamos la luz, de inmediato me quedé dormida. Al despertar me sentía extrañamente excitada, miré a Pablo, que estaba en el cuarto sueño, seguro. Unos leves gemidos dirigieron mi vista. La luna se adentraba sin pudor hasta el fondo del camarote y en la penumbra podía distinguir la silueta de sus dos cuerpos al vaivén, la muchacha lo cabalgaba,  sus respiraciones se acompasaban por momentos hasta que ella volcó su cuerpo  hacia atrás con un jadeo intenso, desprendían un aroma incandescente, y pensé que habían acabado, sin embargo ella se colocó de rodillas y él detrás comenzó a golpear suave su glúteo, las inspiraciones pasaron de  quejidos febriles a violentos resuellos. Entonces miré a Pablo que dormía plácidamente. Sentí cómo el sudor se apoderaba de mi pecho, y me pedía que retirara la sábana, pero contuve la respiración y me escondí aún más bajo ella, mientras mis manos tomaron vida propia, me acariciaron con urgencia primero los senos, y luego bajaron hurgando en los pliegues más recónditos de mi piel. El chapoteo de sus idas y venidas sonaba como el oleaje de aquella tarde. A posteriori él regresó a la postura inicial, ella se sentó sobre él, aprisionándolo, tirando de sus cabellos, sorbiéndolo. Yo me estaba quedando sin aliento. Lo más desconcertante fue cuando él dejó caer su brazo como un ancla hacia mi litera y acarició mi pelo -un instante eterno-, entonces soltó un gemido, y mi tronco se enervó como si el orgasmo fuera mío, y mía su respiración, y sentí cómo mi cuerpo se derramaba sobre mis dedos. Luego … vino la confusión, y miré de reojo a Pablo, que parecía seguir dormido a pesar de todo.

En el momento que la claridad comenzó a revelarse recogí mis cosas y las metí en una maleta pequeña. Una herida de fuego en el mar desplazaba el añil intenso hacia los rosas, se intuía la presencia rotunda del sol en ese locuaz marasmo de matices. La luna, entonces apacible, parecía iniciar su periplo hacia el silencio. Pablo continuaba durmiendo. Primero salió Anna agarrada de la mano de Eric, después él y de su otra mano yo. Venus persistía vehemente. Bajamos cuando el barco atracó en Pompeya.

No me he arrepentido en ningún momento de lo que hice, pero ahora soy consciente de que debería haber dejado una nota o haberle escrito un email a Pablo. Mi deseo es hacer constar una fe de vida y tranquilizar a aquellos que puedan buscarme. Espero que esta declaración sea suficiente. Y firmo esto para que surta los efectos deseados.

Puesto de Carabinieri Comando Stazione

Sicilia a 02 de marzo de 2020

 

Fdo: Irene Aubiz Paniagua